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La segunda subida al Fuji

Ya, ya sé que dije que iba a volver a subir Cristo bendito, coño, no me lo recordéis más que bastante claro lo tengo yo. Jodé, es que no dejo de acordarme de la frase aquella del jefe que tuve americano que decía eso de que había dos tipos de necios: los que no habían subido el Fuji y los que lo subían más de una vez (también es verdad que se ponía ciego en el Kentucky Fried Chicken hasta ponerse malo, pero bueno, eso es otro tema).

Pero ba, seguramente haya una tercera, no nos engañemos, Tosca, que te va la marcha.

El caso es que tardé poco en decidirme cuando me lo propusieron; más bien un par de mensajes con Chiaki para ver si cuadraba la fecha y que se quedase ella con el tío Kota, que al final es lo único que me suele hacer falta para apuntarme a lo que se tercie.

Además esta vez la cosa se puso más seria y es que en colaboración con YoitabiTravel, los señores de Decathlon Japan nos nombraron embajadores y nos patrocinaron la aventura con material de categoría: nada más y nada menos que una mochila, una chaqueta y un pantalón de montaña con lo que no solo íbamos más preparados que Jon Snow con un mechero, sino conjuntaditos que daba gloria vernos en fila india:

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La chaqueta tiene dos partes que se pueden usar independientemente, lo que la hizo ideal para el gran cambio de temperatura que hay entre la quinta estación donde empiezas a subir y la cima. Yo nunca había usado un pantalón de montaña para subir al monte, lo cierto es que uno siempre lleva ropa vieja para estas historias, pero he de reconocer que fue muy cómodo y se agradeció que tuviese tantos bolsillos para meter chocolatinas y frutos secos que ir picoteando. Y la mochila bien pegada a la espalda que casi ni te enteras que la llevas… vamos, que se nota un huevo si vas con material en condiciones, menuda diferencia, ¡gracias señores de Decathlon Japan!

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Pasemos, pues, a narrar la historia.

El principio, pues como la otra vez: en coche desde Tokyo hasta donde lo más cerca que te dejan aparcar el coche y desde ahí unos cuarenta minutos en autobús hasta la quinta estación que es ya desde donde empiezas a subir con la noche como aliada. En nuestro caso como íbamos muy bien de tiempo, zampamos algo en un restaurante que hay y la ascensión la empezamos con la calma.

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Yo, ya lo conté por ahí pero creo que no aquí en el blog, me compré un dron con la idea de que tenía que ser la hostia en verso hacer un vídeo desde la cima con el cráter desde arriba, y ahí lo llevé metido dentro de una bolsa colgado de la mochila porque era un troncho bueno aunque menos mal que no pesaba. Era un dron bastante limitadete, de los más baratos que encontré por Amazon pero que contaban por ahí que tenía muy buena cámara, un Holy Stone HS300 que apenas me costó 15.000 yenes.

Poco duró, jajaja. Luego lo cuento, luego.

No nos encontramos con demasiada gente durante los primeros tramos; íbamos llegando a nuevas estaciones sin demasiada dificultad a un ritmo, quizás, demasiado rápido y es que esta vez cuadramos todo para subir el domingo por la noche y así evitar las hordas de gente de los fines de semana. Hasta la mitad del camino funcionó y solo nos teníamos que preocupar por resguardarnos del frío cuando parábamos a descansar y hasta nos echábamos fotos y toda la 魚.

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Al no haber luna, la vista no fue tan espectacular como la otra vez, pero tampoco estuvo nada mal.

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Pero duró poco lo de ir a nuestra bola: a medida que nos íbamos acercando a la cima nos íbamos apretujando más hasta que llegó esa absurda situación de tener que hacer cola para subir al monte. Pero cola del copón de la baraja: prácticamente andábamos cinco metros cada diez minutos. Además esta vez resulta que había grupos organizados de un montón de personas que iban en bloque, personas de todas las edades que iban a ritmo muy caribeño siendo muy muy difícil adelantarles. Un absurdo y de los gordos lo que pasa en este país con la gente. Ojo al careto de hastío gentil:

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Esta vez llegamos con mucho tiempo a la cima. Esto tiene la ventaja de que puedes coger sitio para ver el amanecer pero el inconveniente de que hace muchísimo frío arriba y apenas hay donde resguardarse. Así que allí estuvimos aguantando como titanes para ver el espectáculo:

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Yo andaba con el dron que si lo saco que si no, pero vi a uno de los guardias que le llamaba la atención a otro que tuvo la misma idea que yo y ya lo estaba volando. Lo cierto es que yo apenas lo usé un par de veces antes y reconozco que era peligroso sacar eso donde hubiese gente porque la verdad es que no me extrañaría nada que le causase alguna avería a alguien. Así que entre el guardia que andaba al loro, mi nula confianza de no liarla parda y el viento que hacía, decidí dejarlo bien guardadito.

