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La mejor foto de Mayo

Mi tercer tsuyu en Japón.

Me toca vivir por tercera vez la época en que las nubes deciden adelgazar todas juntas y todas a la vez desde allá arriba mientras aquí abajo nos dedicamos a coleccionar paragüas transparentes de 300 yenes de los combinis y nos acostumbramos a que el bajo del pantalón tenga un tono oscuro y los calcetines suenen al andar.

Allí donde la bici tiene tornillos aparece óxido que la afea añadiéndole, de golpe y tormenta, el aspecto de ser mucho más vieja de lo que en realidad era hace una semana.

Las tiendas sacan sus inventos para que envolvamos los paragüas y que así no tengan que fregar el suelo muchas más de veinte veces al día, los guardias se ponen unas bolsas ridiculas de plástico en las gorras que les restan autoridad y los empleados de las peluquerías sonríen el doble a las señoras que se atreven a entrar desafiando todo lo que tenga que ver con isobaras.

Y esta es la tercera vez que yo me niego a quedarme en casa por muy feo que me lo pinten los telediarios con tanto rayo y tanta nube de photoshop encima del mapa.

Si este domingo no hubiese salido, no habría visto a este chico que bajo la tormenta estaba dibujando el jardín del templo que tenía enfrente.

¿Y perderme momentos como este?… eso si que no.


Toki doki 時々

Yo veía una puerta cerrada con una mirilla que enseñaba el mundo un poco, y unas zapatillas sucias, un pantalón roto y un cuerpo que quería salir.

Había un grupo de chicas en un grupo de bicis y yo escuchaba sus palabras y sus carcajadas que mezcladas con el viento secaron la nostalgia que había tendida en mi piel.

Y el camino eran árboles que me saludaban en silencio porque hacía tiempo que me conocían, y coches aparcados, y casas que resguardan gentes que resguardan almas.

Veía bambúes, muros de hormigón, semáforos girados y señales de tráfico sin tráfico.

Yo era distinto al resto de las personas pero se me olvidaba. Había un cielo que era igual, y nubes que ya me las conocía de otros lugares, y un niño que reía, un padre que se derretía y una madre que no estaba.

Olía a suelo húmedo y a humo de tabaco a veces, a quietud y a incienso siempre.




Yo quería desgastar una pizca de mi ego y conseguir algo de humildad y sosiego. Quería acordarme de los míos con muchas ganas para intentar que ellos se acordasen un poco de mi. Y les veía de ojos para adentro, y sonreía y creía verles sonreir durante lo que duraban mis parpadeos.




Había nadie y estaba yo. Veía edificios con luces que tambien parpadeaban a su manera, y pájaros que me veían pequeño, y gentes que no me veían pero yo a ellos sí.


Y me senté junto al tiempo que dejó de pasar por hablar conmigo, y desenmarañé cada idea y cada pensamiento, y el cinturón dejó de apretar tanto porque allí dejé algunas angustias, unas pocas aflicciones y otro pedazo más de mi.





Érase que se era…

… un templo en medio de la nada, pero rodeado de pensamientos, reflexiones y una calma tan profunda que sólo el alma podía escucharla

… que una pareja todavía se sonreía al mirarse y se sacaban fotos, y se querían, y que parecía de verdad

… agua que brotaba de algún lugar entre la historia, la tradición y la superstición con la misión de refrescar la piel y purificar la esencia

… que lo que se intuía como amistad, se convirtió en realidad compartiendo momentos inherentemente inolvidables

… que algún día se conocieron y superaron peleas, diferencias, manías y celos mientras el mundo seguía cumpliendo inviernos a su alrededor

… y que decidieron que para qué seguir separados, si se sabe que no hay mejor lumbre que la de saber que otro corazón late sincronizado al nuestro

… y se unieron siguiendo la tradición del lugar, aunque esto importe bien poco porque serán los inviernos a cumplir juntos los que pondrán a prueba su lumbre

… tratando de evitar la amenaza del polvo de la rutina de cubrir lo que escribieron ese día ante todos

La chica del shamisen

Yo no soy religioso, desde siempre ha sido algo que me ha dado bastante igual, es más, lo he considerado un fastidio, una obligación impuesta sin sentido alguno. Me acuerdo que en la escuela tenía una biblia, y que yo la tenía toda pintada de mortadelos porque me aburría. Además de no entender nada de lo que ponía, es que me acuerdo que el tamaño de la letra era diminuto.

Iba con amigos a misa pero no porque me obligasen mis padres, sino porque es lo que hacían mis amigos y por no quedarme solo. Comprábamos bolsas de gusanitos y nos poníamos en la esquina más alejada del cura, a poder ser en el piso de arriba, y decíamos tonterías en silencio hasta que aquello acababa.

Aquí sigo sin serlo, no he encontrado la inspiración divina ni nada por el estilo. Pero si sé que hay días en que de alguna manera necesito ir al templo que hay al lado de mi casa. No creo que sea nada religioso, de hecho no rezo, simplemente me gusta el paseo, me gusta sentarme en el suelo en aquel lugar y dejar pasar el tiempo escuchando el silencio. Hay veces en que pienso en muchas cosas sobre mi vida, sobre qué estoy haciendo, qué quiero hacer… y hay otros en que no pienso absolutamente en nada. Y vuelvo a casa sintiéndome mejor conmigo mismo.

Ayer fue uno de esos días, aunque algo distinto. Cuando iba llegando cerca de la pagoda escuché música típicamente japonesa que provenía de cerca del templo. No es extraño ver gente haciendo ejercicio o ensayando algún tipo de coreografía porque el lugar es tan amplio que invita a ello, así que pensé que alguien se habría traido un CD y estaría leyendo un libro o algo así.

Cuando me acerqué un poco más pude escuchar la voz de una chica cantando algo. Se equivocaba y volvía a empezar, así que estaba claro que eso no era un CD y pude confirmarlo en cuanto la vi. Una chica en vaqueros, de más o menos mi edad estaba sentada en las escaleras en una esquina del templo y tocaba su shamisen cantando a veces las notas de la partitura que sujetaba como podía encima de sus rodillas.

Pasé por delante y ella siguió cantando sin reparar en mí, así que me senté cerca. Cuando acabó su canción me miró y yo le hablé:

– ¿Puedo sentarme aquí a escuchar?
– ¿Por qué?, me da mucha vergüenza
– Ah vale, perdona. Me voy entonces un poco más para allá y no te molesto
– Perdona, ¿eh? y gracias
– Sin problema, es que en un sitio como este, da gusto escucharte
– Joe que vergüenza… gracias

Y seguí mi camino hasta estar a una distancia donde no nos podíamos casi ver, pero si escuchar, y me senté a los pies del árbol de al lado de la campana del templo.

Creí notar que se equivocaba más, y además dejó de cantar aún siguiendo tocando.

De vez en cuando venía alguien que iba andando hacía la entrada del templo, echaba su moneda y rezaba durante algo menos de medio minuto volviendo por donde había venido. A veces parejas de ancianos, a veces gente jóven, aunque siempre con la música de fondo de la chica del shamisen.

