Archivo por meses: febrero 2016

Mite mite, papa, el tren da yo!

Aroma de café, pero no de ese de las cápsulas de plástico, que ni es café ni es nada. Café del de darle mucho ajetreo tanto a las neuronas como a los estómagos, del de siempre, del de toda la vida. Aroma de café de verdad es el que envuelve y define la atmósfera de esta cafetería que queda encima de la estación Gotanda de la línea Yamanote de Tokio. Una estación en la que prácticamente no hay nada y sin embargo me abofetean cada mañana media treintena de recuerdos distintos por día; aquí es donde aterricé la primera vez que volví a Japón yo solo hace tres milenios y sietemil lunas. Ya no existe esa empresa donde hice de tahúr con mi destino: no se cruza ya uno con Akira y su frente eternamente inundada, ni se camina junto a Eri y su desafiante sinvergonzería, ni se trata de evitar al irlandés cuyo nombre parece ser que he querido olvidar por razones que jamás olvidaré, ni se abraza ya con la mirada a Michiko y su siempre presta disposición a ayudar en lo que sea.

Las mañanas son tan de otra manera que hasta yo me desentiendo de aquel chaval que era.

Ahora todo es Kota. Ahora yo quiero que todo sea Kota porque debe ser así; porque llegará un momento en que Kota necesitará ser solo él y entonces nosotros volveremos a lo nuestro si todavía nos acordamos como se hacía y qué era lo que fuese que hiciésemos antes de que viniese.

A veces me cuestiono si es verdad que no estuvo siempre con nosotros…

Me sorprendo, una vez más, con como ha cambiado mi rutina. Bueno será, pues, dejar constancia para comparar con la siguiente vez que se me languidezca un viernes:

A las seis y media de la mañana suena el despertador y sin embargo de los tres que duermen en esa habitación, solo se levanta un servidor. No ha lugar a la pereza: hay mucho que hacer. Los despertares siempre habían sido tranquilos: un café o un té mientras se repasan las noticias de este y aquél país con el primer cacharro en el que vaya internet al que se eche mano. Ahora hay que prepararle el desayuno a Kota. Conviene además ser creativos para que, fruto de la sorpresa, el cada vez más chaval se termine lo que hay en el plato sin tardar mucho más de lo debido. Para cuando ellos dos se levantan ya suele haber algo en la mesa, entonces, ese momento en que está entretenido comiendo, me preparo yo.

Chiaki le toma la temperatura y rellena la hoja de ese día del cuaderno de la guardería. Todos los días debemos anotar la temperatura y escribir algo: si ha dormido bien, si le duele algo, si vamos a llegar más tarde a recogerle… Por aquello del japonés, la tarea se la autoasignado Chiaki y al ser yo el que le llevo por las mañanas, también se encarga ella de cambiarle y vestirle.

Entonces bajamos los dos, a veces entre sollozos desconsolados, a veces, diría que la mayoría, entre risas. Y mientras yo saco la bici eléctrica del parking, Kota se dedica a corretear todo lo que pueda dando voces aquí y allá. Cuando consigo darle caza, le siento en el asiento de delante que de momento es el único que hay, aunque seguramente habrá que poner el de la parte de atrás porque Kota ya hace meses que pesa más de diez kilos. Cinturón de seguridad y casco de Anpanman en cabeza, salimos ya pedaleando hacia la guardería.

Por el camino, invariablemente, nos cruzamos con los chavales que van a la escuela que queda al lado de casa, con un señor que no conozco de nada pero que me saluda efusivamente cada mañana, un señor que está allí supongo que para vigilar que los estudiantes llegan bien a clase. Y con un gato gordo blanco al que Kota saluda gritando «ñan ñaaaan!!!» desde el asiento con mejores vistas de toda la bici.

