Archivo por meses: febrero 2013

Una semana en Tokyo y alrededores, día 4

Pues así a lo tonto, ya llevamos media semana dando vueltas por Tokyo… Fíjate tu todo lo que llevamos ya:

Día 1 – Tsukiji, Hamarikyu, barco a Odaiba, Gundam, Fuji TV, Onsen y vuelta en Yurikamome
Día 2 – Honmonji, Sky Tree y Asakusa
Día 3 – Kamakura, Hasedera, Daibutsu, Enoshima, Ofuna, Yokohama

El cuarto día yo lo gastaría en quedarnos por Tokyo en plan más tranquilos, aunque tampoco os creáis que nos vamos a estar muy quietos, ¿eh?… pongamos que…

Entre Roppongi y Shibuya no se me escabuya!!

:vainas:

¡Vamos ahí!

Bueno tranquilos que si que vamos a pasear pero tampoco demasiado. Yo creo que como mejor se conoce la ciudad es perdiéndose por sus calles sin rumbo fijo en vez de ir a los sitios de siempre, pero también es cierto que los que vienen de visita tampoco tienen todo el tiempo del mundo, así que haremos una mezcla: iremos paseando entre sitios a visitar, en vez de coger el metro. Tranquilos que no será demasiado.

La primera parada será en la estación Daimon a la que se puede llegar desde la línea Asakusa o la línea Oedo. Si salís al exterior y miráis alrededor, veréis la Tokyo Tower no demasiado lejos; allí es a donde nos dirigiremos.

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Sabremos que vamos por buen camino si pasamos por debajo de una puerta Torii por la que pasan los coches, esa es la calle por la que seguir hasta que os tengáis que parar en un semáforo. Al otro lado de ese paso de cebra está el templo Zojoji donde daban las campanadas de año nuevo hasta el año pasado pero que han cancelado porque se juntaba demasiada gente y empezaba a ser peligroso el asunto. Además, es nuestra primera parada.

Este templo destaca porque al encontrarse tan cerca de la Tokyo Tower, la estampa que se nos presenta es de lo más original por el contraste que supone («donde lo tradicional y lo moderno se fusionan» que diría cualquier flipao bloguero sobre Japón):

También tiene un buen número de estatuas Jizo que tienen molinillos de viento por alguna razón, puede parecer bonito pero no olvidemos que éstas estatuas simbolizan niños que dejaron el mundo ante que sus padres:

5799617981_45db9d772d_b.jpgFoto de fotosk en Flickr

Lo siguiente es irnos hasta la Tokyo Tower por lo segao: el camino no tiene pérdida, es un bicho enorme que se ve desde lejos, así que simplemente caminad hacia ella. Esta torre que yo no sabía que existía cuando vine a Tokyo la primera vez, no deja de tener su matiz romántico y no es raro ver parejas paseando por allí agarradicos de la mano todo monos.

A mi la verdad es que no me gustó al principio porque me pareció una burda copia de la torre Eiffel franchuta, pero después de ver su reemplazo, la Sky Tree, la verdad es que le he pillado el gustico a regustico a antiguo:

Por dentro no hay más que restaurantes de comida rápida, alguna tienda de souvenirs y el ascensor que nos llevará a uno de los dos observatorios que hay. Ba, no subimos, la vista de Tokyo desde las alturas ya la tengo yo pensada para después, así que no os liéis demasiado aquí. Eso si, si veis a la pichamascota, sacaos una foto con ella y mandádmela !!

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Así que enfilemos nuestros pasos hacia Roppongi, porque nuestro siguiente destino será el rascacielos Roppongi Hills. A este barrio lleno de maldad se llega si seguimos andando todo recto por la misma calle donde está la Tokyo Tower, subiremos un poquito, bajaremos otro poquito, pasaremos por delante de la embajada de Rusia que está vigilada por unos cuantos policias con palos, y finalmente llegaremos al cruce de Roppongi. La Tokyo Tower la tendremos siempre a la espalda, y el Roppongi Hills debería asomar por el lado izquierdo.

Este rascacielos es un mamotreto acojonante repleto de tiendas, oficinas, restaurantes… es la sede principal de Google Japón entre otras muchas empresas. Peeeero lo que yo creo que hay que hacer sin ninguna duda es subir al observatorio porque es el único al aire libre que hay en toda la ciudad. Si si, al aire libre, es decir: estarás subido en el piso 54 del rascacielos más alto de Tokyo, pero por fuera. Ver la ciudad desde el exterior y no a través de una ventana es una experiencia irrepetible que hay que experimentar por lo menos una vez si se viene aquí.

Eso si, traed chaquetica que como haya vientico os quedáis carambanicos.

:pelao:

Y bueno, en Roppongi no hay más que bares y clubs que seguro que no nos interesarán a estas horas, así que yo pondría rumbo a Shibuya, ésta vez en tren. Si nos montamos en la línea Oedo, nos vamos hasta Aoyamaicchome y de ahí cambiamos a la línea Hanzomon, en apenas diez minutos estaremos enshibuyados.

Shibuya no sé que tiene que está supervalorada para lo que luego es, por lo menos en mi opinión, aunque también es verdad que trabajo allí por lo que estoy todos los días y supongo que me he acabado acostumbrando. Quitando el famoso cruce con las televisiones enormes en los edificios, lo cierto es que no hay otra cosa más que tiendas.

No hay templos, no hay edificios demasiado llamativos… pero puedes encontrar restaurantes de cualquier tipo de comida o cinco millones de tiendas de ropa en cada esquina. Yo me quedaría con la gente; Shibuya es el barrio donde la gente joven pasa su tiempo libre y es curioso observarles… pongamos que de cada cien personas, hay cinco rascayúes que se creen vestidos a la última moda para regocijo de los que allí paseamos. No perdáis ojo y dad un paseo ojeando tiendas y a la vez a la gente. Aprovechad si queréis hacer algunas compras: allí tenemos un Don Quijote, un Tokyu Hands, la Apple Store, Uniqlo, Gap, ABC Mart, BicCamera…

Y como seguro que se habrá hecho de noche, volved al famoso cruce porque como pasa con la mayoría de los lugares céntricos de Tokyo, la cosa cambia mucho.

Y ya aprovechando que estamos donde estamos, pues cenamos por allí mismo. Yo recomiendo un izakaya de los miles que hay, cualquiera me vale: son típicos restaurantes donde puedes pedir absolutamente de todo, desde sushi / sashimi hasta pizzas o hamburguesas. Sin duda un buen sitio para probar comida de todo tipo al calorcico de alguna jarrica de cerveza. Efectivamente, amigos, acabaremos absolutamente todos los días brindando con cebada!

:bailongo: :gambiters: :coleguicas: :bailongo:

Una semana en Tokyo y alrededores, día 3

¡Chachos!, ¡no queda ná para que me case!

:romeo:

Para la ceremonia, porque casados ya llevamos medio año más o menos… así que van quedando menos días para que lleguen los primeros que se vienen al sarao. Y tengo una promesa que cumplir, que todavía me quedan unos cuantos días más que planificarles. ¡Menudo anfitrión sería si no me encargase de al menos contarles algunos planes decentes por los Tokyos!.

Acordarse que de momento tenemos:

Día 1 – Tsukiji, Hamarikyu, barco a Odaiba, Gundam, Fuji TV, Onsen y vuelta en Yurikamome
Día 2 – Honmonji, Sky Tree y Asakusa

El tercer día toca desintoxicarse del mohín de sensaciones con el que la mezcla de neones y argamasa de la ciudad nos acaba empapando. Como gran pueblerino que soy, a mi me gusta pirarme de Tokyo de vez en cuando para dejar de escuchar el eco de la ansiedad que genera este bosque de farolas y semáforos. Es curioso: la mayoría del tiempo me encanta vivir aquí pero hay veces en que cambiaría todo por dar la vuelta a Ibarra comiendo pipas en Zalla.

Dentro foto de la vuelta a Ibarra pipera:

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De cualquier manera, aquí va mi propuesta como primera excursión lejos de Shibuyenses, Roppongianos y chimponers varios:

A Kamakura de aventura!

:triki:

Este lugar de nombre compuesto por el mueble donde se duerme más la profesión del padre Apeles es un pequeño pueblo junto al mar que ha sabido conservar la atmósfera del Japón antiguo con un montón de templos interconectados entre sí por senderos de montaña. Pasear con calma por allí da gusterresque maximum y cosica suprema!!

Empecemos yéndonos hasta la estación Kamakura en la línea Shonan-Shinjuku que se puede pillar desde Shibuya y Shinjuku por ejemplo, y de ahí nos cambiamos al Enoden que es un tren muy antiguo del año catapún con suelo de madera y todo, que sin embargo nos llevará hasta donde queramos.

Eso sí, de momento queremos que la estación sea Hase, porque ahí tenemos un par de visitas que hacer: un templo y un budaco.

Andando cuatro pasos y medio desde la estación, a mano izquierda tenemos uno de los templos más chulos de la zona: el Hasedera. No visitaremos sólo los edificios del templo, sino unos jardines que te quitarán el hipo y la acidez:

… cientos de estatuas Jizo que te dejarán sin habla, sobretodo cuando sepas que cada una de ellas corresponde a un niño que dejó el mundo antes que sus padres…

…y muchos rincones especiales, como el pequeño bosque de bambús o la vista desde arriba de las montañas y la playa de Kamakura que ya te acabarán de dejar patidifuser y anodadader mitá y mitá…

Hay más templos en Kamakura, muchos más, pero yo creo que uno se puede cansar visitando más de dos o tres en el mismo día porque tampoco es que sean demasiado diferentes entre sí. Así que el siguiente sitio que visitaremos, que además está a escasos doscientos metros del Hasedera, es el Daibutsu que es lo más parecido a lo que saldría si uno de Bilbao se pusiese a esculpir un Buda:

Un pedazo de mostrenco que fue lo único que quedó después de que un tsunami se llevase el edificio que lo albergaba en el año 1252, un Budaco de trece metros y pico ahí puesto como el que no quiere la cosa… una vez más, es el entorno entre montañas lo que hace que la vista de semejante estatua sea más impresionante, si cabe (que cabe de milagro):


en su última visita. Y de Hase seguimos en la misma dirección hasta la estación Enoshima. No hay otra excursión que tenga más sentido para nosotros: allí fue mi primera cita con Chiaki y allí también hinqué mi rodilla al lado del mar para pedirle que se casase conmigo el verano pasado.

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El camino es fácil porque sólo hay uno: tu te bajas de la estación y vas hasta el mar, después cruzas el puente y empiezas a subir escaleras descubriendo los secretos de la isla en forma de pequeños templos, jardines, gatos, dragones, halcones… no sería nunca objetivo hablando de Enoshima, este lugar es mágico para mi por muchos muchos motivos… yo creo que lo mejor es que os dejéis llevar por el mismo camino sin tener prisa por llegar al final.

Subiréis hasta que las empecéis a bajar, llegando de nuevo a nivel del mar pero por el otro lado de la isla, justo al lugar donde Chiaki asintió a que viviésemos la vida a pachas entre lágrimas y risas, porque esta chica por mucho que esté pasando, nunca deja de reír y no sabes el gustico que da tener a alguien así a tu lado (o si lo sabes, pues mira, tu también tienes suerte!!). Ahí va una foto de ese mismo día algo así como media hora antes de que me declarase:

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Desde ahí si la marea está baja podréis volver en barco. Enseguida sabréis si es así porque tendrán las escaleras que bajan a nivel del mar cerradas o abiertas según sea el caso. Yo recomendaría que si es ya cerca de las cinco de la tarde, os quedéis por ahí hasta ver cómo el sol huye a otro cielo de otro día por empezar metiéndose del oceano Pacífico para dentro. Hay también una cueva a la que se puede entrar, pero no merece la pena, tienen un dragón allí todo chano iluminado con cuatro bombillas mal puestas. Quedaos con el anochecer, que además es gratis y si encima lo veis con una cerveza de la misma marca que la isla, ya ni os cuento.

Tanto si habéis vuelto en barco, como si lo habéis hecho a pata, no hay otra que volver a pasar por el único puente que nos deja de nuevo camino de la estación de Enoshima. Yo diría que antes de volver, pilléis un par de ostras que os asarán allí mismo. No tiene perdida, si por lo que sea no veis a los señores de la parrilla, no os preocupéis que os podéis dejar guiar por el olor sin problemas.

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Después volveremos a la estación, pero ésta vez recomiendo que nos montemos en el monoraíl, que su estación también anda cerca. Iremos elevados unos cuantos metros del suelo pasando por entre un par de túneles hasta que nos deje, ocho minutos después, en la estación de Ofuna. Ahí tenemos otra pedazo de estatua que ver, la de la diosa Kanon. Si es ya de noche, quizás os podéis conformar con verla desde abajo sin subir a la colina, que también impresiona lo suyo… o si os queréis acercar, tampoco es que se tarde demasiado desde la estación.

Y desde Ofuna, ¿qué mejor que irnos a cenar a Yokohama directamente?. Aunque esta ciudad que queda a mitad entre Tokyo y Kamakura merece una visita aparte, pues ya que estamos por allí cerca lo mismo nos merece la pena darnos un paseíco nocturno aunque sea para ver una panorámica del puerto que de noche es otro rollo. Es más: si nos bajamos en la estación Sakuragicho, estaremos al lado del rascacielos Landmark Tower, que tiene un observatorio arriba del todo al que merece mucho la pena subir, y como nos pilla de paso…

En Yokohama tenemos distintos centros comerciales con restaurantes, pero si no queremos complicarnos la vida, justo al lado de la estación Sakuragicho hay un café-restaurante de lo más apañado donde hemos cenado alguna hamburguesica casera nosotros más de una vez. Irnos hasta el barrio chino, después de la paliza que nos hemos pegado, mejor lo dejamos para otro día… así que o cenamos por allí mismo o ya nos volvemos a descansar la palizaca al hotel…

Y no creo yo que después os queden ganas para muchas historias… así que demos por finalizado este tercer día… Al siguiente nos lo tomaremos con más calma, os dejaré que os recuperéis de las agujetas de subir y bajar tantas escaleras por Enoshima.

Hasta mañana, buenas noches!

El señor de la tienda de zapatos

No sabría la razón. A veces es el invierno que de tanto sentir frío no deja apenas margen para sentir nada más. Otras veces simplemente es despertarse torcido, como si se hubiese dormido a medias el rato que se estaba durmiendo.

Pero toca.

Por lo menos dos o tres días al mes, uno se siente cansado, molido, desorientado… concluyamos que sin ganas de hacer mucho más que tratar de llegar a la cama para dormir la otra mitad que nos falta.

Así fue la cosa ayer: preparé la bolsa de karate y me levanté una hora antes para poder llegar a la oficina y salir también sesenta minutos menos tarde. Estaba tremendamente motivado por la clase del viernes con el especial aliciente de poder ya hacer deporte sin escayola y prácticamente con el 100% de movilidad en la muñeca izquierda. No hay nada como que te quiten algo de una hostia para aprender a apreciarlo con toda tu alma. Es horroroso quedarse sin algo con lo que siempre has contado, ojalá no me pase nunca más.

Pero ayer no tocaba que tocase karate, tocaba un día de los de sentirse cansado, molido, desorientado… sin ganas de tener ganas de ganar.

Así que me despedí de los compañeros de trabajo pidiéndoles perdón por irme antes y cogí el tren, pero no el que me suele llevar a ese lugar secreto donde me dejan soñar dos o tres veces por semana con patadas imposibles, sino en el que me lleva a mi casa.

En el vagón íbamos un ciento de personas, mis remordimientos y yo. Remordimientos que aun a sabiendas de que ayer era imposible, volvieron con su férrea disciplina a pasar lista y sembrar quizás todavía más pesadumbre al ya de por si mohíno día.

En el móvil, Chiaki me avisaba que iba a llegar tarde a casa y a mi tampoco me acababa de agradar la idea de estar sentado en un sofá de dos sin uno, así que me bajé una estación antes y enfilé con paso mustio hacía la tienda de zapatos del centro comercial más por alargar la hora de meter la llave en la cerradura que por querer comprar ningún zapato. Es una de esas tiendas que tanto abundan por Tokyo en las que tienen cientos de carteles de oferta puestos prácticamente en cada artículo, anulando así el propio concepto. Había cuatro dependientes varones, jóvenes, de esos de pelos imposibles y cuellos camiseros alzados a lo arrogante.

No me fijé hasta un rato después en un quinto: era un señor que doblaba la edad de cualquiera de los demás. Llevaba una camisa de cuadros un par de tallas más grande lo que le daba un aspecto desaliñado, diría que andrajoso al lado de cualquiera de sus compañeros de tienda. Noté algo extraño en sus andares aunque no le dí mayor importancia. Es cuando decidió hablarme cuando confirmé que algo había en él que era distinto a los demás:

– Ese zapato está de oferta y yo creo que te quedaría muy bien, -me dijo risueño- a los extranjeros siempre os queda bien la ropa, mejor que a los japoneses que somos más pequeños, aunque es verdad que tu tampoco eres muy grande. Seguro que tu número de pie no pasa del 25.

No fue sólo que tuviese cierto incoherente compás al andar, sino que también ligaba frases saltándose palabras haciendo que se le entendiese, y no del todo, aproximadamente hacia el momento en que tocarían los puntos y seguido. Supe al instante que tenía algo que no teníamos los demás, comprendí, al igual que con mi hermano, que todo lo que saliese de su boca iba a estar teñido de tierna inocencia y extrema bondad. Me sentí inmediatamente vinculado con él, diría sin duda que incluso aprecio y sobretodo orgullo por ver que estaba desempeñando un trabajo normal igual o mejor que cualquiera de los demás.

Dos de sus compañeros vigilaban la escena desde lejos. En sus ojos también intuí cierta ternura aunque era claro que estaban atentos a mis maneras o a mi reacción por si fuese de rechazo o quizás confusión… al fin y al cabo, a este mundo le sobran personas con sentimientos por sentir y almas por albergar.

– Jajaja, es verdad, soy pequeñico y encima has acertado con el número, sólo un pelín más grande, es 25.5. ¿Sabes?, en España tendría un número 40, pero aquí usáis números distintos, menudo lío, ¿verdad?, yo no sabía al principio…
– ¿Te lo traigo? ¿te traigo el zapato de tu número?, no me cuesta nada, ¿te lo traigo? -me interrumpió visiblemente contento por tener el dato que le faltaba para seguir con su trabajo.
– Claro, por favor, me encantará probármelo.

Sin mediar palabra desapareció por la puerta naranja que quedaba a la derecha de las zapatillas deportivas de mujer. Uno de los dependientes entró detrás de él, puede que para echarle una mano si hiciese falta. Estaba claro que allí a todos nos sonaban las pulsaciones con tonos parejos.

No pude más que sentarme en el banco a esperar que aquél señor me trajese un zapato que seguramente no habría elegido por mi cuenta.

– No quedan 25, sólo queda un 26, pero ¿porqué no te lo pruebas?, pruebátelo que lo mismo te queda bien. A veces un número no hace tanta diferencia, además como eres extranjero… los extranjeros sois más grandes. Aunque tu no eres tan grande pero creo que no importa, ¿te lo pruebas?, como ya te lo he traído…
– Claro que me lo pruebo, faltaría más.

Abrió la caja y sacó el derecho. No sabría decir si eran sus manos o sus dedos, pero no acababa de tener la movilidad que tenemos los demás. Lo que le sobraba era destreza: con las dos muñecas dobladas hacia adentro sujetaba un zapato al que fue capaz de ajustarle los cordones sin saber yo cómo y dejármelo después al lado de mi pie ya descalzo. No dijo una palabra porque estaba concentrado en hacer algo que a él le cuesta más que a tí, por lo que a tí te da mucho más igual que a él.

– Me queda perfecto -mentí por verle sonreír- ¿sabes?, me lo llevo. Y también si no te importa, me gustaría probarme esas zapatillas que tenéis ahí de oferta, ¿te importaría…

Tampoco me dejó acabar. Había vuelto a desaparecer y apenas me acababa de desatar los cordones de aquél zapato un número más grande que el mío cuando ya estaba de nuevo extremadamente concentrado en otros cordones que ajustar de otro pie derecho de otro par de zapatillas.

– También me quedan bien, me llevo los dos si no te importa, ¿me pones los dos?.
– ¿De verdad? muchas gracias, gracias, muchas gracias. Gracias. Gracias

Seguía dando las gracias aleatoriamente mientras íbamos hacia la caja registradora. El mismo compañero que entró al almacén con él ya estaba allí supervisando la operación mientras simulaba estar limpiando el mostrador con un trapo. Me gustó que tuviese el tacto de no mediar palabra, de simplemente estar allí sabiendo que no iba a haber problema alguno, pero con el detalle de estar a mano por si hubiese algo que en ese momento se torciese.

Quise ser su amigo. Quise contarle que encontrarme con él fue como si alguien le hubiese dado un empujón a la línea del día que volvió a ser recta de nuevo, que me encantó haberle conocido y que en ese momento echaba de menos a mi hermano más que nada.

En lugar de eso dejé que me acompañase hasta los límites de la tienda con el pasillo del centro comercial y me despedí de él dándole las vueltas una o dos veces de las veinte o treinta reverencias con que me pagó.

Esa noche llegué a casa un poco antes que Chiaki con unas zapatillas de oferta, un par de zapatos que me bailan en el pie y el alma tres o cuatro números más grande.

Una semana en Tokyo y alrededores, día 2

Hooola!, ¿cómo estamos?, yo bien gracias, últimamente me duele menos el brazo y como ya puedo ir a Karate, pues contentete!!

Total, que aquí sigo dándole vueltas a cómo sería mejor que pasasen los días por Tokyo los que se vienen a verme en marzo, y de paso lo comparto por si a alguien le vale porque soy un tipo generoso y campechano. No hace falta que le digáis a Bárcenas que me de ningún sobre, esto lo hago por amor al arte.

Si el primer día nos fuimos por lo segao desde Shinbashi hasta Odaiba pasando por Hamarikyu y acabando las horas con los huevos en remojo en un onsen, en el segundo día nos va a tocar desmarcarnos por las bandas entre templos y pagodas, Tosca Style.

Atarse los cordones, que salimos ya.

:felicianer:

Día 2: Honmonji, Sky Tree, Asakusa

Honmonji es el templo de mis amores, uno que no sale en ninguna guía y quizás, por esto mismo, es uno de los más auténticos que todavía quedan por descubrir de Tokyo. Lo encontré de casualidad saliendo a correr una noche y desde entonces no he dejado de recomendárselo a todo el que me cae bien (en efecto, amigos, me caéis bien de pimeras, soy un tipo simpático: si ya me dejáis un comentario, hasta bailo!).

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Está en lo alto de una colina a la que se accede por unas majestuosas escaleras que nos revelan la entrada y el enorme edificio principal. Seguro que si le preguntáis a la pagoda de cinco pisos que queda a la derecha, os cuenta las veces que me ha visto coserme a su vera las grietas que amenazaban con desgajarme por momentos el corazón. He pasado tantas noches solitarias paseando por allí que me está pareciendo hasta incómodo hablaros de este lugar, que fue mi rincón secreto durante años.

Justo enfrente de la pagoda hay un pequeño observador desde el que se ve Yokohama y hasta el Monte Fuji en días claros. Allí mismo, al pie de la escaleras, no es raro ver pequeños grupos de jubilados sentados en el suelo jugando al Go y dos o tres gatos que seguro que se saben de memoria quien de estos señores trae más pan en los bolsillos de la chaqueta.



No hay tiendas, apenas un pequeño restaurante llevado por dos ancianas y un tímido escaparate de amuletos hechos a mano por los monjes. Pero tampoco hay miles de personas que te empujen y salgan inevitablemente en todas tus fotos. Estarás prácticamente sólo en un lugar mágico como pocos. O eso me parece a mi.

Se llega desde la estación Ikegami de la línea de mismo nombre, a la que se accede desde Gotanda (Yamanote) o Kamata.

Pero para salir de allí y encadenar con la siguiente que tengo yo pensada, lo suyo es bajar las escaleras que quedan al otro lado y ya ir andando hasta la estación de NishiMagome, donde viví yo durante cinco años. Hay dos razones para esto: la primera es no perderse la pagoda roja erigida en el lugar donde fue incinerado el fundador de la rama del Budismo al que pertenece al templo…

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… y la segunda es que desde Nishi Magome sale la línea Asakusa que nos llevará hasta la estación Oshiage donde visitaremos el imponente pincho moruno que es la Sky Tree.

