Y épico fin de semana, que empezó el jueves por la noche y todavía está por acabar.
Innumerables preparativos: el micrófono en el centro, las luces las subimos que si no, no se os ve la cara, habla que ajuste el sonido… la chuleta la pego aquí en el suelo y si se me olvida algo le echo un ojo, a ver si no se nota mucho.
Desde mi sofá miro para atrás y no veo más que gente; muchos conocidos, muchos totalmente desconocidos, supongo que todos paisanos menos la minoría japonesa, claro está. Infinitos nervios, esto está por empezar, en cuanto la señal acordada con Chiqui aparezca, en cuanto las luces del fondo se apaguen, ahí me subo yo a hablar.
Empiezo hablando sin saber muy bien lo que digo, mecánicamente, repitiendo el guión ensayado como quien hace un examen de historia: todo seguido antes de que se olvide. Hasta que de repente el público se empieza a reír, tanto y tan pronto que me descoloca, me sorprende. Mi misión era soltar todo de un tirón, pero he de parar a esperar a que acaben de descojonarse, incluso de aplaudir dos o tres veces. Esto no estaba en el guión, me pierdo, intercalo partes y me olvido un par, pero las que suelto ya soy consciente de que las estoy soltando y actúo, les doy forma, ya no es sólo recitar, es sentirlas, es contar los chistes que se me ocurrieron hace tiempo para gente que me está siguiendo el juego totalmente. Madre mía que sensación más escalofriante, esto es la hostia.
Cuando presento a Joaquín Reyes, prácticamente huyo del escenario y me vuelvo a mi sofá sin darme mucha cuenta de que ya ha acabado y que parece que ha salido bien. Las luces se apagan del todo y yo aprovecho para darle un beso a ella, a la que ha aguantado estoicamente mis ensayos aun no entendiendo nada, a la que todavía estoy por conocer sin apoyarme al 1000% en todas y cada una de las locuras en las que me meto. Estoy prácticamente al borde de lágrimas de alivio cuando Joaquín pide un aplauso para mi y lee un par de líneas de la chuleta que olvidé pegada en el suelo.
Ahí, con todos esos aplausos, es cuando empiezo a asimilar que puede que todas esas carcajadas, que lo que sonaba cuando la gente se daba con una mano contra la otra, hayan sido para mi.
Madre de Dios, que sensación. Que no acabe nunca.
Luego pues sólo quedó dejar que Joaquín y Ernesto me matasen de risa dos o tres veces por minuto durante más de hora y media… Vaya dos pedazo de genios en el escenario y que tíos más majos y encantadores en cualquier otra situación y lugar. No supe y todavía no sé como darles las gracias por dejarme formar parte de su espectáculo, menudo honor.
Y una vez más, eternamente agradecido al tito Chiqui por complicarme siempre la vida de esta maravillosa manera y hacerme partícipe de nuevo de una de sus inmensas locuras. Esta ha sido la mayor que se te ha ocurrido, macho, ya no hay límites. Eso si, que no se te olvide llamar para la siguiente, que llevo tantos fines de semana preparando el monólogo que ahora que ya lo he acabado no sé que hacer.
Bueno si, esperar al vídeo y a ver si alguien me pasa alguna foto. ¡Que ganas de verlo!