De la misma manera, Kota gritando «tren tren bye byeeee» en su perfecta mezcla de idiomas me hace saber que a nada que pasemos por encima de las vías, estaremos ya en la guardería donde entraré con él en brazos justo justo hasta la puerta que es el lugar de dejar los zapatos. Ya en la habitación grande, nos lavaremos las manos bien con jabón y después nos daremos con alcohol porque este año en Tokyo está dando fuerte la gripe A y están tratando de que no pase en la guardería aunque ya se han dado un par de casos. Lo siguiente que pasa es que una profesora viene y le toman la temperatura, si sube de 37.5, para casa que nos volvemos. Se la tomarán también después de comer y a media tarde llamando para que le vayamos a buscar si es el caso.

Si hay suerte y está la profesora que le gusta a Kota, todo irá fluido. Es una chica con mucha mano para los críos que le tiene cogido el truco a Kota hasta el punto que ya se echa a reír nada más verla. Tiene gafas así que Chiaki la ha bautizado con Mimi-sensei que es el nombre de la profesora con gafas que sale en Anpanman. Kota cualquier día se lo cascará, pero eso será otra historia.

Bien llorando como un descosido o bien más feliz que una perdiz, llegará el momento en que Kota se quedará solo y yo me iré con la bici de batería hasta el parking de la estación donde lo normal es que la aparque, coja la mía que duerme allí y enfile hasta Gotanda. A la tarde Chiaki hará el viaje de vuelta: parking de la estación – guardería – casa.

Aquí en Gotanda siempre aguanto una hora antes de entrar a trabajar para poder tener al menos esos sesenta minutos exclusivamente para mi al día; normalmente entro en alguna cafetería cercana a la oficina y trabajo en algún proyecto personal como la web de viajes o la de Karate o estudio algo de japonés.

Los viernes he pensado que los voy a dedicar al blog y de momento lo estoy cumpliendo, si me seguís leyendo, me seguirá mereciendo la pena.

En la oficina lo haré lo mejor que pueda hasta la una de la tarde que es cuando voy a uno de los dos gimnasios a los que estoy apuntado: o el de pesas o el de crossfit. Al menos una sesión de crossfit a la semana cae seguro, el resto lo divido entre grupos musculares y flexibilidad de piernas en el otro gimnasio, cuando haga mejor tiempo saldré a correr aunque sean 40 minutos aprovechando que tengo donde ducharme.

Después comeré lo que traigo de casa delante del ordenador. Aprovechar los mediodías para ir al gimnasio es algo que se viene manteniendo desde hace un par de oficinas y que seguramente siga haciendo mientras pueda allá donde aterrice a rascateclear. Sigo creyendo que enmascarar lo que quieres hacer entre la rutina del día es la mejor manera de llevarlo a cabo; probablemente después de la oficina no iría al gimnasio la mitad de las veces como tampoco haría 30km en bici más que en alguna ocasión especial. Ahora no lo planeo, no existe ese momento de pensar en ello y quizás echarse atrás: simplemente es lo que hay y se hace.

A mis cuatro de la tarde ya son las ocho de la mañana en España, así que le mando un mensaje a mi madre que ya estará despierta, esto también es invariable. Le pregunto por como han pasado la noche, le cuento alguna cosa mía y siempre le mando alguna foto de Kota para que ella, en la medida de lo posible, pueda seguir la evolución de su nieto por lo menos hasta la siguiente vez que le vuelva a ver. Me sigue sorprendiendo que pueda hacerlo: que haya aprendido a manejar el whatsapp, probablemente por mi culpa y que nos mandemos fotos como si nada.

Seguramente si viviese en España no chatearíamos tanto… con este pensamiento me quiero quedar por aquello del lleno de las botellas.