Aquí va un mapa del templo, dónde está cada cosa y cómo llegar andando desde las dos estaciones (Ikegami de la línea Ikegami, y Nishi Magome de la línea Asakusa):


Ver Honmonji de mis amores en un mapa más gordico

Una vez que nos montemos en un tren desde Nishi Magome pueden pasar dos cosas en una estación llamada «Sengakuji»: que el tren siga como si nada, o que de repente se baje todo el mundo y os toque hacer transbordo a otro tren que está al lado. No preocuparse que es lo normal. Sengakuji además es donde se encuentra el templo de la famosa historia de los 47 ronin, pero tampoco hay demasiado que ver así que montaros en ese tren (o quedaos en el que estabais) y tirad hasta Oshiage (pasareis Asakusa de largo, pero allí volvemos después, cuando se haga de noche).

La estación os deja al mismo pie de la Sky Tree, justo justo al ladico del pinchaco más alto del mundo… y además tiene un significado especial para nosotros, porque yo conocí a Chiaki en una de las excursiones que organizaba su empresa y que llevaban a los clientes a ver cómo la estaban construyendo. Así que mira, excursión con muy buenos recuerdos!

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En la Sky Tree hay un par de cosas que se pueden hacer a parte de descoyuntarse el cuello mirando para arriba y sacarle foticas: chupar cola para subir arriba del todo o perderse por las mil tiendas del centro comercial que está a sus pies. Yo recomendaría lo primero y me olvidaría de lo segundo, total, no creo que hayamos venido a ver Zaras y Uniqlos y si tenéis hambruna, que seguro que ya será el caso, esperaros un poquitín más que en Asakusa hay un montón de buenos restaurantes que no nos podemos perder.

Así que la Sky Tree, con su visitica a arriba y sus fotos como Buda manda, y después nos vamos andando hasta Asakusa, que nos pilla a un cuarto de hora si vamos por lo segado o a quince minutos si vamos por donde la hierba fue cercenada. A la que os queráis dar cuenta, estaréis enfrente del edificio mojonero de Asahi y en un tris en la puerta Kaminarimon que os llevará por una calle atestada de tiendas hasta el templo Sensoji que lo cierto es que no es mucho más que el Honmonji que hemos visto por la mañana. Eso sí, la vidilla del lugar es totalmente distinta: ricksaws, tenderetes de comida, tiendas de recuerdos para turistas… y miles de millones de personas por todos los lados.

Aquí va mi plan: dar una vuelta por las tiendas, ver el templo así por encima y tirar para la calle de los restaurantes callejeros, donde podréis sentaros en cualquier mesa en la misma calle y comer y beber como campeones hasta que se haga de noche. Si decís que vais de mi parte, os dirán que quien coño es ese tío, pero si le enseñáis una foto del Lorco a las chicas del restaurante que os señalo en el mapa, tened por seguro que os pondrán en una de las mejores mesas y no descarto yo un par de platos de edamames de gratis. ¡Anda que no les ha generado gasto allí el gachó! pero bien gastado, porque es un sitio muy chulo al que toca volver de vez en cuander.


Ojetear Sky Tree a Asakusa en un mapa más gordo

Y cuando se os haga de noche allí doblando cervezas y apurando platos, ya entonces si, ya es cuando merece la pena volver al templo y verlo iluminado sin apenas gente. Si señor, esto es otra cosa ya… las tiendas estarán cerradas, pero el paseo por semejante lugar por la noche es algo que nadie debería perderse: es un sitio totalmente distinto con el templaco y la pagoda iluminada… Yo he llegado incluso a ver maikos que parece ser que quedan también en Tokyo, pero es cierto que sólo fue una vez.

Ojo a ésta última foto porque esa esa la calle que os digo de los restaurantes con sus tenderetes al aire libre, el ambiente que se ve es el que hay (aunque sea de noche).

Y de aquí pues sólo quedaría irse a la cama porque al día siguiente toca excursión fuera de Tokyo…

:triki:

¿qué nos tendrá preparado el tío Tosca para el tercer día? ¿lo sabrá él ahora mismo mientras escribe esto? ¿se lavará alguna vez su compañero de oficina la sobaquina mora? ¿ein? ¿ein?

¡¡ Buen fin de semana !!
:gambi: