Archivo por meses: octubre 2013

Personas y contextos

– Entonces, ¿no tienes la green card? -me preguntó el señor de la inmobiliaria del piso de cerca de Asakusa- pues yo os recomiendo que miréis pisos fuera de Tokyo porque no vais a conseguir el préstamo siendo tu extranjero y estando ella embarazada con la baja maternal en la vuelta de la esquina. Mejor por Saitama o por Chiba y para empezar la mitad de grande, que a esto no podéis aspirar.

El piso era increíble, pero la zona no era tanto como la querían vender; no había prácticamente nada alrededor y la estación quedaba a muchos tiros de muchas piedras. Aún así, como a Chiaki le traía muy buenos recuerdos puesto que el templo donde estuvo muchos años su padre quedaba por la zona, a mi me parecía bien. Creo que nunca nada de lo que ha dicho o hecho Chiaki me ha parecido mal, ahora que lo pienso. Lo que no me parecía bien es que un tipo al que no conocía de nada ya diese por hecho que era imposible que a mi me diesen un préstamo y que me lo dijese con una condescendencia tan repelente como el forzado flequillo de medio lado que no tapaba, ni de noche, una frente donde Retegui podría haberse entrenado sin problema de tarde en tarde.

La green card a la que hacía referencia aquí la versión japonesa de Anasagasti no es ni más ni menos que la tarjeta de residente que te dan, si has sido un chico bueno, una vez que has vivido en Japón más de 10 años. Todavía me quedarían tres, pero frontacas, si tu no decides ni sabes si me podrían dar o no un préstamo ¿a qué viene cercenarme, por si acaso, la ilusión a hostias?. Carapapa, melonaco, que te vas al google maps para poder peinarte los cuatro pelos que te quedan en esa sandíaca todas las mañanas porque no hay espejo que abarque semejante balón de Nivea.

Esa tarde pisamos muchos charcos en silencio camino de la estación.

Ya en el tren casi a la vez dijimos algo así como «que le den por culo al cabezacono, a su piso y a su flequillo de tres pelos de medio metro enrollaos» y decidimos seguir mirando pisos sin darnos por vencidos. La conclusión fue primero que un tío cuya cabeza podría parecer la cortina de la ducha o un rodapiés según se mire por delante o por detrás, no iba a quitarnos la idea de que Kota naciese ya con habitación propia.

– Qué majo es Díaz san -le dijo el otro señor de la otra inmobiliaria del otro piso que nos fuimos a ver a Chiaki cuando les cedí el paso en la entrada- y que hable japonés tan bien es increíble, habla usted muy bien Sr. Díaz.

«Ya me gustaría» pienso siempre yo cuando me dicen esto, que no es pocas veces. Pero a nada que un japonés medianamente educado se cruza con un extranjero se lo dice. Hay que quedarse con lo que significan sus palabras, no con lo que dicen: «hablas como un Yoda borracho, pero me flipa que te hayas atrevido a venir a vivir a mi país y tengas los huevos de pelearte con nuestro idioma que para vosotros tiene que ser lo más retorcido que ha parido otoosan».

La zona a mi me gustaba mucho más: una escuela al lado, rodeada de árboles, tranquila… y a nada que tiras una o dos piedras o pisas un par de charcos te plantas en la estación camino de Shibuya.

«Sr. Díaz, tráigame las nóminas que le pido que ya me encargo yo de pelearme con los bancos y ver qué se puede hacer. Yo creo que si, pero igual le llamo para pedirle de urgencia tal o cual papel porque cuanto más enseñemos, más probabilidades tenemos de que nos lo den»

No era sólo que tuviese una buena mata de pelo puesta en su lugar, sino que de primeras ya nos estaba diciendo que iba a hacer todo lo posible porque nos dieran el préstamo. Que si, que yo era extranjero pero que tengo un buen trabajo y una buena profesión (nunca lo habría pensado yo esto) y que como llevo en el país más de 5 años, no debería ser tan difícil.

El contexto no había cambiado demasiado: un extranjero con su mujer embarazada a punto de dar a luz tratando de acceder a un piso en Tokyo. La persona era totalmente distinta. Con el portaaviones de Asakusa no me habría ido ni a coger billetes de 5000 yenes gratis, con este señor me habría ido a tomar copas esa misma tarde.