Ocho horas de trabajo después ya estaré de nuevo camino de casa. En el trayecto andando desde que dejo la bici por la noche en el parking de la estación hasta el súpermercado, revisaré el móvil porque Chiaki me habrá pasado la lista de la compra y a ello me pondré si es que hay compra que hacer. Al llegar a casa, Kota ya habrá cenado pero querrá comer algo de lo que comemos nosotros entre risas, puñetazos y juegos. Chiaki me cuenta lo que le han dicho en la guardería, porque también escriben las profesoras algo todos los días en la libreta: que si le gusta hacer tal cosa o a aprendido a decir tal palabra. Cada frase de Chiaki es inmediatamente reforzada por explicaciones de Kota en su idioma medio inventado… es increíble y emocionante ver como cambia cada día, no me perdería esa recena suya ni aunque me pagasen cuarenta veces mi sueldo por quedarme en la oficina hasta tarde. Como tampoco cambiaría el momento del baño ni el de después de ponerle a dormir. Últimamente cuesta un poco porque le da por saltar y tirarse de cabeza desde nuestra cama hasta su futón, o por medio hacer el pino de cabeza sin manos o por pegarnos con el primer muñeco que tenga a mano que rezamos porque no sea el robot ese de plástico duro.

Raro será que no nos quedemos dormidos con él de puro agotamiento.

Llegará un día en que Kota deje de inventarse palabras, irá y volverá solo a la escuela y quizás no quiera sentarse en las rodillas de su padre para ver el Totoro o el Anpanman que toque. Pero hasta que eso pase, por mis huevos que pasaré el mayor tiempo posible de mi vida llevándole en bici para emocionarme mucho más que él cuando pasemos las vías y grite en dos idiomas y ninguno a la vez: «パパ! 見て! el tren!!!! bye bye treeeeen!!!».

La segunda maleta

Los habituales de aquí seguro que ya sabéis que el año pasado volví tres veces a España: una con Kota y Chiaki y las otros dos yo solo. En todos los viajes, invariablemente, me vuelvo con una maleta de más, una maleta imaginaria llena de un montón de pares de impresiones, historias dobladas y alguna que otra anécdota arrugada que me ha llamado la atención por algún motivo. Hoy me ha dado por abrirla y jodo lo que ha salido, a ver qué os parece:

– En el segundo viaje, al ir Kota con nosotros, cogimos asientos de estos que quedan con una pared por delante para tener más espacio porque estaba bastante claro que no iba a parar mucho tiempo quieto. Tal cual: se pasó la mayor parte del vuelo sentado en el suelo jugando con sus cosas; cuando yo me senté a jugar con él un rato, vino una azafata toda alarmada a echarme una bronca del copón medio gritándome que no podía ir sentado en el suelo del avión, que iba contra cuarenta normas de seguridad aérea. No me senté en el pasillo, sino entre mi asiento y la pared, es decir: donde irían mis pies. Totalmente absurdo.

– Al llegar a Dubai pasamos por una cafetería que vendían bocadillos. Pedimos dos para comer y yo un café porque no podía con mi alma, la tía prácticamente ni nos miró. Llegaron los bocatas pero el café nunca apareció, fui al mostrador a decirle esto mismo de muy buenas maneras y la tía asquerosa lejos de pedir perdón, chascó la lengua como mosqueada, se dio la vuelta y se piró sin contestar ni mú. Al de un rato sacó el café y lo medio tiró encima del mostrador para que fuese a buscarlo, cosa que nunca hice. No me bebo yo eso ni jarto tirititeros aunque me lo hubiese traído a la mesa, que era lo que tenía que haber hecho. Al de un rato vimos que le hizo lo mismo a otra pareja, curiosamente de españoles, pero ella fue menos amable que yo y a grito pelao le reclamó el café de mala hostia. La tía repitió la jugada con cara de mala baba pero esta vez la otra chica le pegó cuatro voces bien pegadas jurando medio en inglés medio en madrileño que menuda educación de sus huevos.

– Ya en España, comprando en un Mercadona me sentí perdidísimo: en la caja la chica me preguntaba si quería bolsas y al contestarle que si, ¡¡ la tía me preguntaba que cuantas !! ¿y yo que coño sé?. Para empezar no tengo ni idea de como son las bolsas de grandes y luego a ojo digo yo que sabrá ella calcular mucho mejor que yo, ¿no?. En Japón también nos preguntan si queremos bolsas, pero es la cajera la que te mete las que ella cree (y normalmente con muy buen criterio).

– La otra del Mercadona fue que el chisme para pagar con tarjeta lo usas tu. Es decir, no te mete la tía la tarjeta y tal, sino que ella se limita a poner el precio y en teoría eres tu el que metes la tarjeta de crédito, esperas a que te pida el número, lo metes y si todo está bien, te recoges la tarjeta tu mismo. Si esto no me lo explican, como pasó la primera vez, ahí me quedé yo con la tarjeta en la mano esperando a que la tía se dignase a mirarme para cogerla (ahora que la tía era más siesa que ni sé, que se me veía a la legua que no sabía que hacer). En sector servicios, amigos, estáis a años luz pero para atrás, menudo soserío y menuda malagana gastáis, la vírgen.

– En cambio, y mira que vivo en Tokio, me encontré muchos más sitios con wifi gratis en Badajoz que aquí. Ahí nos seguís ganando, por alguna razón que no entiendo ni pa Dios, aquí no está extendido el asunto del wifi gratis.

– Yo soy muy de cremas, me creo todas las chorradas que venden: desde exfoliantes hasta los botecicos esos pequeños para las ojeras y bolsas, ahora mismo estoy en condiciones de afirmar que tengo más que Chiaki (hecho nunca suficientemente ponderado, carcajadas mediante, por la susodicha). Pues bien: me llamó mucho la atención la cantidad de cremas que venden en España en los supermercados «normales»: ¡hay de todo!. Aquí en un súper como mucho tienes una hidratante y el aftershave, quizás si te vas a una droguería, que las hay muy buenas y practicamente en cada esquina, puedes encontrar más cremas, pero no venden, por ejemplo, las de bolsas y ojeras, como tampoco hay historias para depilación masculina y así. Aquí si quieres movidas de estas tienes que ir a tiendas «especializadas» dentro de centros comerciales y dejarte, todo sea dicho, un ojo de la cara.

– Y muy relacionado es el tema de la colonia… esto ya lo he mencionado otras veces… ¡la virgen que peste echáis!. Todo Dios se echa un huevo de colonia allí, es acojonante, y eso que yo era uno de los vuestros, ¿eh?, pero como aquí en todo Tokio prácticamente solo se echa el Chiqui, he desarrollado algo parecido al rechazo, ¡hasta me mareo!. Me flipa la cantidad de colonia que venden en todos los lados, empezando también por los supermercados, y los litros que lleváis puestos encima.

– La segunda vez que fui solo prácticamente hice vida en el hospital. Aprendí que hay todo tipo de personas entre el personal sanitario pero que por ser la situación tan delicada, uno aprecia infinitamente más los buenos modales y gestos y al contrario: cualquier atisbo de desidia será recordado con rabia e impotencia probablemente muchas más veces de lo necesario. Hicimos buenas migas con algunos y enseguida calamos a los que no queríamos ver ni en pintura. Yo creo que hay gente que no debería hacer trabajos en los que tengan trato con otras personas de cara al público, simplemente no valen y no deben. Si eres un tío borde asqueroso, curra delante de un ordenador y a poder ser no hables con nadie.

– Al de poco de llegar yo ingresaron a un gitano. Es un hecho, no es que sea una afirmación racista. En nada se empezó a llenar el hospital de familias enteras montando escandaleras increíbles, y eso que, por norma, solo un familiar podía estar en la habitación con el enfermo cada vez. Uno de los niños pequeños que traían, que era menor que Kota seguro, tenía piojos que la madre se dedicaba a quitarle sentada en la sala de espera. El viejo, que era el que estaba ingresado, se iba a la sala de espera y se tiraba dos horas ahí de risas con cuatro gordacas vestidas con chandals tres tallas menos que sus barrigacas. Y fumando. Les llamaron la atención infinitas veces hasta que finalmente llamaron al de seguridad del hospital que le dijo que o dejaba de fumar allí dentro o le echaban de la habitación. Pues bien: montaron un circo del copón de la baraja a grito pelado. Estamos hablando, insisto, de un hospital con gente muy delicada ingresada. Yo flipaba, no sabía si salir a dar gritos y hostias si fuese menester también o si iba a ser peor el remedio que la enfermedad. Que sean gitanos o no no sé si tendrá que ver, pero en este caso eran gentuza de la peor calaña.

– Al llegar a Madrid tenía el tiempo justo para coger el par de metros que me deja en la estación de autobuses, donde llegué de milagro apenas diez minutos antes de que saliese el autobus de vete a saber qué dársena. Estaba llamando a mi madre por teléfono para decirle que ya estaba en el país cuando vi que un chaval con más o menos pintas se me acercaba y que parecía estar esperando a que acabase de hablar. Tal cual: vino y me empezó a contar que era de Grecia y que llevaba no se cuantos días en España sin comer y sin un sitio donde dormir. Le di algo así como 10 euros que era lo que tenía a mano y el tío insistió medio agarrándome por el brazo que eso no le daba para nada, que le ayudase más. Le quité de un manotazo su mano de mi brazo y le dije que me dejase en paz que estaba yo en una situación personal muy jodida como para aguantar movidas ajenas. El tío se puso violento y empezó a decirme que él me había hablado con educación y que si yo le contestaba así igual tenía que hacerse entender por las malas. Me di la vuelta, me fui sin contestarle y noté que me empezó a seguir, bajé hasta el autobús dispuesto a soltarle una hostia con todas mis ganas porque en ese momento estaba yo al borde ya de todo, pero al ponerme en la cola para subir, se acabó yendo. Ha sido de las pocas veces en los últimos años en los que he estado completamente decidido a dejarme llevar y que pasase lo que tuviese que pasar.

– Volví a coger el coche en España y me sorprendió lo mal que conducís allí, me sorprendió porque aunque lo sabía, ya se me había olvidado. Los límites de velocidad no los respeta nadie, el coche de atrás pegado a ti, nadie da los intermitentes, todo Dios pitándose entre sí… es muy muy acojonante y vosotros lo véis como normal, que es lo más espeluznante de todo. No sé cómo será en Tokio con el coche porque no tengo, pero con la moto no tuve nunca esa sensación tan brutal de estrés. Sin embargo, y esto no pasa en Tokio, paráis en todos los pasos de cebra en cuanto véis a alguien esperando, eso es sagrado. Aquí, tampoco entiendo la razón, no para ni Dios hasta que no hay unas cuantas personas ya acumuladas ahí dispuestas a pasar, es como si fuese el coche el que tiene la prioridad… en serio: los conductores simplemente no paran porque no les sale de los huevos y como todos lo hacen, es «lo normal». Acojona este concepto de «lo normal», en serio.

– Otra cosa que me gustó mucho y que había olvidado es la educación de la gente de a pie: entrar en un ascensor y dar los buenos días, comentar alguna cosilla, cruzarse con alguien por el pasillo y que te salude. En Tokio eso no pasa, ese saludar al entrar en un sitio a la gente que está dentro. Ahora que claro, hay tantísima gente aquí que uno no pararía nunca.

– En Barajas y supongo que en todos los aeropuertos de España, el personal que está ahí revisando los equipajes y haciéndote pasar por el arco no son policías, son de Prosegur. Es decir: una empresa de seguridad privada es la encargada de esta movida, ¿qué coño está pasando?, si un pavo de estos quisiera detenerme estamos hablando de que me cago en su autoridad, ¿no?, ese tío no es un policía, es un currela, ¿no?.

– En Amsterdam eran policías y, sin embargo, me parecieron tremendamente maleducados y prepotentes, ahora que es algo que siempre me pasa en los aeropuertos: salgo de allí con la sensación de ser un delincuente dando gracias a Dios por que me han perdonado la vida una vez más. Yo entiendo que el 90% de los que allí estamos somos buena gente sin malas intenciones, ¿qué cuesta hacernos pasar por el trámite sin tratarnos como cerdos yendo al matadero?

He de reconocer que la gran mayoría de estos puntos son negativos, ya pongo por ahí arriba que no estaba en mi mejor momento personal y es en estos casos cuando a uno se le ensanchan más las afectaderas. Centrando la cosa entre España y Japón, aún a día de hoy y a pesar de que vivo aquí, hipoteca mediante, no sabría quedarme con uno de los dos países. Aquí todo funciona y sin embargo echo de menos la espontaneidad y la simpatía de los míos de allí. Lo resumiría en que molaría seguir teniendo la certeza de que el fontanero te va a arreglar el grifo de la cocina a las cinco como se prometió, truene, llueva o se caiga el sol de canto, pero que te cuente alguna cosa mientras lo hace y que a la hora de despedirse cambie esas frías reverencias a un metro de distancia con mil frases acabadas en masu por un apretón de manos y un «bueno quillo, si se te vuelve a estropear, ya sabes donde estoy, pero coño, ten cuidao y no te lo cargues otra vez!».

Eso si que molaría.

El Setsubun de las pelotas

Lo del Oni ese.

Seguro que sabéis, y si no os lo cuento yo aquí, lo que es el Setsubun. Mayormente se trata de una costumbre japonesesca en la que un pavo se disfraza de demonio y la gente le tira semillas de soja gritando «demonio! fuera!! suerte!! dentro !!» como si no hubiese un mañana. Luego se zampa también un rollaco de arroz con cosicas mirando pa el Cuenca de aquí y esa movida te da suerte ya para todo el año….

¡Y yo que sé porqué! ¿a mi que coño me preguntáis?, ¡ellos sabrán, déjales! ¡¿¿te dicen ellos a ti algo del oro, el incienso y la mirra esa!?!?, ¿!¿o de las uvas de nochevieja!?!?, ¡¡pues entonces!!

Bueno, total, a lo que yo iba es que:

¡¡ Me cago yo en el Setsubun, hombre !!
:copon:

Resulta que en la guardería de Kota han estado toda la semana ensayando la movida con pelotas de plástico en vez de con semillas de soja: se las daban y les enseñaban a tirárselas a un muñecote que tenían puesto ahí. Hasta aquí la cosa mola, una novedad para Kota porque es su primera vez y felicitación por parte de las profesoras cuando fui antes de ayer a buscarle porque parece que se le daba bien el asunto. Como le tire las pelotas a la cara con la misma fuerza con la que me tira a mi los muñecos de Anpanman, el Oni ese se iba a volver a casa con más hostias que un saltamontes dentro de una lata.

Pues bien, llegó el día S y tres profesoras se disfrazaron de demonios con máscaras feas y ropajes y se dedicaron a danzar por el jardín de la guardería que se ve perfectamente desde los ventanales de dentro. Jugaron a la cosa de asustarles, y las profes de dentro, cómplices de la movida, les decían «¡¡mira mira que están ahí los demonios, coged las pelotas!!» y así. Hasta que finalmente entraron dentro gritando y montando escandalera con las máscaras y pasó lo que es normal que pase con niños de 0 a 3 años: ¡¡¡ todos llorando más acojonados que Rita Barberá en el dietista !!!!

¡¡Pero que no dejaron de llorar ya en todo el día, parece !!

Al llegar a casa, Kota estaba todavía como acojonadillo: se notaba que el pobrecico lo había pasado mal. Cenó y se metió en la cama sin protestar, estaba como achuchaíllo ahí en si mismo.

¡¡ Pues menuda nochecita !!

No hemos dormido una mierda porque no ha dejado de llorar y despertarse con pesadillas de los bichos de los huevos gritando «nooo diablo, veteeee, veteeee». Para cuando conseguíamos que se calmase, después de media hora haciéndole ver que lo más feo que había en aquella habitación con él era su padre, se volvía a dormir y se despertaba al de un rato otra vez igual. Así que hoy llevo unas bonicas ojeras sponsored by Setsubun.

Mecagüen la madre que lo parió.

PD: Los hechos son verídicos, lo ha pasado bastante mal. La manera de contarlo no tanto, en realidad me hace mucha gracia la cosa y ahora si vemos que Kota se porta mal le amenazamos con que viene el demoniaco y se achanta cosa fina!!