Cosa de dos

Aquella noche fue mentira.

Por alguna razón decidí abrir la botella de vino que guardaba para compartir a la sombra de alguna que quisiera taparme la luz de la vela que compré a la par. No se dio el caso, y hacía tiempo… ya no aguanté más. Descorché ese Rioja Siglo Saco y el alcohol desinfectó heridas que empezaban a hacer nido en el corazón, ese del que uno no hace cuenta hasta que de repente late a cañonazos gritando que como siga estando solo, va a reventar.

Cuando logré dejar de apiadarme de mi maldita estampa, estaba tan borracho que no podía ni andar.

No recuerdo demasiado el final de aquella noche, pero si sé que me dio rabia estar así, que lloré muchas veces recordando que acordarse duele cuando lo que se quiere es olvidar.

Me metí en la ducha y estuve un buen rato bajo una docena de pequeños chorros de agua fría que me horadaron las malas ideas y me enjuagaron la morriña hasta que me espabilé lo suficiente como para no dar por acabada aquella madrugada de verano tirado en el futón esperando a morirme de resaca.

Cogí la cámara de fotos y me fui al templo de al lado de mi casa.

El camino de entre cinco y diez minutos lo hice en más de media hora. Me paré a sacar fotos a todo, como si hubiese decidido que no iba a seguir aquí más y esa fuese la última vez que peregrinase a verme el ombligo por dentro entre tumbas, pagodas y cerezos. Como si ya no hubiese más que rascar y ya tocase mudarse de vida de nuevo por aquello de dejar de seguir intentando reír, porque ya saldría solo.

Cuando por fin llegué, me senté en las escaleras y miré hacia la derecha instintivamente. Desde allí se ve el monte Fuji en días claros… se me olvidó el pequeño detalle de que eran algo así como las dos de la mañana. Apoyé la cabeza en la pequeña columna de la parte superior, y empecé a revisar las veinte o treinta fotos que acababa de sacar. Borré todas, no se veían más que sombras negras entre las que asomaban tímidamente luces de alguna farola cercana. Sombras negras entre las que asoman, a veces, luces… ¿a quien me recuerda?

Cerré los ojos y me quedé dormido un rato imposible de medir, lo mismo podría haber sido un minuto que dos horas. Cuando me desperté, ya con dolor de cabeza, vi a un gato negro y blanco …negro con luces… allí sentado como a dos metros de mi. Me miraba fijamente y yo le hice gestos para que viniese, aunque no lo hizo. Sin levantarme, traté de hacerle fotos con la cámara pero cuando logré acertar a quitar la tapa del objetivo, ya se había alejado unos metros. Le seguí un buen rato tratando de no hacer ningún movimiento brusco que provocase que volviese al mundo de mentiras del que había venido, hasta que se paró justo delante del edificio principal del templo. Decidí sentarme a dos o tres metros de él, a veces le sacaba alguna foto aunque la mayoría del tiempo sólo le miraba.

Él, o ella, no se movía más que para rascarse la cabeza como dudando si se fiaba del único ser vivo cercano más grande que él.

Finalmente vino y me rodeo un par de veces antes de decidir sentarse a mi lado. Se dejó acariciar e incluso parecía querer contarme su vida de gato de templo soltando maullidos a modo de charleta desconsolada.

Agradecí su compañía, me gustó hablar con el.

Desperté al día siguiente en mi casa con un dolor de cabeza horrible. No recuerdo muy bien el camino de vuelta pero a juzgar por la laguna de recuerdos, parece que la ducha no logró contrarrestar ni de lejos los grados del Rioja.

Incluso dudé que había salido la noche anterior… hasta que vi las fotos que me contaron que aquella madrugada de verano fuimos dos los que nos lamimos las heridas.

20 comentarios en “Cosa de dos

  1. Excelente, sigo fascinado al ver la pasión con que escribes y retocas cada palabra con una buena originalidad, deberías de recoger tus escritos y sacar un libro con ellos, de seguro te iría de maravilla,
    Desde el otro lado del charco, un buen lector tuyo

  2. No se te despegará la suela de la zapatilla mientras corres y darte así un nervudo mamporro que te haga volver en ti, no correrás tu esa suerte.

    Sigue soñando así de bien, y viviendo todas las vidas que puedas, mientras escuchas canciones de Sabina y bebes a sorbitos esbozos de algo que en su día tenia otro nombre.

    Saludos

  3. Jodo, si haces esas fotos tras haberte pimplado tú solo una botella Rioja… ;)

    La historia mola. Como dicen por ahí con gatos no-ñoños y con boca. Y con un final que oye, ni tan mal, que nos quiten lo bailao!

    un brazo!

    :bythesegao: ! :gatostiable: (y éste también que hoy también toca)

  4. Eso es lo único malo de Kittychan, que si no eres telépata, te quedas con la duda de lo que estará pensando, algo meridianamente claro con los simples gatos parlantes. Ahora nos queda la duda irresoluble de si el gato posando de postal es de verdad o de cerámica :jumjum: Aunque lo mismo habéis quedado para después de la maratón y no te acuerdas, :D

  5. Buenas.
    He de decir, que nunca había leido algo así (tampoco suelo leer muchos relatos de este tipo) pero me ha gustado bastante.
    Es genial, leer este punto de vista en esta y otras tantas entradas, con la forma que tienes de expresarte :)

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