Me llamó por teléfono bastantes veces, me enviaba emails con la documentación que convendría tener en ese momento y hasta conoció a mi suegra que se vino a ver el piso con nosotros una tarde prácticamente sin avisar.

«- Qué simpático es el marido de su hija, qué majo» -le dijo en una de esas que se pensaba que yo no escuchaba. «Así si» pensaba yo.

Cuando firmamos el préstamo yo no dejaba de acordarme de cabezabuque; las ganas que me daban de pedir cita para ver otra vez el piso y cuando me tocase, apartarle los tres flecos esos ridículos del frontón de Bermeo y estamparle una copia del préstamo en la jeta esa interminable que tiene.

Al otro ya le tengo invitado a que suba cuando le venga en gana a comer paella cualquier domingo.

«- Cuando nazca su hijo, Sr. Díaz, o cuando venda yo los pisos que quedan, lo que pase antes. Sra. Díaz, hay que ver qué majo es su marido»

Yo creo que lo segundo de hoy no pasa porque Chiaki ya está ingresada y yo salgo escopeteado ya.

Voy comprando gambas de las caras.

Y champán.

Y cervezas, muchas cervezas.

¡Coño, y pañales!

Un domingo de mierda

El domingo no hubo más que miserable lluvia regando las horas de no refugiarse debajo de una sábana; Tokyo no dejó de estar cada vez más mojado en ningún momento.

Yo me levanté junto a mi mujer y después de un desayuno remolón con cafeína entre sofás y cojines, me puse a cocinar unas lentejas. El domingo venía a comer el propietario del restaurante español que tiene la mejor tortilla de patatas de todo Tokyo: un japonés de cerca de cuarenta años, bonachón tanto en figura como en habla… tiene cierto aire a Akira, mi inseparable compañero de ventas de la empresa con la que vine a Tokyo por segunda vez, y eso ya le da puntos de simpatía.

Preparé lentejas, pimientos rellenos, aguacates con salmón ahumado y pintxos de tortilla de anchoas del cantábrico y espinacas. Entre plato y plato iba declinando con besos y mucho tacto la ayuda que Chiaki me ofrecía cada vez. Su trabajo de estar ultimando a Kota es millones de veces más importante y mucho más ahora que prácticamente le duele algo por ahí dentro haciendo ver que en cualquier momento se nos presenta a saludar.

Cuando llegaron mis invitados un rato más tarde de lo previsto, hacía tiempo que estaba todo preparado, aliñado, salpimentado y calentado. Me gustó hacer de anfitrión en mi casa nueva, nada que ver con el piso de alquiler de antes. No sé, fue distinto por estar quizás orgulloso de haberlo podido conseguir aún pareciendo que teníamos todo en nuestra contra.

Es bonito conseguir cosas pero es más bonito poder compartirlas.

Después llegaron más invitados, algunos sorpresa pero de las gratas, de las que no te haces a la idea hasta que llegan y después no puedes más que agradecer que hayan venido. Y aunque sobraron lentejas, también lo hicieron las risas.

Me sentí orgulloso también de Chiaki una vez más. De como es capaz de pasárselo bien siempre con quien sea en el idioma que sea, demostrando que con ganas y disposición todos en este mundo podríamos entendernos sin prácticamente decirnos nada. Es como si no tuviese la capacidad de buscarle nada malo nunca a ninguna situación… que se encuentra al gato de los tres pies sin buscarle y sólo se le ocurre acariciarle… y yo tengo el privilegio de despertarme, llueva o no, con alguien así cada día… ¿qué mas me darán a mi los paraguas?.

Cuando la fabulosa velada llegó a su fin, me tocó, besos y declinaciones mediante, fregar los platos y recoger el tinglado. Lo hice, como siempre, con música hasta que me di cuenta que Chiaki se había quedado dormida en el sofá y decidí tararearme para adentro los vasos que quedaban por secar. Después, todo lo en silencio que supe, que no fue demasiado, monté la cuna de alquiler que nos habían enviado esa misma mañana y esperé pacientemente sin decir nada a que ella se despertarse y entrase en la habitación.

Ya sabía que le iba a gustar, pero no que me provocaría mi llanto ver el suyo.

Después consulté el ordenador y confirmé lo que había visto un poco antes mientras todavía estaban nuestros amigos en casa: 275 personas que no conozco en su mayoría me han regalado más de un millón y medio de pesetas con la condición, entre otras, de que saque un libro que un día se me ocurrió escribir y se lo envíe, que lo quieren leer, dicen.

Cuando nos metimos por fin a dormir, yo sólo podía pensar en lo asqueroso, oscuro y mojado domingo de mierda que había amanecido.

Y en lo agradecido que estoy por todo lo que me está pasando.

¡¡ Conseguido !!!

Screen Shot 2013-10-20 at 8.35.50 PM.png

Yo que sé que decir ya… voy y pongo el doble de lo que pienso que se podría conseguir y resulta que aportáis 5 cinco veces más… bueno si que sé que decir, claro, lo que nunca me cansaré de repetir:

gracias.jpg

Como contaba en el blog de Verkami, seguimos con la hoja de ruta. Estamos en la fase de la última revisión del libro, maquetando la portada definitiva e impresión del libro de prueba. Si todo sale bien, no deberíamos tardar mucho en tenerlos… empezaré a contactaros uno por uno a partir de mañana para que me digáis vuestras direcciones y concretar recompensas o regalos o lo que haga falta…

Sois increíbles… :malico:

:estudier:

Entendederas

Cada vez más creo que coincide con algún resfriado gordo o principio de gripe, la verdad es que nunca he sabido cual es cual. «Gripe mal curada» creo que decía mi madre… o está curada o no está curada, pensaba yo. Total, el caso es que a veces a uno le viene una semana dada la vuelta: por las mañanas te levantas con el doble de sueño aún habiendo dormido las mismas horas, te sientes cansado, somnoliento, sin fuerzas… y normalmente en dos o tres días es cuando te empieza a doler la garganta y te sube algo de fiebre. Después se pasa y a otro puchero a untar en otra sopa para olvidar que esa semana no valías ni para cocido.

La anterior fue la siguiente a una de esas semanas. Quizás por eso, por no haber podido vivir con la intensidad deseada, la semana siguiente a esa semana de mierda suele ser una semana de puta madre. La coges con muchas más ganas y ese fue el caso de la semana pasada: fui al gimnasio todos los días, a Karate los que tocaba, estudié japonés, no aparqué la bici más que el día que vino el tifón para venir a la oficina y aunque me metía a dormir cuando los búhos ya se están echando copas con las lechuzas, al día siguiente me levantaba aliñando al mundo de buena mañana para zampármelo con dos huevos después del café.

El viernes, el responsable del equipo de desarrollo de mi proyecto, o sea el responsable del rascateclas que ahora mismo les rasca, vino a mi sitio para la reunión del viernes por la tarde, la última antes del fin de semana. El tío es más majo que un puñao de pipas peladas y encima sabe un huevo de lo que hace así que tiene mi respeto ganado prácticamente desde el principio. Esto sólo me pasa con dos personas más aquí dentro, no diré más. Pues bien, este buen hombre viene por detrás por sorpresa justo cuando yo estoy borrando algo de la pizarra blanca y me empieza a dar de hostias en la espalda mientras dice traducido algo así como «mecagüen la madre que parió al jenkins este». Son hostias suaves, de bromas, en plan como que si pilla al que programó el sistema del Jenkins ese le saca a secar al sol.

En Japón, el contacto físico no está bien visto. Los ciudadanos de a pie lo evitan en todo lo posible y se limitan a pequeñas inclinaciones de cabeza para saludarse. Incluso evitan mirarse directamente a los ojos.

Ese mismo día un par de horas antes me viene con cara de mala hostia y me dice: «Oskar he revisado lo que has hecho y ….» de repente cambia la cara a descojonarse vivo » ¡¡está perfecto!! ¡¡súbelo a producción!!». El soneto con rima asonante en que se convirtió mi cara costó en volver a prosarse porque no paró de partirse el ojete hasta un rato después.

Los japoneses son fríos, distantes, viven para trabajar y rara vez hacen vida familiar más allá de los fines de semana. Su vida es la oficina donde apenas se levantan de su puesto de trabajo ante la mirada inquisidora de sus superiores.