Yo miraba a la sombra de la chica, al quemadero de incienso, al templo… y entonces, como si ella se hubiese ya olvidado de mi, retomó su canto. No lo hacía demasiado bien, pero eso hizo que me gustase más escucharla aunque repitiese las mismas notas una y otra vez mejorando a veces, empeorando otras.

No se si fue la presencia solemne del edificio principal del templo, la sombra que me proporcionaba el árbol ante la luz artificial de la farola o el manto de estrellas que nos vigilaba desde allá arriba, pero yo me emocioné como hacía tiempo.

Ella dejó de cantar, guardó su shamisen en la funda y se disponía a irse cuando me vio debajo del árbol y vino hacía mi. Era evidente que yo había estado llorando, así que me levanté y me fui en la otra dirección. La distancia era la suficiente como para que no quedase demasiado claro que estaba huyendo, pero ésta vez era yo el que no necesitaba testigos.

Me guardé las ganas de hablar con ella en el bolsillo de la camisa, ese que queda al lado del corazón.

Cualquier día de estos en que necesite volver a planchar el alma de las arrugas de la rutina y las preocupaciones, pasearé hasta Honmonji a fisgar dentro de mi mismo, y si la vuelvo a encontrar, puede que ese día me atreva a quedarme en el árbol cuando ella acabe de ensayar. Y, ¿quien sabe?, quizás meta la mano en el bolsillo en busca de las ganas, y con ellas en la mano le contaré que aquél domingo de Abril me pareció tan bonito que se equivocase una y otra vez tocando y cantando, que me hizo llorar.

Por muy estúpido que suene.

El sandwhich de nocilla, fresa y kiwi

Imagínate que coges pan bimbo, tres rebanadillas ahí. Y entre las dos primeras le metes un chute de nocilla y dejas que se peguen bien. Luego coges la manga pastelera y le enchufas un flis poniendo todo hasta arriba de nata. Después vas y sumerges en la nata trozos de fresa, piña y kiwi, y para acabar de prepararla parda, vas y lo tapas con la otra rebanada de pan bimbo y lo vendes como el «Sandwhich de frutas y chocolate».

Pues eso…


Pues, oyes, ¡que estaba bueno y todo!


Koishikawa Korakuen

El invierno lo que tiene es que a parte de que con el frío todo se encoge, en cuanto sale un día un pelín bueno todos salimos a la calle a recolectar rayos de sol cual lagartija lagartera. Bueno, yo por lo menos, que si volviese a nacer seguro que sería oso por eso del hiberneo (y un poco también por los pelos que me han salido en la espalda, que parece que voy mutando los días pares). Así que el domingo me fui a un parque que me quedaba por conquistar, y que resulta que es el más antiguo de Tokyo, el Koishikawa Korakuen, que aunque se abrió como parque en 1938, existía desde 1629, así que mira si era viejuno.

Uno se encuentra un parque pequeñito, cuco, nada que ver con esos otros enormes como el Hamarikyu o el Shinjuku Gyouen. Para mi no tiene nada que envidiarles, porque, para empezar, en este hay un recorrido a seguir que incluye pasar por piedras encima de un lago, subir una montañita, atravesar un puente… vamos, que no te aburres ná de ná.



Además, como es pequeño y hay más de un recorrido, te vas cruzando con la misma gente unas cuantas veces y como tienes que ceder el paso y así, los acabas saludando. Se hacen compañeros de andaduras, amigos!



También había un señor ahí pintando un cuadro que si el hombre está más serio lo mismo se ríe y le sale una grieta:



Y patos, había patos, y yo que me estoy añoñando por momentos… el domingo sacando fotos a los patos, y ayer encendí velas en casa. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Laura Pausini?, jodé, haced algo!.


Yo me quedo con las piedras del lago, creo que de los parques de este estilo es lo que más me gusta, la cosa esa de ir de piedra en piedra cual grácil ikusuki. (Dios, la cosa va a peor, será la primavera?!?!?)







Después de pasar esa zona con el puente rojo, que anda que no mola la pianola, uno da una vuelta por un lago grande en medio del cual hay una isla toda cuca:




Tampoco podían faltar los puestillos de sake caliente dulce, comida y flores que todo parque es menester que tenga para que los señores visitantes se gasten los cuartetos:



Cuando me iba yendo, resulta que en un pequeño escenario que tenían allí montado empezó un espectáculo de marionetas que estuve grabando como pude usando el trípode elevando la cámara por encima de la gente, que había allí más personas que ni sé. La historia duró bastante, pero yo lo he resumido y aquí os lo pongo, porque soy más majo que los lacasitos rojos:

Se puede visitar apoquinando 300 Yenes, que es ná, si uno va a la estación Iidabashi (líneas Oedo, JR Sobu, Tozai o Namboku). Además si uno tira un par de estaciones más se planta en Akihabara, así que tampoco es que os vayáis a un sitio desde el que luego no se pueda hacer nada.


El incidente

Hay que ver cómo somos, los líos que nos hacemos en la cabeza nosotros sólos… resulta que lo pasé mal durante dos clases de Karate seguidas con el mismo profesor y desde ese mismo momento mi mente ya tomó la decisión de no volver más. Y cuanto más pensaba en ello, más terrible parecía lo que en realidad pasó. Hasta que me planté y me obligué a luchar conmigo mismo para desentrañar las razones por las que le había cogido tanto miedo a la situación, y si de verdad era para tanto.

Así que dándole cancha a la sensatez añadiéndole mucho coraje, me presenté allí el viernes pasado dispuesto a lidiar con lo que se me pusiese por delante. Porque uno tiene que hacer lo que tiene que hacer, y además a veces coincide que se encuentran las ganas.

Pero el tan temido profesor no vino, y me sorprendió ver que lejos de sentir alivio, lo que en realidad estaba era decepcionado por tener que esperar una semana más para plantarme delante de un miedo que sigue estando ahí, y que necesito que desaparezca antes de que siga creciendo.

Y resulta que cuando menos lo esperaba, este lunes, pasó algo que superó holgadamente a lo que fuera que fuese que pasó con el profesor de los viernes.

Este primer día de la semana no tiene mucho éxito, no solemos estar más de 5 o 6 alumnos mientras que el resto de días la cifra se multiplica por dos o tres. Ignoro la razón… ¿quizás los lunes hay trabajo atrasado que sacar adelante en la oficina?. Este lunes por no venir, no vino ni el profesor, así que uno de mis compañeros de clase tomó el relevo y al final de una clase bastante dura, nos mandó hacer combate entre nosotros. Al segundo o tercero, a mi me tocó con otro señor mayor y estuvimos peleando un rato hasta que le di una patada en el estómago. No fue fuerte, pero le entró de lleno y el hombre se quedó boqueando. Yo le pedí perdón y el profesor me echó la bronca porque no supe tener control, quizás no le faltaba razón.

