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El chikan hostiado

Ayer recordé de sopetón aquella vez que me topé con un acosador asqueroso en el metro de Tokio, aunque lo sucedido aquél día no fue prácticamente nada comparado con… bueno, a ver si soy capaz de transmitir un poco de lo que viví yo anoche, que cuando llegué a casa todavía seguía con los nervios puestos debajo de la chaqueta.

Total, el caso es que yo volvía de una magistral clase de Karate que, como todos los martes, nos regaló Suzuki Sensei. En todas y cada una de las clases se aprende algo nuevo, esto que puede parecer banal toma especial importancia si tenemos en cuenta que empecé a hacer karate hace ya más de 20 años con algún que otro parón de por medio. Suzuki Sensei siempre le dará una vuelta más a algo que pensabas que te sabías. En Karate nunca se deja de aprender, el reto que supone es tan motivante que nunca se le quitan a uno las ganas de seguir yendo para ver si la siguiente clase es esa que nunca llega en la que todo se domina.

Desde que trabajo en Gotanda la ida al dojo es sencilla, pero la vuelta a casa se complica: recorrer los 15km de rigor en bici después de dos horas de patadas y posiciones bajas es una de esas locuras que me permito perpetrarle a mi cuerpo. Pero ayer dio mucha más lluvia de la que luego fue, así que volví en tren. Tengo tres transbordos, lo que hacen un total de cuatro líneas distintas: Ikegami, Yamanote, Inokashira y Keiyo. En la segunda, la Yamanote, coincidí con un chico nuevo de Karate que conocí en el entrenamiento de esa misma noche y estuvimos hablando del examen de cinturón negro al que se presentará el martes que viene. Un tío muy majo, por cierto, al que despedí en Shibuya donde tiré para la Inokashira, línea que raro es que no esté atiborrada… esos vagones son el infierno, bendita bicicleta.

Yo me puse a la cola y deje pasar un tren para montarme en el segundo y asegurarme un sitio. Allí me senté en cuanto se abrieron las puertas y poco tardó aquel vagón en ponerse hasta arriba de personas, a veces me pregunto cuanta gente puede caber en uno solo de esos vagones… diría que más de doscientas almas allí se embuten, doscientas veinte si contamos los de última hora que se cuelan de espaldas haciéndose paso a vuelta de culear para dentro.

No habían pasado ni dos estaciones cuando escuché gritos de fondo. Me quité los auriculares y descubrí a un gaijin, ni más ni menos gaijin que yo, que estaba gritando movidas en japonés:

– Has sido tu, que te he visto, ¿qué coño te crees que estás haciendo?, has sido tu no me lo niegues que te he visto, pedazo de hijo de puta.
– Por menos de esto en mi país te matan (korosareru), ¿me oyes?, no digas que no, malnacido de mierda

Y así un montón de insultos más. Alcé la vista y la chica que estaba delante de mi estaba llorando. Entendí al instante la situación que fue muy parecida a la que viví yo: un baboso de estos que dicen que hay en los trenes que vete a saber lo que le había hecho a aquella pobre chica que no dejaba de sollozar, y un testigo de toda la historia que no dudó en actuar.

Yo aquél día me limité a ponerme en medio y dar un par de toques de atención sin mediar palabra. El chico de ayer se fue al otro extremo y quiso que todo Dios se enterase del asunto señalándole, zarandeándole y llamándole de todo. Al ver a la chica llorar, algunos más se le unieron y ya eran tres los que le tenían acorralado entre insultos y meneos.

El tren entonces llegó a la siguiente estación, el extranjero se bajó con la chica con la intención de denunciar al pavo que la verdad es que no tenía muy claro como reaccionar y no se movía de allí. Entonces el gaijin volvió a entrar y mientras gritaba que saliese del vagón, le agarró de los pelos y se lo llevaba arrastrando. El otro que no quería salir, se zafó y entonces uno de los que había allí le empezó a empujar gritándole también que iba a salir de aquel vagón por las buenas o por las malas, que empezase a andar. Pero el pavo se resistía, no sé muy bien qué pasaría por su cabeza, quizás que si no se movía de donde estaba la cosa se iba a calmar y podría llegar hasta su estación como si nada una noche más…

El extranjero cuando volvió a entrar ya tenía bien claro que había que sacarle a hostias y fue directo a por él metiéndole tres puñetazos seguidos repartidos entre la boca y la nariz. Si ya estábamos todos bastante nerviosos, aunque ni la mitad que aquel extranjero menudo que menudo resultó ser, ver la sangre en la cara de aquel elemento nos acabó de desatar y fuimos unos cuantos los que le intentamos calmar: tranquilo, ya está, ya le hemos pillado, ahora que se lo lleven, tu tranquilo.

Ahí es cuando entró el jefe de estación preguntando por la situación, y cuando todos confirmaron la historia del hostiante, se llevaron al hostiado supongo que con la intención de llamar a la policía.

Al gaijin digo yo que una tila le habría venido bien, pero, ¿sabéis lo que os digo?, ole sus cojones. Yo no fui capaz, ni creo que haya que llegar a ese extremo, de actuar tan violentamente, pero si que debí haber montado el pollo para que al menos todo el mundo se enterase de lo que estaba pasando y así supiese que tiene consecuencias.

El tren siguió su ruta y por megafonía se escuchó «llegamos dos minutos tarde por culpa de un pequeño incidente, perdonen las molestias». Já, pequeño, y le dejaron la nariz como a Calamardo.

Esta mañana se lo he contado a Chiaki poniendo énfasis en los puñetazos, en la sangre, en lo violento de la situación dando a entender que quizás no se debía haber llegado tan lejos como para medirle el morro.

いいじゃん、もうやらないでしょう? me ha contestado. «Que se joda, así no lo hace más» traduzco e interpreto yo y de paso le doy toda la razón. Que asco de gente.

Chikan

Ese día llovía a mares, creo recordar que fue el segundo tifón al que le dió por pasarse por Tokio a saludar. Esto de los tifones es algo curioso: hace un viento acojonante y llueve en toda dirección excepto la estrictamente vertical para, al día siguiente, hacer un sol del copón y no ver ni una nube asomando.

A no ser que quisiese acabar pedaleando en la punta de la Sky Tree, mejor aparcar la bici e ir en tren. Y eso que últimamente me he comprado un chubasquero de cuerpo entero y no me rindo con lo de ir en bici ni aunque caiga la de Dios es Cristo. Pero es que ese día caía la de Dios es Cristo y Buda juntos.

Total, que me monté en un tren repleto de gente y traté de hacerme hueco cerca de una de las barras de al lado de la puerta que delimitan los asientos. Allí, justo donde quería ir yo, había un señor mayor con camisa de manga corta y pantalón de traje que se había hecho fuerte con un periódico entre sus manos y los codos apuntando hacia fuera a modo de protección. Tenía pintas de ser más salado que un cubo de mierda, así que no pensaba yo acercarme demasiado pero en estas que mucha más gente entró en el vagón y empujón a empujón di con mis riñones contra uno de sus codos colocados expresamente a tal efecto. Noté que no doblaba el brazo, que estaba haciendo fuerza para poder tener su espacio periodístico intacto mientras el resto nos apelotábamos unos contra otros cada vez más. Aparte de lo injusto de la situación, de que un rascayú quisiese leer el periódico en un vagón repleto de gente, me estaba haciendo daño así que le aparté el codo de una hostia con el mío y aproveché la inercia para empujarle con el culo haciéndole ceder el espacio que no se había ganado con su cara de palo. El viejo gruñió algo mientras al cerrar el periódico le daba en la cabeza, supongo que sin querer, a la chica que estaba sentada delante. Yo me giré más, le miré directamente a los ojos y le volví a empujar con la cadera haciéndole ir todavía más para allá. Ahí viendo que la cosa era adrede y con cierta expresión de sorpresa por la cara del que tenía delante, ahí ya si, ya se calló y apechugó.

Al de dos o tres estaciones y por el trasiego de ir y venir de pasajeros, el vagón seguía repleto, pero una chica de mediana edad coincidió que se colocó entre el viejo cascarrabias y yo. Era una chica menuda, bastante más baja que cualquiera de nosotros dos, tampoco vestía de manera especial, no destacaba de ninguna de las maneras. Pero el viejo asqueroso le echó el ojo enseguida. Aunque había oído muchas historias, era la primera vez que presenciaba algo semejante y supe que era así porque se le veían las intenciones desde lejos. Se metió una mano en el bolsillo y empezó, nervioso, mirando aquí y allá, a acercarse cada vez más a ella hasta que su cabeza quedó justo por encima del escote de la chiquilla, escote que no dejaba de mirar mientras se movía su mano dentro del pantalón.

Yo flipaba.

La chica se daba cuenta y hacía por alejarse, acercándose cada vez más a mi, aunque tampoco había demasiado margen con tantísima gente, claro. El viejales entonces se puso detrás de ella visiblemente dispuesto a frotar la cebolleta y sé que lo consigue cuando saca la mano que tenía tan ocupada dentro del bolsillo. Ahí, justo en ese momento fue cuando acabé de decidir que le iba a meter una hostia pasase lo que pasase y fui a por él pero entonces el tren llegó a la siguiente estación, la chica aprovechó el movimiento de gente para cambiarse de sitio y el chikan frustrado, nervioso, se dispuso a bajar del tren medio empalmado y con la mayor cara de salido asqueroso que he visto yo en mi vida.

Pero para salir tenía que pasar por delante de mi y al hacerlo le pegué una patada en la espinilla con toda la fuerza de la que fui capaz dado el escaso recorrido que conseguí desarrollar debido a tener a tanta gente cerca. Le dolió, lo sé porque se dio la vuelta con cara de espanto. Entonces me miró, yo le señalé con la vista a la chica, el la miró, me volvió a mirar y sin decir nada salió corriendo del vagón como alma que lleva el diablo.

Ella esperó un tiempo prudencial y a su vez en silencio salió también en la misma estación justo antes de que las puertas del tren se cerrasen. Quise decirle que esperase un poco, que fuese hasta la siguiente estación y volviese, pero lo cierto es que no creo que entre ellos se hubiesen visto las caras, así que daba igual, supongo.

Es la primera vez en más de ocho años que veo algo semejante, pero comentando la jugada me han dicho amigas y compañeras de trabajo que no es tan raro aunque con el gentío muchas veces no queda muy claro si es o no adrede, si va con intenciones o simplemente son roces casuales sin remedio.

Yo lo que si tengo claro es que como le vuelva a ver al viejo asqueroso, cuya cara no consigo olvidar, tampoco dudaré en actuar pero esta vez será mucho antes.

Oye oye!!

Pon más fotos del tren pato ese!!

Vaaaaleee
Para una vez que lo pillo parao… anda que no es chungo sacarle cuando va a toda leche!

El tren con más morro del mundo!! Tio jeta!!

Encima es super silencioso, parece mentira que vaya a más de 200 kilómetros por hora


Aquí la familia pato al completo

Es curioso coincidir con una autopista y ver cómo uno va mucho más rápido que los coches

En el de Kyoto preguntaron a ver si había algún médico a bordo, como en las películas! Nadie necesita a un informático, snif, snif

Ahí en el suelo tiene como un pincho. Dejo a los listillos de siempre que digan que es «para cortar el viento» o alguna de esas

Aunque por muy rápido que vaya, hay que esperar para montar, como en todo!