Llega la noche, esta vez no voy a Karate porque el sábado nos vamos a la casa nueva y todavía queda mucho por preparar. Al día siguiente a primera hora vienen los de la empresa de mudanzas, la hora concertada es las ocho de la mañana. A las ocho y un segundo según el reloj de la cocina llaman a la puerta y sube un señor con gorra de beisbol, unos brazos con cuarenta músculos más que tu y que yo y dos o tres cafés o tés en el cuerpo porque no para de hablar. En cinco minutos ya sabe de donde soy, el tiempo que llevo en Japón, lo de mi trabajo dentro de una oficina al resguardo de la lluvia, el frío y los odiosos muebles de Ikea que no hay Dios que monte después y ya se sabe el nombre de mi hijo, donde va a nacer y cuando. Yo, sin pretenderlo en ningún momento, me entero que se ha casado en España, que sabe decir uno dos y tres, y que anda que no están buenos los champiñones al ajillo.

En un rato suben cuatro más: dos pares de rapaces con la mitad de edad que el señor de cuatro triceps. El más alto es más soso que un kilo arena, pero parece buena gente, por lo menos llega a bajar los vasos de la estantería de arriba. De que se ponga de puntillas orienta la antena al Hispasat y me sale Matías Prats dando el parte. En cinco minutos tienen la casa forrada con una movida como de esponja, en diez tienen la mitad de las cajas ya cargadas en los dos camiones, en quince nos enteramos que la paella también le gustó un huevo y yo le he recomendado ya el restaurante de Ebisu que me sé y en veinte estamos ya camino de la nueva casa. Cinco mostrencos trabajando a toda hostia, tremendamente puntuales, poniendo todo el cuidado del mundo con un jefe más majo que quedarse solo en casa con un bote de nocilla y una cuchara sopera.

Cuando estamos cerrando Chiaki y yo la puerta de casa, vemos que los de la mudanza le han dejado una caja con pañuelos de papel a los de los pisos vecinos por las posibles molestias que hayan podido causar. Yo me quedo con una sonrisa en la boca. Un trabajo típico de chapuzas hecho con exquisito cuidado, con pulcritud, con atención al detalle y con un tipo al mando al que le das un micrófono y una cámara y seguramente te monta un circo del copón de la baraja sin quitarse la gorra ni escupir el palillo de la boca.

Al llegar a la casa nueva ya tienen el portal forrado de nuevo con la movida esa acolchada (que llamaré acolcher a partir de ahora) y eso que es la siguiente estación y nos hemos dado prisa. Les abrimos, el tío entra y mira la casa nueva y pega un silbido: «jodé, menuda pedazo de chabola» viene a decir. Emite otro par de sonidos agudos y ya tiene al mayor bigardo a este lado del Megurogawa montando una lámpara mientras el resto forra hasta a mi padre con cartones y acolcher max 200. «Torasutos de cocina» lee en voz alta descojonándose, «¿esto qué es? ¿inglés?, que coño, será español, no?, vete a saber que pondrá pero pesa como un demonio empachao, ¿donde queda esto?». «Todo en la sala», dice Chiaki. Yo hago un amago de explicarles lo que pone pero no tengo ni las palabras pensadas en japonés cuando el señor que habita debajo de una gorra ve al bigardo que no atina con la lámpara de Ikea y le pega cuatro voces: «quita copón, que todo lo que tienes de alto lo tienes de manazas, ya lo hago yo». Pero él no llega, claro, ningún ser humano llega a pelo más que el bigarder y así nos lo hace saber: «juas, ¿y ahora cómo hago yo esta movida?, me he pasado de listo, bigardeeeer trae la escalerica». Y montado en una escalera con las patas forradas en acolcher extraplus monta una lámpara de cinco focos no antes de decir cuarenta veces que las lámparas japonesas son de poner y ya, que jodé con los suecos y la madre, con todo el cariño del mundo, que los parió a todos.

Después se van por donde han venido y nos hacen bajar a que les echemos un ojo a los camiones para firmarles un papel en el que pone, entre otras cosas, que no se han dejado nada nuestro dentro. Nosotros les damos unas latas de cerveza y no les invito a cenar porque el bigardo tiene pintas de comerse a Dios por una pata y tampoco tengo muy claro en qué caja queda la paellera. El jefe se ríe y más contento que un ruiseñor se las enseña a los otros: «mirad lo que nos han dado, luego nos las pimplamos a la salud de vuestro hijo». Después nos hacen mil reverencias y se van. El bigardo no se ha reído ni una sola vez, el jefe no ha parado, a los otros tres prácticamente no les hemos oído. Por el camino se acuerda de algo y llama por teléfono a Chiaki: «ah oye, que con el pack este de la mudanza tenéis derecho a mover una cosa grande y cuatro pequeñas, así que si la cama la queréis mejor en otro lado o la mesa en la otra habitación nos llamáis y viene uno de nosotros y os lo mueve gratis».