Y a partir de ese momento, pasó lo que nunca pensé que pasaría: mi compañero empezó a insultarme, a hablarme en un japonés muy rudo gritándome que no estábamos en un campeonato del mundo, que qué me había creido. Me llamó cosas que suenan entre tonto y gilipollas («aho», «baka») como veinte veces seguidas, que a quién se le ocurría pegar así, que no sabía controlar mis patadas… que yo que sé. El profesor, lejos de cortarle, aunque es cierto que también estaba sorprendido, le daba la razón y seguía leyéndome la cartilla.

Yo callaba, pedía perdón cuando había oportunidad y miraba al suelo, menuda bronca me gane.

La clase acabó, saludamos y yo me fuí directo al vestuario. Lo que quería era irme de allí lo más rápido posible porque mi paciencia estaba llegando a un límite. Pero todavía fue peor: dentro del vestuario siguió con su retahila de insultos combinados con quejidos sobre sus costillas que daba la impresión de que se las había roto en veinte cachos.

Su tono era despectivo a más no poder, tanto que parecía que me iba a escupir de un momento a otro. Aunque el momento cumbre fue cuando metió «gaijin» entre medio de alguna frase, con lo que ya lo acabó de bordar.

Él se cambió y se fue antes que yo y el resto de compañeros me miraban en silencio intentando adivinar mi reacción, que no fue otra que despedirme y marcharme con la cara muy seria, aguantándome las ganas de gritar cuatro verdades.

Estaba montándome en la bici cuando una compañera vino donde mi y me dijo que no me preocupase, yo le di las gracias y para tratar de animarme se le ocurrió darme dos plátanos de los cuatro que llevaba en la bolsa.

Al llegar a casa, recibí tres mensajes, todos diciéndome que no me preocupase lo más mínimo. Dos de dos compañeros, y el tercero del profesor.

Cené dos plátanos.

Y no dormí nada en toda la noche.

Por más vueltas que le doy, lo que ocurrió no fue más que que le di una patada a un compañero que no fue para nada fuerte aunque quizás debería haberla controlado un poco más. Y al darme cuenta que le había hecho daño, le pedí perdón con toda sinceridad porque nada más lejos de mi intención que hacer algo así a propósito.

Lo que él vió fue que un chico jóven, no tengo claro si le importó que fuese extranjero o no, le perdió el respeto a las canas con su recién estrenado cinturón negro y se atrevió a darle una patada de la que ni se dió cuenta hasta que le alcanzó. Y si eso le dolió físicamente, más le dolió en el ego ese que se ha labrado durante tantos años de desgastar el cinturón, y eso le hizo olvidarse de aquella frase del dojo kun que dice que «hay que respetar a los demás y seguir las normas de etiqueta» y se creció insultándome como no lo habían hecho nunca hasta aquél día.

Si hubiese sido otro tiempo y, sobretodo, otro lugar, habríamos acabado muy mal.

Ayer, enfrentando la situación, no fuese a ser que se convirtiese en otro miedo más, volví y la clase la dio Hirokazu Kanazawa, y sin él saberlo, me disipó de golpe toda duda que pudiese tener sobre si soy uno más allí desde hace dos años.

Por mi, ya pueden juntarse todos los que quieran y ponerse a sumar sus egos, porque no podrán con el mío. Sea viernes, lunes o fiestas de guardar.

Eso si, que luego no me vengan con historias, porque hay cosas que no se pueden olvidar.

Y si, también es por principios.


Doritos al Wasabimayonesa

¡La novedad en snacks!, o como diría mi madre: «mierdas y guarrerías de esas que comes tú por ahí y luego no cenas, tonto pelao».

Pues eso,

los Doritos con sabor wasabi y mayonesa

Que el paquete daba a entender como que te venía una salsilla ahí a parte. ¡Pues no!

Estaban muy buenos: de mayonesa sólo tenía el título, y el sabor a wasabi le daba un toque suavemente picante… Si señor, repetiremos (y no cenaremos ese día tampoco, no se lo digáis a mi madre, que lo de tontopelao lo llevo mu mal!)

No es la primera vez que como algo con sabor a wasabi, y aunque estos Doritos sólo sabían un poco, me acuerdo de unas patatas que comí un día que aquello era como comer wasabi a cucharadas. Se me quitaron los mocos para dos meses, no os digo más.


Cartelada

Una de medicina para el estómago cuando está burruñío

50 aniversario de la Tokyo Tower. Por cierto, que la van a tirar, que lo sepáis

Que denuncies a quien tenga una pipa, o la venda, o sepa donde comprarla

Que no llames a emergencias por tonterías! que eso es un padrastro! (ahora que no tires y te peles entero como la abuela de Gila)

De estos suele haber. ¿Por qué no allí no se ven por las calles? me parece útil

El señor de la izquierda qué pasa que es tonto, ¿no?, como se ha metido de todo de jóven, se ha quedao tonto, ¿no?…

Por principios

Cuando llegué aquí me quería comer Tokyo: quería hacer absolutamente de todo, ir a todos los sitios y rincones que no pude visitar la última vez, probar todos aquellos platos que no tuve oportunidad, aprender y hablar cada vez mejor japonés, hacer muchos amigos, o pocos pero que fuesen de verdad y a poder ser que no hablasen mi idioma…

Así que cuando se me puso a tiro la oportunidad de tener una profesora de japonés particular, la aproveché sin dudar. Y así fue como todos los viernes, de siete a ocho de la tarde, una chica que no acertaba muy bien a acordarse de mi nombre intentaba, sin éxito, enseñarme a distinguir entre los sonidos ‘yu’ y ‘jyu’.

Luego vinieron las clases de Karate que cogí con muchas ganas, y que eran especialmente duras al principio cuando no me enteraba ni papa de lo que pasaba la mitad de las veces. Fueron días duros, mucho más que ahora, tanto que hasta lo pasaba mal sólo de pensar en que tenía que ir. Más que físicamente, por la horrible sensación de estar donde quizás no debería, de pretender estar haciendo más de lo que me corresponde, de tener que enfrentarme de nuevo al japonés y al inglés como si tuviesen algo que ver con mi idioma y conmigo.

Entonces alcanzaba a ir dos veces por semana, y ni siquiera me planteaba pasarme por allí a ninguna de las clases de los sábados y domingos.

Pero yo sabía que quería, que debía estar allí y también que no iba a ser fácil empezar de nuevo desde cinturón blanco, así que con libros y PDFs descargados de internet e impresos de refilón en la oficina, pasaba las noches en casa delante del espejo ensayando movimientos, reaprendiendo katas y contribuyendo un poco más a la fama de raro que ya tenía entre los vecinos desde hace tiempo. Todo para alcanzar el nivel que se requería, para que fuese más llevadero empezar a empezar a aprender.


Y fue ya con el cinturón marrón sujetándome los pantalones, cuando decidí que había que tomárselo un poco más en serio, y me planteé ir tres veces por semana: lunes, miércoles y ahora también los viernes.
Pero claro, este día tenía clase de japonés y la profesora, además, le daba clases a otro de la oficina después de mi. Total: revolucioné a la sensei, a media oficina y a la mitad de su agenda de alumnos para cambiar las clases a los jueves.

El primer viernes que fuí había un profesor que no había visto nunca antes, un señor mayor al que saludé y que me ignoró por completo. Después vi que ignoraba a todos. En medio de la clase me pegó una patada en el muslo gritándome algo en japonés y yo no entendía nada. Después de darme cuatro gritos más por fin me di cuenta de que tenía la posición cambiada, así que la corregí. No recuerdo si me dolió la pierna, pero si sé que su patada acertó de lleno en mi orgullo.

El segundo viernes que fuí nos mandó sentarnos a todos y fue sacando a la gente por cinturones. Primero los blancos, luego los azules… cuando llegaron los marrones y yo me disponía a levantarme, él señaló sólo a una chica y le dijo que se levantase. Cuando acabó ella, sacó a los cinturones negros y al ver que yo seguía sentado me gritó que porqué no me había levantado cuando tocaban los marrones. Yo sólo alcancé a disculparme, aún sabiendo que fue culpa de él porque simplemente no me vió. El resto de la clase ni me miró, y eso que no dí pie con bola.

No hubo un tercer viernes.


A mis tardes/noches se sumaron las clases de la ceremonía del té y todos los días hacía algo… menos los viernes. Empecé a ir sábados por la mañana e incluso domingos, con lo que he estado hipotecando los fines de semana en su mayoría al no poder salir o estar demasiado cansado físicamente parar hacer algo en condiciones.

Siempre evitando las clases de los viernes.

El miércoles pasado un compañero todo escandalizado me dijo en el vestuario: «Oskar, quita tu ropa de ahí, madre mía». Resulta que estaba utilizando la taquilla del profesor simpatías, que por lo visto tiene una para él sólo, y me dijo «menos mal que no es viernes, lo mismo te echa».


Y entonces es cuando yo pensé que este hombre es pura fachada, que se ha ganado esa fama y se aprovecha de ella y que yo tengo una forma de ganarle que, desdeluego, no es quedándome en casa.

Así que a partir de esta semana, me volverá a ver por allí los viernes porque ya llevo tiempo aquí, ya sé lo que quiero y ya estoy preparado para aguantar lo que me eche.

Para que todo el jaleo que le preparé a la profesora de japonés y a mis compañeros no haya sido en vano. Para poder descansar los fines de semana y volver a hacer excursiones, o salir o lo que me apetezca sin haber descuidado mis clases.

Porque ahora cometo una cuarta parte de los fallos del principio, y las cosquillas que me busque serán bienvenidas si eso me ayuda a mejorar.

Porque ahora entenderé la mayor parte de lo que tenga que decirme si consigo ponerle un filtro a sus gritos y sus maneras.

Porque es un reto.

Pero sobretodo, por principios.


Susurros

Mientras en la agencia me buscaban un piso que quedase cerca de la oficina, yo me estuve hospedando en un Weekly Mansion en Gotanda. Durante dos semanas viví en una habitación pequeñísima con baño y minicocina. Se podría decir que es como un hotel pero sin ningún servicio: es decir, tu duermes allí el tiempo que te hospedes, pero no te va a venir nadie a limpiar la habitación o hacerte la cama, y tampoco te dan de comer. Es más barato, claro está.

El caso es que todas las noches cuando volvía andando de la oficina pasaba por una calle llena de personas puestas aquí y allá que no dejaban de otear a la gente. Había hombres con traje, pelos imposibles, gafas de sol a pesar de ser de noche y un pinganillo de esos que les hacía parecer tipos duros aunque muchos no aparentaban más allá de la veintena.

Y todas las noches alguna chica me seguía durante unos pasos y me ofrecía darme un masaje, o incluso sexo directamente bajo la atenta mirada de los hombres de traje que estaba claro que tenían algo que ver aunque pretendiesen lo contrario.

Yo apretaba el paso, negaba con la cabeza y me iba a mi habitación sin poder evitar pensar en qué estaría pasando en las habitaciones de al lado.


Durante tres noches seguidas uno de los entrajetados me ofreció sexo con «cute girls» en un local que, por lo visto, quedaba muy cerca. Y siempre le decía que no. La última noche insistió mucho, muchísimo, y nervioso por la situación le acabé medio gritando que yo me hospedaba allí y que me dejase de preguntar todas las noches ya de una vez porque no me iba a ir con él a ningún lado. El entrajetado se puso muy serio y se fue, y dio resultado porque los siguientes días cuando me veía simplemente me ignoraba.

Hace mucho tiempo ya de aquello, pero siempre que paso por la estación de Gotanda, que no me queda más remedio porque es donde hago transbordo a mi línea, me acuerdo de lo fácil y rápido que aprendí dónde estaba la zona por la que convenía no pasear cuando el sol se metía a dormir.


Pero no hay que ir hasta aquella calle para darse cuenta de que algo raro pasa. En la salida de la estación se ven a los mismos hombres entrajetados que observan pacientes a los que pasamos. Y cuando ven a una chica guapa, jóven, se acercan y le susurran. Ellas, como hacía yo, aprietan el paso y niegan con la cabeza, pero ellos insisten. Hasta las agarran del brazo y las hacen pararse por un momento a escuchar sus susurros, pero ellas siempre se zafan y se van, incluso corren.

Ellos ríen. Y vuelven a sus teléfonos móviles, y a su puesto de vigilancia, y prepararán mentalmente cómo susurrarle a la siguiente chica que trabaje para él, que ganará mucho dinero, que le acompañe para hablar de cuánto y de lo fácil que va a ser.

A nadie parece importarle, y mucho menos a ellos que con sus susurros parecen buscar una discreción que no lo es en absoluto. Y menos porque incluso lo hacen a pleno día.

Yo me uno al resto. Y todos juntos pasamos de largo.


Costumbres

Con el pasar de los días uno comparte tiempo y espacio con personas tan diferentes entre sí como la noche del día, y aunque siempre es enriquecedor observar y aprender del resto, hay muchas veces en que la experiencia tiende a ser desagradable, por mucho que se entienda y se asuma que hay otras otras costumbres distintas a lo que nosotros llevamos haciendo desde críos y que entendemos por nuestra cultura.

En el caso de los japoneses, la gran mayoría que conozco, sino son todos, hacen muchísimo ruido cuando sorben los fideos del ramen, el udon o soba. Hay quien dice que es para enfriarlos y poder comerlos pronto, lo que tiene su parte de verdad porque yo mismo lo hago muchas veces y funciona. Pero aunque me he acostumbrado, no puedo evitar acordarme de la primera vez que vinimos en el avión y el de al lado se puso a hacer ese ruido tan desagradable y que de tan mala educación nos parece a nosotros. Seguramente lo seguirán haciendo al salir del país.

El chino que tengo delante, y según me cuentan por ahí no es el único, come con la boca abierta. Da igual que sea un bollo de chocolate, que patatas fritas de paquete, que spaguettis con tomate. El tío considera que tiene que acompañar su ingesta con un bonito sonido de babas y una no menos elaborada panorámica de la pasta resultante. Es superior a mi, no puedo con ello y cuando le veo que va camino del microondas con su táper, una de dos: o pongo Extremoduro a tope en el iPod, o me voy a la calle a dar un paseo. No lo aguanto, me parece que eso no son maneras de comer delante de otras personas.

Una vez formaron un equipo Grissom, el Dr. House y Dexter para tratar de entender al franchute, y se fueron a casa con ojeras. A Grissom se le acabaron los sprays, Dexter se hizo un jersey con las cuerdas esas de simular trayectorias de balas y House salió corriendo sin bastón ni nada. El tío es para dar de comer a parte de los que comen a parte: más de siete años en Japón y no es capaz de no poner caras de asco cuando ve sushi, lo más sofisticado que le he visto comer yo es un croasán. Ahora mismo está aquí al lado de mí en la oficina, que hace más de 25º, y tiene puesto un gorro de lana, una bufanda y una chaqueta mientras le da a las teclas. Digo yo que se quita los guantes para acertar a darle a la Ç.

Pero yo iba por el tema educación, que es que este hombre me inspira y me desvío. El caso es que aquí no está bien visto sonarse los mocos en público, y si uno lo hace, hay que intentar disimularlo no haciendo ruido e intentando taparse. Yo no lo sabía al principio hasta que Akira me lo dijo, así que ya no lo hago.

El gabacho es el trompetero de Shrek después de casi llevar en Japón más tiempo que Nintendo. Tengo que reconocer que de tan auténtico que es el tío, últimamente me cae bien, aunque siempre negaré esto por mucho que me peguen.

El parlapuñaos, el que es como Eminem pero con entradas, es el vivo ejemplo de la irreverencia y la mala educación. Para él es igual estar viviendo en Japón que en California, de hecho si fuese a Cuenca seguiría siendo igual. Con su ego por bandera, se ríe de todo y de todos, se queja de cualquier cosa que tenga que ver con Japón y los japoneses, a pesar de lo cual sigue aquí.

El otro franchute, uno que viene a Karate conmigo, otro que tal baila. El tío lleva más de quince años en Japón y hablo yo japonés mejor que él. Pero es normal: yo pongo un mínimo de interés y a él le da exactamente igual. Es cortante, cuando habla con algún japonés le dice directamente lo que piensa tal cual. Si algo no le gusta, lo dice con lo que a veces la situación se vuelve incómoda. Como cuando probó un onigiri que había hecho la madre de un chaval en el entrenamiento del frío, y el tío dijo «que asco, yo esto no me lo como» estando la madre al lado. Quien, por cierto, le pidió perdón. Ojo, no creo que sea malo decir lo que uno piensa, pero las maneras son importantes.

Yo nunca le diré a nadie cómo debe actuar, eso de ir por la vida dando lecciones y consejos es derrochar arrogancia enmascarando vanidad. Y tampoco soy quién para no respetar costumbres de otros, y mucho menos estando viviendo en un país que no es el mío. Diría más: considero una suerte poder abrir mi mente al conocer a gente tan variopinta, franchutes a parte.

Pero me surge la duda de dónde está el límite entre conservar las raíces de uno, a las que tanto nos aferramos estando fuera, y adaptarse a la cultura del lugar donde se está viviendo por aquello de donde fueres, haz lo que vieres.

Yo me he adaptado, lo reconozco: me tiro todo el día representando el papel del extranjero modelo desde que salgo de casa hasta que vuelvo a entrar. Hago reverencias, pido permiso cuando paso delante de alguien, nunca digo que no directamente sino que pongo caras… Pero ¿hago bien? ¿no debería ser yo mismo?, quizás el chino disfrute comiendo con la boca abierta porque es lo que ha hecho siempre y puede que ni sepa que al resto nos molesta.

Aunque quizás la pregunta más importante es: ¿debería dejar de hacerlo aún sabiéndolo?

Yo ya no tengo la respuesta tan clara.

Aunque a la hora de comer quiera matar al pastababas de los huevos.

Casa Artista

Mira que le he estado dando vueltas al título para no poner el mismo que puso Guille, pero es que no encuentro uno mejor, menudos artistas, y además en su casa que estaban.

El caso es que el viernes pasado nos fuimos unos cuantos a un tablao flamenco que tiene una familia de japoneses en Shin Okubo. Quedamos sobre las nueve y media, pero Guille y yo quisimos saber llegar (que lo dijo un arriero y, por tanto, es importante) y nos fuimos un rataco antes a un izakaya a prepararnos.

Cuando ya llegaron todos una horilla y pico más tarde, para allá que nos fuimos. Uno entra en el local y se encuentra con sillas típicas de estas del culo de cuerda, todo decorado con abanicos, castañuelas, carteles de toros… y cuando estábamos ahí ya sentados en la mesa de repente llega el jefe del bar con unas patillas que parecían los brazos de Alf pero en gris, vestido con una camisa roja enseñando pelamen pechil a lo Michael Knight y va y nos trae unos platos con pipas.

¡Aquello prometía una jartá!

Aquí va una foto que sacó Guille:

Yo pondría un botijo por ahí en una esquina, y ya lo bordaba (que igual había, ojo)

La gente con la que fui no hacían más que preguntarle que a ver si iba a bailar, estos se las sabían todas ya. Y yo que me dejé la cámara en casa, mecagüen. Pero como tenía el mejor sitio para sacar fotos, Javi me pasó la suya y ahí estuve afotando mientras el patriarca tocaba la guitarra, la mujer cantaba y los demás iban bailando:

Soy un total negao en esto del flamenqueo, pero a mi me parecía que lo hacían muy bien

Y menuda pasión le ponían, madre

Y aquí el niño de la patillaexagerá tocaba pasote de bien

¡Además que era un salao!

Menudo arte! Como arte también tiene el que diseñó el menú del local (foto también arramplada del blog de Nere y Guille, hoy ando de mangui…)


La cosa es que no sólo estuve afotando, sino que también estuve agrabando!! así que aquí podréis ver al hijo de la familia (es un chico) bailando como un campeón. La señora cantaba muy bien también, aunque ponía la boca que parecía que estaba con el Listerine y yo creo que la mitad del castellano se lo inventaba:

Y bueno, eso por no hablar de un figura que había en el local que daba más miedo que tirar de la cadena en un avión estando todavía sentado. Por supuesto, hubo foto:

El tío no es que tuviera un tatuaje, es que parecía un tebeo de Mortadelo

Aunque yo me quedo con esta otra:

Me gana, me gana

Me pareció que tienen el asunto muy logrado, y que si venís a Tokyo merece mucho la pena ir a verlo porque es curiosísimo y seguro que os encanta. Además, ponen pipas.

La página web no tiene ningún desperdicio en absoluto tampoco.

Tanto me ha gustao, que lo he metido en las ikuexcursiones, mira tu, para mi esto es algo más recomendado que subirse a la Tokyo Tower, por ejemplo:


Mi día

Mi día empieza con música que suena enlatada desde dentro del teléfono móvil y se atreve a interrumpir mis sueños. Mi día es preparar un café, y pretender que es un desayuno. Es encontrarme en el espejo y a veces descubrirme mirando fijamente a los ojos del que tengo delante como si quisiese saber qué piensa realmente esa otra persona que soy yo.

Es un viento frío que me obliga a caminar deprisa a la vez que una canción eclipsa un sentido mientras los otros cuatro se impregnan de vivir donde vivo. Es un tren siempre lleno, y siempre de desconocidos. Son unas horas delante de un ordenador, un paseo robado al salario, un ir y venir de preocupaciones muchas veces enmascaradas por alegrías y tristezas.

Es que me visiten a la mente personas que no están conmigo y que antes estaban y ahora se cuelan sin que ellos lo sepan. ¿Cómo estarán? ¿qué estarán haciendo ahora? ¿se acordarán ellos de mi?

Es un libro en castellano que me ayuda a recordar de dónde vengo en medio de casi no saber dónde estoy.

Es ponerme un traje blanco y que durante hora y media no importe nada más que sintonizar cuerpo y mente para intentar volver a sentir esa satisfacción de haber entregado lo mejor que pude dar. Es hacer del honor y del respeto mi guía sin dejarme engañar por el falso valor de los halagos, las derrotas o las victorias. Sin importar que el cuerpo se queje al día siguiente, porque mando yo y no él, y seré yo quién decida cuando parar.

Es compartir tiempo con una persona que casi me dobla en edad y con los suyos, que ya hace mucho que siento como míos. Y charlas en mexicano, y carcajadas, ilusiones, sueños y sentimientos que no entienden de idiomas porque de tanto sentirse, se expresan desde lejos sin ni siquiera abrir la boca.

Es dejarme cuidar por mis amigos, mis profesores, mis compañeros. Satisfacer curiosidades sobre mi lugar de origen, mi forma de ser, mis manías y rarezas. Es compartir mi día con otros días de otras personas y recalentar el alma a base de arrimarla a otras almas.

Es preparar un té a invitados a veces desconocidos intentando que cada movimiento se convierta en un gesto y que cada mirada estudiada trate de parecer espontánea. Es que durante tres horas el detalle sea tan tenido en cuenta que se pierda su concepto. Que me traten como uno más sin serlo, pero siéndolo.

Mi día es que haya muy pocas veces donde uno sepa con total certeza qué está ocurriendo o de qué se está hablando y sin embargo acostumbrarse a ello consiguiendo reaccionar con naturalidad. Es que a veces parezca que falten horas mientras que otras es como si no se acabase nunca.

A mi día vienen recuerdos de otros días y hay también un hueco para los sueños y esperanzas puestas en otros muchos que vendrán.

En mi día también hay noche, pero es secreta.


Setsubun

Hoy es el día del Setsubun en Japón.


¿Qué?, como si os digo que es el día del tacatón leré, ¿no? No pasa naaaaada, ya os cuento yo la historia que para eso me he enterao. Aunque ahora que lo pienso: yo lo que sé es porque lo he leido en el blog de Nora, así que con su permiso, pongo el enlace y mejor que lo leáis vosotros mismos y luego ya si eso seguís conmigo:

¿Ya os lo habéis leido? ¿seguro?. Bueno, vale, nos fiaremos. Pero es que hoy estoy muy mandón, así que antes de lo mío, os tengo que poner un video que hicieron Ale y Ai que está muy chulo sobre el tema. ¡Vedlo vedlo!

¡Espera! que resulta que en escuchajaponés, Ale y Ai nos han dejado un especial también!!.

Ahora viene lo mío!. Como el año pasado nevó y se canceló, hoy me he propuesto no perdérmelo y para el templo de al lado de mi casa que me he ido. Allí había mucha gente, y eso que estamos entre semana y eran las tres de la tarde, aunque también es verdad que la media de edad estaba en torno a la Bimbambún, más o menos.





Claro, yo después de ver el video de Ai y Ale, y la explicación de Nora, pensaba que iba a salir un tío ahí disfrazado de demonio y que todo el mundo le iba a tirar semillas de soja tostadas gritándole eso de «el diablo pafuera, el diablo pafuera, la suerte padentro, la suerte padentro». Así que, cámara en mano, me he pegado un susto del copón cuando ha pasado lo que ha pasado… intentad no marearos, que yo no sabía ni pa donde apuntar!

A mitad he cogido una bolsa de las que han tirado, pero se la he dado a una señora porque me ha puesto una cara la pobre… Pero los dioses me lo han agradecido y después he tenido la suerte de coger otra. Bueno era que o las cogían o me daban en la cabeza.

Cuando he llegado a casa y me he puesto a comer tantas como mi edad, resulta que no llegaba!!! la leche que bajón!!. En fin, para consolarme, me he comprado unos diablillos y unos fideos soba especiales por ser el día de hoy y me han regalado hasta una careta.



Y en la clase de té, también hemos tenido celebración especial:



Y hasta el tío de la tienda de golf me ha maqueado a Godzilla para la ocasión:


Vaya día curioso…

¡¡Por cierto, no me crece el pelo ni patrás!!

Aquí, allá

Hoy día dos de febrero, hace un mes que cogí el avión que ponía punto y final a mi visita de dos semanas a mi familia y amigos. De igual manera que allí me preguntaban cómo es estar viviendo en Japón, aquí los que saben que hacía mucho que no regresaba, me preguntaron cómo encontré todo aquello después de casi dos años.

Y aunque he vivido allí toda mi vida, hay cosas de las que me he olvidado, o me he querido olvidar, y otras que no sabía que echaba tanto de menos hasta que las he vuelto a vivir.

Vamos a ello:

¡¡La gente es enorme!!. Bueno, en realidad yo soy bajito, pero cuando se juntan ambas circunstancias, la sensación es de serlo todavía mucho más. Resulta que en los bares a nada que me descuidaba tenía a las cuatro torres del ajedrez encerrándome con sus espaldas. Esto en Tokyo no me pasa, o me pasa pero mucho menos. No es que aquí sea Gasol sin barba, pero estoy en la media, lo que es genial después de haber sido el ikupitufo toda mi vida.

– Al principio de todo me daba vergüenza escuchar conversaciones ajenas. Fue como si fuese delito que entendiese lo que estaban diciendo otras personas por la calle, de tan raro que me parecía.

– Me las he visto y deseado para encontrar pantalones de mi talla. No tengo ningún problema con nikis, jerseys o camisas a pesar de que mi talla cambia de M a S nada más salir de aquí. Pero resulta que mi culo no llena ningún pantalón de los que venden las tiendas de por allí, o casi ninguno porque al final me compré tres, pero después de probarme la mitad de los que había en la mitad de las tiendas de Bilbao. Aquí entro y sé que tienen mi talla, dejando los parámetros en dos: que me gusten y el precio. Así que cuando vuelva o me abono al BurgerKing o seguiremos visitando la planta de El Corte Inglés de niño (aunque me niego a que mi madre entre conmigo en el probador!)

– La calle está llena de papeleras, ¡pero muchas muchas, un montón y en todas las esquinas!, menudo alivio fue no tener que llevar los bolsillos llenos de bolsas vacías y papelajos. Aunque la razón oficial por la que en Tokyo no hay es el incidente del gas sarín en el metro, no me entra en la cabeza que sigan sin poner. Aún así, tiene huevos que no ves ni un papel por la calle.

Busca busca, a ver si ves una

¡Las tiendas de chucherías! Redescubrí el maná de todo ikuapañao, lo que fue la base de mis cenas durante décadas!! Esos regalices de cinco, los jamones de diez que eran más largos (aunque más delgaos, como si estirasen los de cinco con los dedos), los triskis, los gusanitos de Heidi… Y con tanto derroche culinario, también redescubrí los ardores de estómago domingueros con la farmacia de guardia proveedora de Almax en la otra esquina de la ciudad.

La gente es super ruidosa. Al día siguiente de llegar, me fui a Bilbao en tren y me dieron ganas de levantarme y gritar un «¡os queréis callar ya, pesaos!», porque todo el mundo hablaba a gritos, y flipé con una conversación donde las dos señoras hablaban a la vez, y encima se entendían. De hecho a mi me llamaron por teléfono un par de veces y no cogí… ¡¡porque me daba vergüenza!!. En Tokyo, no se si sabéis, pero no se puede hablar por el móvil en el metro.

El stress que generan los coches y todo lo que ello conlleva me pareció de locos. La gente llegaba tarde y mosqueada porque no encontraba donde aparcar, las caravanas con coches colándose por donde podían, pitidos, malas caras… y pensar que a mi me pusieron una multa porque precisamente hacía todos los días eso de colarme al final cuando salía de trabajar…

– Las revistas, los periódicos, la tele… ¡¡todo en castellano!!. Me encantaba ver el telediario y leer las noticias. Hasta me compré cuatro revistas que traje en el viaje de vuelta y que tengo encima de la mesa en casa y me gusta releer de vez en cuando.

– El primer día que quedé con mis antiguos compañeros de currelo en Pozas en Bilbao, el barrio por excelencia para salir de vinos, me maravilló ver cómo todo el mundo estaba fuera del bar con vasos en la mano. Me pareció genial ese ambiente de buen rollo, de no tener que estar metido dentro del bar, de estar ahí hablando en corros con la melena al viento y la otra mano en el bolsillo del frío que hacía. ¡Genial!

– Las comidas, a mediodía, más que rutina eran un reto. ¿Qué es eso de comer un platazo de cocido, y después otro de carne con patatas?, madre del amor hermoso, yo después del primer plato me plantaba. Y mi madre preocupada, claro, y yo jarto de huntar el pan, el otro maná prometido.

Otra cosa será que hablemos de pintxos, que para esos siempre hay sitio

– La poquita gente que había en los sitios… uno entraba a una tienda de ropa y te podías mover perfectamente con tres o cuatro prendas cogidas en la mano, y no tuve que hacer cola en ningún probador. En los pasos de cebra, mirabas para delante y ¡¡había huecos!!. Los trenes iban medio vacíos estando, como mucho veinte personas esperando en el andén… todo así. Una sensación maravillosa, por cierto, desestresante aunque uno se acabe acostumbrando a las marabuntas que hay aquí.

¡Los dos besos! ¡que me daba vergüenza dar los dos besos!, amigas mías, perdonadme si os puse caras raras, fue la falta de costumbre…

– ¡El euro!, ¿pero qué jaleo es ese de pagar con billetes que parecen del monopoly con cifras super bajas?, ¿os queréis creer que me hacía la picha un lío?. Al principio mirando el número de las monedas porque a parte de la de 1 Euro, que esa me quedaba clara, el resto hasta que no lo veía no sabía de cuanto era.

Las máquinas de bebidas. O su ausencia más bien, un día por Bilbao estuve buscando una máquina de bebidas durante mi paseo de hora y media y no la encontré. Al final me metí en un supermercado a comprar una miserable lata de Aquarius haciendo cola detrás de tres señoras… Aunque la verdad es que sabiendo como las tratan allí, a las máquinas, no a las señoras, lo entiendo perfectamente.

– La presión con la que sale el agua al tirar de la cadena. Hombre, no es que aquí tengamos un defcon 4, pero allí me pareció que salía súper poca agua y como a cámara lenta. Otro día hablaré de los sustos que me pego con el mecanismo que tienen los aviones, que cada vez que tiro de la cadena me da la sensación de que me chupa el alma aquello.

Y que no estuviesen enchufaos como este…

¡Los combinis!. Toshiki, el compañero japonés que vino a verme, me lo decía a gritos: «¡que no hay combinis, macho!«. Y yo le decía: «¡¡ya!!«. Las tiendas estas de 24 horas que tienen de todo y que en Tokyo hay en cualquier esquina… ¡pues allí no!, como mucho en una gasolinera con los precios doblados y las vueltas con olor a sin plomo +.

– Cuando vino Bea a buscarme a la estación, me dijo al entrar a su coche: «¿me lo ha parecido a mi, o te has limpiado los zapatos antes de entrar?«. Pues si, resulta que por lo visto me daba palo entrar en los sitios con los zapatos puestos, así que inconscientemente me los limpiaba contra la acera o el felpudo o lo que hubiese…

– Al dar las gracias me salía a veces la reverencia y los colegas se descojonaban. En casa ya ni me decían nada, me dejaban hacer, total.

– Los premios perrunos por la calle… hay calles por las que uno pasea como si estuviese jugando al twister para no pisarlos.

¡Las tiendas cierran los domingos, y a mediodía!. Así que como no me acordaba y no sabía que hacer me metí en el cine. Por cierto, que dejé la mochila encima del asiento y fui a comprar palomitas. Cuando estaba pagando, de repente, me acordé de que dentro de la mochila dejé el iPhone, la cámara reflex, la cámara de video y un sobre con 350€ de una cuenta que acababa de cancelar del banco. Y yo comprando palomitas en la otra esquina del local.

Y más que ahora mismo no me acuerdo. Ya véis lo que son las cosas, a todo se acostumbra uno y de todo cuesta desacostumbrarse. La verdad es que todavía no sabría deciros con qué sitio me quedaba…


Tío Tosca, tío Tosca

– Cuéntame otra vez el cuento ese del sitio de las casas esas altas que hay tantos vecinos

– Vaaaale. Te lo cuento, pero me tienes que escuchar muy atenta, ¿eh?, que siempre te duermes y luego no sabes el final.



Todo empezó en un país que está muy lejos de donde vives tú, porque el mundo es muy grande ¿sabes?, y hay mucha gente que es muy distinta que tu y que yo. En este país tienen los ojos de otra forma, y las chicas llevan el pelo laaaargo y es negro, y por la calle hay muchos señores que van siempre con traje.

– ¡Como los ministros!


– Jaja, si, como los ministros, con corbata y todo, aunque yo creo que estos trabajan más. Bueno, pues mucho tiempo atrás hubo una guerra y aunque en todas las guerras yo creo que todos pierden, en ésta oficialmente los que perdieron fueron ellos. Y la capital del país, que es como Madrid pero allí y sin Pirulí, quedó destrozada porque muchos aviones tiraron bombas.

– Alaaa, jo

– Si, pero no te preocupes porque ¿sabes qué hicieron?, pues como todo estaba muy feo y muy sucio, se pusieron a trabajar todos unidos y consiguieron limpiar todo el tinglado y

– ¿Qué es un tungrado?

– No no, «tinglado», es como todo el lío, el jaleo…

– ¡Pues dí jaleo, que jaleo si te entiendo!

– Vale vale, perdona, perdona… Bueno, pues te iba diciendo que entre todos, hicieron que el país pasase de estar destrozado a que fuese uno de los más ricos y prósperos del mundo. Próspero significa que trabajaron mucho para hacer las cosas muy bien y todo el mundo quería comprarles coches y cosas electrónicas, y entonces ganaron mucho dinero y pudieron construir …

– Tío tío, tengo pis

– ¿No te puedes esperar?

– Noooooooouuuuoooooo!!!!

– Vale vale, no grites, venga, te enciendo las luces del pasillo y vas tu sola como la última vez, ¿vale?.

– Vaaaaale

– ¿Te has apañado tu sola?

– Claro, ya soy mayor, soy más alta que Luis, que tiene piojos y su madre le lava la cabeza con vinagre y huele raro

– Jaja, es verdad, siempre se me olvida! te decía que como ganaron tanto dinero, pudieron construir muchos rascacielos, que son casas muuuuuy altas donde trabaja muuuuuucha, pero mucha mucha gente.

– ¿Cómo en el codte ingles?

– Más

– Más que en el codte ingles no me lo creo, porque alli trabajan cienes de gente y venden de todo.

-Pues creételo porque ya te he dicho que el tío Tosca no te va a mentir, como mucho te contaré tonterías, pero mentirte no.

– Jaja, tontedias

– Y como son tan altas estas casas, todo el mundo mira para arriba cuando las ve y te dejan subir arribotas del todo y puedes mirar por la ventana a la gente de abajo que casi no se ven porque son pequeñitos pequeñitos, como los pitufos.

– ¿Qué son los pitufos?






– Joe, no me digas que no sabes quienes son los pitufos… ¿no lo dan por la tele?, madre mía que viejo soy. Son unos dibujos animados que son muy bajitos y viven en setas de lo pequeños que son. Ya sé, como David el Gnomo!

– ¿Qué es David el mono?

– Otros dibus… bueno, es igual, que se ve a la gente muy pequeñita, y si uno mira para arriba parece que se pueden tocar las nubes con solo levantar la mano. Por eso se llaman rascacielos, porque de tan altas que son las casas, parece que tocan el cielo.

– ¿Pero al cielo también le pica? A mi a veces me pica el brazo y si me lo rasco se me pone roooojooo y mamá me chilla

– Jaja, pues igual si que le pican las nubes o algo, vete a saber

– ¿Y tienen uñas?

– Nooooo, ¿cómo van a tener uñas?, tienes cada cosa, jajaja

– ¿Te digo una cosa? quiero subir a una casa de esas que rascan y ver a señores pequeñitos con trajecitos y reirme

– Vale, pero tienes que ser un poco más mayor

– ¡Yo ya soy mayor!

– Un poco más

– ¿Cuánto de gande?

– Cuando llegues a los interruptores para encender la luz tu sola, te llevo a uno

– Vale, pero tienes que sacarme una foto que ya sé salir y no cierro los ojos ni nada

– Vaaaale. Pero ahora ciérralos que ya es tarde y tienes que dormirte…







– Hasta mañana tío

– Hasta mañana

El táper de hojas de lechuga

Otro clásico de mi alimentación que ya manejo con soltura y cierto gracejo. Así que es menester que semejante envasado y presentación sea analizado para algarabía y festividad de la madre de Peneke.

Me estoy refiriendo, conikuciudadanos, ni más ni menos que al:

¡Táper de lechuga!

En efecto, uno va al súpermercado y aunque también hay bolsas estilo Florette, lo que llama la atención al Penekeojo experto es esto:

Haciendo honor a su nombre: un táper con hojas de lechuga puestas ahí como folios unas encimas de otras

Las hojas son perfectas: el mismo tamaño, ni una parte marrón… dan ganas de hacerse un póster (Que lo llamaríamos «El póster lechugero» y seguro que triunfaba en el Guggenheim, visto lo que suele haber colgao)

Pero como hay que alimentarse, lo que yo me hago son unas ensaladas que no se las salta un manatí perdiguero!

Lluvias

El 26 de agosto de 1983 empezó a caer en Bilbao una tromba de agua que nadie se esperaba, provocando que la ría se desbordase y que el agua cubriese hasta más de cinco metros en algunas calles del Casco Viejo.

Yo recuerdo vagamente verlo por la televisión, y que también hubo «riada» en mi pueblo donde el garaje de mis padres, que siempre se inundaba al de dos txirimiris, se llenó hasta arriba de agua y mi vecino del cuarto, el bombero, allí andaba con el camión achicando. Que, por cierto, me hice la picha un lío porque yo pensaba que los bomberos sólo apagaban fuegos y aquello era poco menos que lo contrario.

Después de ver cómo estaban ayer las cosas por Bizkaia, yo creo que a muchos nos ha venido a la mente la historia de aquél verano del 83.

Y entonces me he acordado que en navidades, cuando estuve con Bea de pintxos por el
Casco Viejo, en un bar tenían señalada la marca de hasta donde llegó el agua:


Y aunque no tiene nada que ver con el tema, me encantó el mensaje de la pizarra que tenían al lado:

El ikuapañao 2: pasando la aspiradora

Bienvenidos a una nueva entrega del Ikuapañao. Hoy os recomiendo que pongáis el cronómetro y veáis lo que se tarda en realizar en Tokyo una de las tareas domésticas más tediosas.

Pasemos, sin más dilación, a los hechos documentados audiovisualmente:

Para que los que tienen un iPhone no se pierdan tan impresionante documento, aquí está el video en youtube también.

Ikukarate

Erase que se era que me apunte a Karate nada mas llegar a Tokyo, y que me ha pasado de todo… hasta recibir el mayor soplamocos que me han dado en mi vida.

Aunque echando la vista atras, me volveria a apuntar sin dudarlo y lo cierto es que no veo el momento de la revancha…

Ossss

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