Lo que si que hicimos fue sacar unas cuantas fotos antes de empezar el descenso:

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Yo hasta ese momento estuve genial, sin más problema que bastante sueño y las piernas un pelín cargadas, pero incluso podría haber subido más si hubiese hecho falta. Pero, joder, fue empezar a bajar con la solana de frente que me entró un dolor de cabeza y un mal cuerpo considerable, la vírgen santa qué duro se me hizo esta vez. Igual es que tenía razón Chiaki cuando dijo aquello de que «ahora no tienes el mismo cuerpo que cuando lo subiste hace 7 años», jajaja, la madre que la parió!!

Pero es que la bajada es lo más duro con diferencia, al menos así lo creo yo: ni el frío ni nada, una bajada eterna por cuestas muy empinadas sobre suelo volcánico muy muy resbaladizo. Añádele a todo eso que no has dormido esa noche y que pasas de un friaco del copón a que te sobre toda la ropa.

Eso si, las vistas son impagables:

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En serio que se me hizo eterna la bajada… ¡¡¡ no llegábamos nunca !!!. Yo me fui acordando de todos los apóstoles con cada derrape. Hasta que en una de esas que paramos todos juntos para esperarnos en una curva y aprovechando que no había así mucha gente, decidí sacar el dron. No las tenía todas conmigo desde el principio: ya he dicho que lo he volado un par de veces y sin demasiado éxito, también es verdad que Kota le tiraba palos y uno no acababa de estar concentrado en el asunto, pero bueno. Total: lo puse allí en el suelo y lo volé, nada más empezar se dio una hostia contra una pared y cuando por fin levantó un par de metros del suelo se fue a tomar por culo que yo ya no sabía si los mandos funcionaban o qué hostias estaba pasando. Cuando logré hacerme un poco con el control, lo acerqué hacía donde estábamos nosotros con la intención de sacar algún vídeo, pero el bicho se fue a tomar por culo a una ladera cercana contra la que se estampó y se quedó patas arriba.

Total: 40 segundos en el aire, le calculo…

No estaba demasiado lejos y a por él que me fui cuando de una estación cercana salió un guarda dando voces como un puto loco: «bájate de ahí!!!!!!». Yo sabía que en teoría no te puedes salir del circuito marcado porque hay riesgo de desprendimientos, pero en ese caso era bastante absurdo porque estaba muy cerca y no había nada debajo (la ladera quedaba apartada del camino principal). Aún así me bajé y esperé a que el tipo llegará hasta donde nosotros subido en una especie de coche-oruga, yo pensaba que me iba a echar la bronca por intentar meterme y que después sacaría un palo o algo con el que pescar al dron… si si. El tío me echó la bronca siete veces y me decía que ahí se quedaba, que no se podía coger. Cuando yo le intentaba hacer ver que estaba muy cerca y que no iba a tardar ni dos minutos en cogerlo con mucho cuidado, él me amenazaba con llamar a la policía, que eran medio millón de yenes de multa y que yo mismo, que tenían cámaras aéreas y que me empapelaban fijo y no se qué mierdas mas…

Total, que ahí se quedó el dron.

Esperamos un poco a ver si se piraba o algo, pero el tío ahí seguía, así que decidí no hacer esperar al grupo más y ba, que total, pa cuatro duros que costó no merecía la pena montar un pollo y que se liase alguna así que tiramos para abajo otra vez. Más ligero de equipaje que la hostia, eso si, jajaja.

Y esta, amigos, es la breve pero bonita historia del Toscadron que acabó estampao en una ladera del monte Fuji por los siglos de los siglos. Si subís y lo veis, echadle pilas o algo.

:triki:

De lo malo malo, empezamos pronto a ver verde y esto en el Fuji significa que ya va quedando menos para llegar.

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Cuando después de tres o cuatro eternidades logramos montarnos en el autobus de nuevo, yo me quedé sopa al instante, joder, no podía con mi alma, menuda bajona…

Lo mejor que pudimos hacer fue meternos en un onsen y… ¡mano de santo, amigos!.

¡¡¡Así que ya puedo decir
que he subido
el Fuji dos veces!!!
:gustico: :gustico:


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Conclusiones

De la otra vez sabía que hacía mucho frío arriba así que fui preparado con licras que tengo de ir con la bici de esas pegadas de invierno, una auténtica gozada, nada que ver.

– También sabíamos que iba a haber un montón de gente cerca de la cima, así que tampoco me pilló por sorpresa aunque es cierto que poco se puede hacer más que resignarse y ponerse a la cola.

– La ruta de esta vez fue distinta, por lo visto la otra fue «Fujinomiya» y esta fue la «Yoshida». No encontré mayores diferencias entre las dos. Quizás me quedaría con la primera porque la puerta torii de cerca de la cima da bastante juego con la cámara por la noche.

– La bajada fue infinitamente más dura y no acabo de entender la razón o qué podría haber hecho para evitarlo… ¿quizás comer y beber más antes de empezar a bajar? ¿llevar un bastón de soporte para evitar las caídas?. Mi problema fue que de repente tenía un mal cuerpo horroroso con bastante dolor de cabeza y hasta ganas de vomitar.

– Volví a casa jurando en hebreo que no iba a volver a subir en mi vida por esto mismo, pero después de ver las fotos… probablemente en cuanto vuelva a darse la oportunidad…

– El onsen del final con los colegas comentando la jugada… eso no tiene precio.

Agradecimientos

No queda otra que agradecer de nuevo a Decathlon Japan (gracias Vicente!) por proveernos de material y a Yoitabitravel (peazo de web, ¿quién la habrá hecho? yo le contrataría por todo mi dinero) por liarse a organizar la historia. También, por supuesto, a Iñaki, Haruka, Rafa, Chiqui y David por hacer que este disparate se convirtiese en una excursión de amigos entre risas. Ah! y Chiaki que dice que gracias al señor del Fuji por evitar que metiese otra vez el bicho ese en casa y taladrase las paredes del salón haciendo el monguer.

Y por supuesto a todos vosotros por seguir leyendo y comentando aquí mis historias aunque las escriba sin criterio ninguno!!!

:ungusto:


Todas las fotos en el álbum de Flickr.
Fotos de la otra vez en este otro álbum.
Posts de la otra vez:
Fuji, la subida
Fuji, cima, bajada y cierre
El Fuji-video

Fuji: cima, bajada y cierre

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Allí estaba el grupo dividido, unos por un lado, otros por otro y yo en medio de un acantilado sin saber si aplaudirle o hacerle la ola al cielo. La parte izquierda la tenía vetada a la vista porque al sol no parecía hacerle mucha gracia que estuviésemos tan cerca, los pies no encontraban terreno por el que seguir por la derecha y enfrente, así que sólo quedaba darse la vuelta y deshacer eso de saltar y trepar para volver a buscar a los demás.

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En el Fuji hay cobertura, el teléfono funciona durante prácticamente todo el camino, menos en la cima donde quizás nos juntamos demasiada gente para el invento que sea que tengan allí montado, pero hubo la suficiente como para coger una llamada de Antonio que me decía donde estaban ellos, y para allí que me fui. Por el camino me di cuenta que había excursiones organizadas cuyos guías estaban llamando a la gente por un megáfono, y éstos se iban apelotonando aquí y allá: los del autobus de Nagoya por favor, los de Nagoya… pensé en el agobio que tenía que ser no poder degustar a gusto semejante paisaje.

Me costaba reencontrarme con ellos entre tanta gente, así que decidí quedarme quieto al lado del cráter, porque el Fuji tiene un agujero ahí arriba como debe ser. Kanae, una amiga que no ha estado nunca, se moría de risa cuando le decía que tenía que haber un agujero, pues aquí está la foto que lo demuestra… todo el mundo sabe que los volcanes, como los donuts, tienen que tener un agujero!! Kanae ahí lo llevas, chata!

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Les vi a contraluz, tal cual se ve en esta foto que saqué nada más reconocerles… una imagen que incluso ahora me alivia ver porque empezaba a pensar que me iba a tocar volver sólo un buen cacho del camino hasta que funcionase la cobertura del móvil otra vez.

Nos sentamos al lado de una caseta hecha de piedras que no consiguió resguardarnos del frío, y nos pusimos a comer algo. Yo saqué unos onigiris caseros que me había currado la tarde anterior, pero no llegaron en condiciones… tenían unas babas a lo natto muy sospechosas, aquello estaba medio podrido fijo!!! aún así nos comimos algunos y eso que el arroz se te quedaba ahí pegao entre los dedos, jajaja, buagh!.

El frío pelaba y mondaba. La cosa se puso seria cuando echando una meada a una pared, el tinglao se me había convertido en un dedo meñique, así que nos fuimos en busca de refugio. Allí arribotas tienen un chiringuito donde te venden recuerdos y sopicas calientes a precio de oro. Nos hicimos fuertes en una esquinilla y nos quedamos medio sobaos al lado de Hiro Nakamura.

La leyenda es cierta: en el Fuji hay una oficina de correos donde puedes comprar una postal y enviarla, pero claro hay que hacer cola y nosotros estábamos muertos. Aunque no todos, que Cristina y Antonio si que se pusieron a esperar, la verdad es que ahora me arrepiento de no haber enviado alguna que otra, aunque sea a mí mismo a casa para tener de recuerdo.

Cuando ya entramos un poco en calor, que donde da el solete no hace rasca, sacamos la botella de whisky y los redbules que habíamos comprado la noche anterior y allí nos hicimos un botellón que debía ser como Dios manda, porque estábamos más cerca de él que nunca y no protestó. Hasta se apuntaron los que teníamos al lado.

Después foto de rigor a lo certificado oficial…

Y como Rocco Sigfredi dijo que todo lo que sube tiene que bajar, y al tito Rofre yo no le llevo la contraria, pues para abajo…

¡Dos horas mis huevos morenos! ¡¡tardamos el doble por lo menos!!. Aunque el camino empezó bien porque las vistas en versión de día eran preciosas, la verdad es que acabamos exhaustos de tanto bajar y bajar con tantísima gente de por medio por cuestas que resbalaban y no acababan nunca. Además entre que te pega el sol todo el rato y que se va levantando polvo… madre mía, que cosa más cansina fue, ¡¡si hasta tenía mocos negros!!

Nos pareció curioso que había mucha gente subiendo de día, lo que hacía que tuviésemos que esperar un poco más para bajar. Si subirlo de noche fue duro, de día con el sol tiene que ser tremendo. Aunque claro, si venimos tan bien equipados como aquí Matías, lo mismo no es tanto:

Hasta los huevos de bajar y aquello no acababa nunca. Desde que veías una estación hasta que llegabas pasaba una hora. Alguna gente se metía chutes de oxígeno de esos que te venden en las tiendas de abajo, pero aunque si que es verdad que costaba respirar un poquillo, yo no creo que sea necesario:

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Paradica de vez en cuando a echar un trago, aligerar ropa, embadurnarse de crema, hacer amigos… la mayoría de las fotos de gente son de Antonio que a mi me sigue dando palo enchufarles la cámara en toa la jeta:

Y bajar y más bajar… aquello era la bajada eterna, The Eternal Bajator… madre del amor hermoso… Mother Of The Beautiful Love, no me volveré a reír de Frodo nunca más en mi vida, I won’t laugh.. etc, etc..

Finalmente llegamos al de tres días y medio, nos pusimos en la cola del autobus y morimos la mitad, la otra mitad nos la guardamos para morirla dentro del autobus. Llegamos al coche, por fin, y ya nos dirigimos al onsen que teníamos planeado. He de reconocer que valió la pena todo lo que tardamos en llegar con atascos y mil vueltas, porque el rato que nos tiramos dentro cociéndonos nos quitó las agujetas antes de tenerlas, después de tanta paliza nos vino genial estar ahí metidos.

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A partir de ahí fue la odisea padre: teníamos que estar en Tokyo a una hora para devolver el coche que ya no llegábamos ni de coña, así que llamamos para ver si se podía entregar más tarde y lo cambiamos a las 8 pagando sólo el tiempo de más. De repente en la autopista ponía que había habido un accidente y que en menos de 4 horas no se llegaba a Tokyo, así que volvimos a llamar y lo más tarde que se podía entregar el coche era a las 10 porque si no teníamos que pagar un día entero más. También nos dijeron que podía ser en cualquier establecimiento de Toyota de Tokyo, que no tenía porque ser el mismo donde lo pilló Jairo. Eso fue la ostia, venga a buscar por el GPS y por el mapa, que si carreteras secundarias, que si el más cercano está en no se donde… na, imposible, había atascos por todos los lados aunque no nos rendimos hasta el último momento!!! Jack Bauer nunca lo habría hecho!!!

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Pero seguíamos contrarreloj ya no por devolver el coche, sino porque la peña cogiese el último tren para poder llegar a sus casas, que no todos vivimos cerca de Shibuya… al final la prueba se superó, pagando un día más de alquiler del coche y haciéndole a Alberto andar un rato largo más hasta su casa. Yo os juro que llegué a casa y mientras me estaba duchando apoyé un poco la cabeza contra la pared y me quedé dormido.

Mereció la pena, sin duda… pero:

– No se tarda lo que pone en las guías, se tarda el doble por la gente que hay. Es realmente desesperante: al cansancio y al frío físicos hay que añadirle el factor psicológico de estar tres o cuatro horas seguidas avanzando a paso de tortuga. Y tuvimos suerte de que el tiempo fue excelente, no me imagino aquello lloviendo.

– La bajada es criminal, no se acaba nunca, y hay que tener en cuenta que se hace después de no haber dormido en toda la noche, es más: de no haber dormido y haber estado haciendo ejercicio físico intenso. El cuerpo está destrozado, literalmente. Insisto en que el factor psicológico de tener que pararte y no poder avanzar a un ritmo más o menos constante, hace mella.

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Y ahora los ikuconsejos:

– Hace frío pero no es exagerado. Yo aconsejo llevar: un par de camisetas de manga corta que cambiarse a mitad de camino, una de manga larga, un jersey, una chamarra, guantes y gorro de lana. No acabaréis con todo puesto hasta estar casi en la cima, pero no os sobrará tampoco. Más ropa tampoco hace falta, ah y yo subi con las Nike de correr y divinamente.

– El palo es requisito, comprad un palo en la quinta estación porque sin él costaría el triple subir. Hay cachos en que la pendiente es flipante.

– No os salgáis del camino, y menos si subis de noche, parece que puedes ir pero la lías parda soltando piedras encima de la gente

– No hace falta llevarse un montón de comida ni un montón de agua, yo pondría tres o cuatro onigiris y una botella de dos litros. Si luego tenéis sed, siempre se pueden echar mano de las máquinas expendedoras, aunque te metan una hostia chata

– La linterna os vendrá bien, pero si se os olvida tampoco pasa nada, ya digo que se sube en manada

– El móvil funciona, llevadlo

– Si la cosa se pone turbia, en las estaciones de arriba te dan ramen y sopa caliente, así que llevad dinero. Estáis cubiertos en todo momento siempre y cuando haya chines.

– Protector solar y de labios para la bajada con el solaco, gafas de sol para ver el amanecer en condiciones.

– No hace falta una preparación física del copón, aunque parezca mentira que lo ponga después de todo lo que me estoy quejando. Cualquiera lo puede hacer a su ritmo, nosotros íbamos tarde y subimos a toda hostia, y a la bajada no nos paramos casi nada. Si vas con calma, cualquiera puede.

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Y esto es todo, creo…

Sin ninguna duda, y a pesar de los pesares, ha sido de las mejores experiencias de toda mi vida… la subida por la noche, estar por encima de las nubes, la mentira del sol saliendo… me encantaría volver a ver ese amanecer, pero no a costa de volver a pagar el mismo precio. Atesoraré las fotos como se merecen, porque una y no más, Santo Tomás.

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Ah, y sobretodo y siempre: eternamente agradecido a la compañía, todo un gustazo haber compartido semejante experiencia con Jairo, Alberto, Alain, Mayo, Cristina y Antonio…

いろいろありがとう!
:ungusto:

Fuji – la subida

Dicen por estos lares…

Hay dos tipos de necios: los que nunca han subido al Fuji y los que lo han hecho más de una vez

Si un elefante tuviese manos y pudiese cerrarlas, el puño resultante no se acercaría ni a la mitad de como de verdad es semejante dicho. Es EL REFRÁN. Me inclino ante el maese dichedor de dichos que fijo que lo soltó cuando iba por la mitad de la bajada, no como nosotros que sólo soltábamos juramentos in hebrew.

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En fin, es de tipos ordenados como yo empezar las cosas por el empiece del principio ese que queda al otro lado de cuando acaba el final, y el caso es que nuestra hazaña comienza el sábado a eso de las cinco y media cuando nos juntamos los siete magníficos en Shibuya: Alan, Mayo, Jairo, Alberto, Cristina, Antonio y el mozo que les escribe. Jairo había alquilado un coche que llevábamos hasta los topes de mochilacas, y a eso de las seis pillamos el carril Fuji del que no nos salimos nada más que para enchufarnos un ofuro de ramen y comprar churrizurpias para el camino.

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Coinciden todos los que han subido alguna vez en lo que te cuentan: hace un frío que pela así que vete abrigado, lleva linterna si subes por la noche y luego a la bajada te pega todo el sol de frente, así que llévate protector solar a cholón. Yo cumplí y añadí al kit el Aquarius de los de Bilbao:

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Alain se estuvo informando y decidimos empezar por la ruta menos concurrida de las dos más típicas, la de Fujinomiya, así que todo era cuestión de llegar hasta la quinta estación, aparcar el coche y tirar para el monte hecho a sí mismo a fuerza de echarle lavas al asunto. Pero resulta que a mitad de la subida con el coche nos para un señor guarda de la porra y nos dice que no se puede subir, que taxi o bus. Pues nada, marcha atrás y a la especie de área de servicio que había más abajo donde nos dio tiempo de milagro y de chiripa mitad y mitad, a pillar el último autobus que subía… menos mal porque después sólo se podría haber ido en taxi cuya factura habría sido chata como poco.

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Si a alguno le da por hacer esta misma ruta, en la página oficial cuentan toda la copla en condiciones.

Total, pagamos algo así como 1500 yenes por billete de ida y vuelta, y a eso de las diez y media de la noche ya estábamos subiendo con unos palos que compramos por mil y algo yenes allí mismo.

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Yo diré que empezamos muy contentos, que la siguiente estación no tardó demasiado en aparecer, que aunque había bastante gente, al principio se iba a gusto, y que aunque hacia bastante más fresquito que en Tokyo, se podía subir perfectamente en camiseta de manga corta. El Fuji por dentro empieza como un monte más, pero con arbustillos en vez de árboles que van desapareciendo a medida que asciendes. La tierra es negra y roja, y está todo lleno de rocas de todos los tamaños, de las porosas de esas volcánicas que resbalan como la madre que las parió, sobretodo al bajar. No sé en la otra ruta, pero en esta no hay más, es decir, no esperéis templicos como en el Takaosan, ni ningún adorno más allá de un par de puertas toriis: tierra, rocas y la cuerda atada a los palos que te indican el camino.

Supongo que esto ya se sabe, pero por si acaso lo pongo aquí: se sube de noche porque la intención es llegar a la cima para ver amanecer desde allí. Lo de subir al monte por la noche rodeado de gente es toda una experiencia: como casi todo el mundo lleva linternas de esas de poner en la cabeza, el camino está marcado por un reguero de lucecicas que nunca dejas de ver hasta que llegas a la cima. Mires para arriba o mires para abajo resulta que formas parte del espagueti de cabeluces que indica el camino en medio de la oscuridad, es como el pelotón bajando Covadonga pero de noche y con linternas.

En el momento que has dejado alguna estación atrás y te paras a descansar, te das cuenta de repente de que hace frío. Si, frío, esa sensación totalmente opuesta al verano de Tokyo de hace un rato. Y es que sudas, empapas la camiseta y la noche y la altitud ya hacen el resto. Lo suyo aquí es traerse no sólo ropa de abrigo que ponerse encima, sino también camisetas de repuesto que sustituyan a las que están empapadas. De paso, aprovechábamos en cada descanso para comer frutos secos y echar unos tragos de agua o Aquarius (de Bilbao o de fuera). Hay máquinas expendedoras, pero a unos precios que Buda tirita. Todos nos quejamos, pero es normal a nada que pensemos en lo que tiene que costar el invento que tengan para la electricidad y subir a reponerlas estando donde estamos. Entrar al baño tampoco es gratis: doscientos yenes por órgano megitorio. Si uno quiere, en las estaciones te ponen por cien yenes un sello en el palo, pero pasando que es pasundio y bastante tarde íbamos como para perder más tiempo.

Y uno sube y sube, y cuanto más subes, más gente hay hasta que llega el momento, bastante pronto además, en que vas haciendo cola detrás de millones de personas que van en filas de dos o tres como mucho, sin aprovechar lo ancho del camino. Vas entre rocas, así que no es como los montes a los que nosotros estamos acostumbrados, aquí hay que ir por donde te indican porque si te sales, corres el riesgo de provocar que caigan piedras liándola bastante parda. Esto lo aprendí yo de primera mano, porque me dio por atajar una curva y cuando me quise dar cuenta no me podía mover sin hacer que un montón de piedras cayesen encima de la gente. Menos mal que me ayudó Antonio a salir de ahí y la cosa quedó en nada, porque menudo gañán fui. Ahora creo que no fue para tanto el miedo que me entró, pero aún así ya me vale.

Seguimos subiendo, hombre tu me dirás a que hemos venido, pero como somos como somos lo hacemos entre risas, canciones y silencios hasta que alguien se gira y dice algo, miramos todos y gracias a la luna que era un chupachups de luz sin palo nos damos cuenta de que estamos por encima de las nubes. Aún siendo de noche, la inmensidad de lo que se tiene enfrente es perfectamente visible, es como ir en avión pero de pies, con linterna y sin peli en inglés.

Es la hostia.

Al cuerpo no solamente le estamos haciendo que suba por una cuesta interminable de rocas y escaleras, sino que encima le obligamos a hacerlo a la vez que le estamos robando el sueño a punta de sudor. El sopor viene de repente, es traicionero y te espera cuando esperas cola para subir un camino estrecho o cuando te sientas un momento a descansar. Te duermes, sin más, no importa que haga frío y estés en medio de subir el monte ese que aparecía en los carretes de fotos de 36 que llevábamos al viaje de estudios de octavo de EGB. La lucha ya no es contra quien sea que echa leña a los cuadriceps, sino contra los que se encargan de candar los párpados.

La parada más larga la hicimos en el torii desde el que parecía que no quedaba nada para llegar.

De alguna manera se pasa, nunca del todo, pero es como si el cuerpo supiese que no va a obtener lo que necesita porque lo que de verdad se le pide es que siga andando. Andando o esperando, porque las colas son cada vez más inverosímiles, aquello no avanza, se tarda la vida en llegar a la siguiente estación y uno se desespera viendo que hay partes del camino por las que podrían subir a la vez más de dos o tres personas. Sin embargo todos se esperan, todos van alineados. Nosotros no estamos por la labor, y vamos adelantando cuando podemos y vemos que no molestamos. No vamos dando codazos, pero tratamos de sacar provecho de aquellos lugares donde se ensancha la ruta. Alguna bronca nos llevamos cuando quizás apuramos demasiado, pero es que la luna hace tiempo que se ha ido a las rebajas de Marte, y el sol está ya estirando y calentando, o mejor dicho: estirando para calentar.

A la ensalada de emociones del último tramo solo queda echarle un par de huevos. Las estrellas se han ido a empalmar la juerga con otra noche, las nubes ya no están de luto y el sol, que resulta ser maquillador, les ha pintado una raya naranja por encima. Las piernas no pueden más, pero eso decían también hace tres horas y ya no me las creo.

Llegamos los siete, pero no a la vez, unos llegan un poco antes y otros un poco después. La cima es un telón azul marino con tintes rojizos tatuado de siluetas de personas. Yo me separo del resto, salto por aquí, trepo por allá y consigo estar sólo al lado de un acantilado y dos japoneses con gafas de sol. Saco la cámara de fotos, planto el trípode encima de una roca negra que sobresale y me dedico a tratar de captar una infinitésima parte de la que tienen ahí liada Dios, Buda, Darwin o como quiera que se llame el que firma esto:

Las nubes son esponjas que absorben todos los colores al son de la pelota de luz que las perfora allí tan cerca a lo lejos. Uno no piensa en lo efímero de la vida, o en la inmensidad del espacio en comparación con uno mismo ni gaitas parecidas. Uno no piensa y ya. Todo es emborracharse hasta la médula a base de mirar luces y colores, hasta ponerse ciego, o deslumbrado más bien.

Cuando al de un rato largo empecé otra vez a darle a las neuronas, lo primero que salió fue que nunca creí que un amanecer durase tan poco. Que el sol no está y luego está, y que lo que pasa entre medias es una mentira que nunca me habían contado.

El caso es que no sabía muy bien si estaba asistiendo al funeral del sábado o al parto del domingo, pero yo estaba allí y me lo creí. Y lo que son las cosas, cada vez que lo cuento yo ahora me da por tocarme la nariz por si crece. Y es que aunque lo vi, por más que trato de describirlo, no me lo creo ni yo.