En dos horas la mudanza hecha, una experiencia para recordar y la sensación de que en este país las cosas funcionan como en ningún otro. Claro que nos podría haber tocado un tío serio como el que nos colocó la lavadora ayer que no se reía ni pegándole con un palo, pero no fue así. Aunque hubiese sido normal. Como es normal que en la oficina de Zamudio donde estaba yo había cuatro gilipollas bordes lameculos y veinticinco mil personas encantadoras. Como es normal que en Tokyo vayas a un bar y a lo mejor hay un tío más tonto que Abundio que te mira mal porque eres extranjero pero que al resto del bar se la suda y seguramente cuando lleve un par de líquidos de la risa de más encima te venga a hablar porque le haces gracia. Como es normal que vayas a comprar algo a un centro comercial de Bilbao y lo mismo te puede tocar la tía más tonta del mundo como el señor más encantador del barrio. Como es normal porque todos somos personas cada cual con sus soserías de mal día y sus saleros de días garbosos y da igual que uno esté en Japón que en España que seguramente en casa Cristo aunque yo no he estado, que me apuesto el otro bote de nocilla que me queda a que será igual. Que cada cual es como es: el mayor tontaco del mundo, la persona más simpática de la tierra, el tío más callado del universo o la perraca más perraca de Falcon Crest con gripe mal curada.

Lo que no es normal es lo otro: pensar que todos son iguales por ser de un lugar. Eso si que no es normal.

Foto 2013-10-07 7 39 36-Edit.jpg


¡A por los 500 libros!

Al principio yo calculé una primera tirada de unos 100 libros. Me parecían muchísimos, sobretodo para ser algo a sacar entre y para los que me conocen, pero alguien me dijo: pues ve a por el doble y después si no sale, ya tendrás tiempo de bajar.

Así que puse 200 libros y la historia se consiguió en un día, madre mía, yo creo que batimos todos los récords en Verkami… ni sé cómo daros las gracias, pero me resisto a quedarme quieto: ahora mismo estamos por 7650€… si llegamos a los 10.000€ nos dará para sacar una tirada de 500 ejemplares, que no deja de ser la mitad de un millar y cinco veces más de lo que yo habría atrevido a soñar nunca.

Quedan 34 días para recaudar los 2350€ restantes que hagan enloquecer aún más a toda esta locura. Si me ayudáis, si promocionáis el proyecto, si colaboráis con él, yo prometo compensaros con todas las creces que pueda: más regalos, mejor calidad del libro, nuevos vídeos, nuevas fotos, nuevos textos… todavía estoy pensando nuevas recompensas, de momento el cinturón blanco de Karate se ha sumado a las que ya había.

Con lo que no paramos el proyecto. Seguimos hasta números redondos, y eso que soy de un pueblo a las afueras de Bilbao. Llego a ser del mismo Indautxu y vete a saber a qué ría me tiraría.

Ahí os dejo una pequeña muestra donde se puede ver perfectamente cómo va a ser el libro: un capítulo ya publicado en el blog que podréis ver con el nuevo diseño y sólo la primera página de una de las historias inéditas que tendréis que esperar, me temo, a tenerlo en vuestras manos para saber cómo sigue.

A ver si os gusta. Creo que ya lo conté, pero la idea del diseño era que el libro fuese una especie de diario con notas al principio o al final, fotos y recortes de papeles que me he ido encontrando en mi día a día viviendo en Japón:

Afinando un sueño, el ikulibro (PDF muestra)

Por cierto, que quede claro que pondré a descargar gratis el PDF íntegro una vez el proyecto de Verkami llegue a su fin. Lo que no quita para intentar, por todos los medios que esta primera tirada salga lo mejor y más redonda posible…

¿Nos ayudáis
un poquico más?


:gustico: :estudier: :gustico: