Archivo por meses: enero 2013

Una semana en Tokyo y alrededores, día 1

Este es el reto, mayormente. Planificarles una semana por Tokyo y alrededores a mi familia y a los amigos que se han animado a venir a nuestra boda el año que viene…

Lo primero que he pensado es buscar por internet, seguro que hay alguien que tiene un viaje más que planeado y posteado por ahí… nah, no me ha convencido nada lo que he visto: visitas a un Tokyo lleno de tópicos que muy poco tiene que ver con mi vida aquí y yo lo que quiero es que los míos se vayan sabiendo cómo paso yo mis días en esta ciudad, a donde voy los fines de semana, por donde me gusta pasear.

DSC05457.JPG

Así que empezamos por descartar Akihabara, donde no voy nunca porque no me interesan ni las que se visten de chachas, ni mucho menos las idols esas que tan atravesadas tengo, que las cogía a todas y las ponía a cavar zanjas. ¿Chismes electrónicos?, no creo que ninguno de mis amigos venga a Tokyo a buscar una gameboy edición limitada para llevarse de recuerdo. Descartado, como descartado está Ginza que no aporta nada más que ver cuatro escaparates de tiendas de lujo que son iguales en todo el mundo y donde la gente malgasta un día entero para no ver nada, o el palacio imperial donde no se puede ver ná.

Total, aquí va la ikuguía para pasar una semana en Tokyo y alrededores como me hubiese gustado que me lo contasen a mi. Hago el asunto por partes para que no tarde mil meses en publicarlo y de paso contar cada día con el detalle que se merece:

Dia 1
Tsukiji, Hamarikyu, Odaiba, Onsen

¿Qué mejor que empezar con buen pie yéndonos a comer sushi?. Porque por muy tikismikis que seas para comer, coño, venirse a Tokyo para zampar en el McDonalds es como irse a Tolosa a pedir paella. Así que nos pegamos un madrugón que seguro que será patrocinado por el jet lag y nos vamos a Tsukiji, a la lonja de pescado donde los turistas no hacen otra cosa que molestar, pero que es algo que hay que ver de todas formas y ahora la cosa la tienen mejor controlada porque se entra por turnos.

Después, por supuesto, un buen sushi para desayunar con su sopica miso para pillar fuerzas y marcharnos, todo peripuestos, a los cercanos jardines Hamarikyu. Está todo a mano, se puede y se debe ir andando porque por el camino nos encontraremos con el edificio Nakagin capsule y el rascacielos de la Dentsu, que te dejarán pericueter pero como vamos con la tripa llena, pues pericueters campanters (jodé, «pericueters campanters»… y que me hayan sacado a mi en un libro de la ESO…)

El parque lo recorremos con calma, incluso estaría bien tomarse un té en la casa que hay en medio del lago. Que esa es otra, hay que tomarse un té en condiciones con su dulce en condiciones y en posición seiza encima de un tatami. Por muy amargo que esté el té y por mucho que duelan las rodillas, hay que probar que para eso os habéis cascao las horas de avión que os habéis cascao y no sólo para tirar cuatro fotos y decir que habéis estao, digo yo, ¿no?.

Jodé, anda que no llevamos ya cosas hechas, ¿eh?. Pues no hemos hecho nada más que empezar. En el mismo parque nos cogemos un barco que nos va a llevar en menos de media hora, a Odaiba que está enfrente (el tío Tosca tiene todo pensado, amigos!). Pasamos por debajo del Rainbow Bridge, y a la que nos queramos dar cuenta, estaremos ya en la bahía de Tokyo sin haber movido ni un músculo así. De Odaiba leeréis que es la «isla artificial» de Tokyo, ba, de isla tiene poco y lo de artificial nos da igual, el caso es que hay un montón de tiendas, centros comerciales y restaurantes donde pasar un rato, pero ba, que tampoco tiene mucha historia venirse a ver tiendas. Lo que hay que hacer es irse donde el Gundam, el robot este grande que han vuelto a poner y que a las en punto se mueve y hace tonterías, y después tirar para el edificio de la Fuji TV y subirse a la bola que hay encima del todo que tiene un observatorio. Si coincide que os van dando cerca de las cuatro de la tarde, ya esperaros un rato a que se haga de noche y así veis cómo cambia el panorama de Tokyo con todas esas luces que hacen que se haga de día de nuevo a su manera. Y todo desde allí arriba, con vistas privilegiadas de la bahía de Tokyo, con el Rainbow Bridge, la Tokyo Tower… incluso el Fuji si tenéis suerte.

Y como a estas alturas tenéis que tener más hambre que el tío Keké que hizo la dieta de la alcachofa, os voy a proponer el colofón perfecto: nos vamos a un onsen. Que diréis: «yo lo que tengo es hambre, no ganas de mojarme los pelendengues», ¡no preocuparse!. En el Edo Tokyo Onsen Monogatari nos ponemos un yukata, y pasamos a una réplica en miniatura del Tokyo de los años catapún donde hay un montón de restaurantes de todo tipo: Yakitori, Ramen, Tempura, Udón… aunque yo recomiendo aguantarse un poco y darse el homenaje después de haber pasado por las bañeras de agua caliente de donde saldréis que os coméis a un equipo de fútbol entero si os lo ponen delante.

Después ya si, ya por ley tenéis que comer todo lo que os entre remojándolo con unas jarras de cerveza porque estaré yo por ahí controlando el asunto. Jodé, es que lo estoy contando ahora y me están dando ganas de ir ahora mismo, madre mía que gustico de día!!! y que lo cuente de gratis!!!


¡¡Y no se ha acabado!!. Toca la vuelta, en Yurikamome, el monorail que se conduce solo. Yo recomiendo ponerse en el extremo del anden delante del todo y dejar pasar dos o tres trenes hasta que encontreis uno que tenga sitio en el primer vagón, porque la vista de noche por el medio del Rainbow Bridge entre rascacielos es impresionante y como no hay conductor, iréis en primera línea como si lo llevaseis vosotros y es algo que tardareis en olvidar (aunque esto depende del número de cervezas degustadas momentos antes)

Al llegar otra vez a Shinbashi, seguramente sólo os quede meteros a dormir porque el día ha sido más largo que largo. Si por lo que sea, todavía tenéis hambre, en Shinbashi a nada que andéis un poco dirección Ginza, os encontrareis pequeños restaurantes de yakitori debajo de las vías del tren, zamparse un último pinchico de carne asada con una buena cerveza puede ser el fin perfecto a un día bien bonico antes de pillar la cama con ganas.

Continuará…

Albacete-Japón Express 2.0

El Chiqui, que el día que se estará quieto será en el cementerio, no antes, ha vuelto a Japón después de pasar las navidades por ahí por cádios. Esto es algo a tener en cuenta, porque siempre que vuelve las prepara… ya me ha leído la cartilla para este 2013, y no creáis que viene la cosa aburrida, no.

Total, que para empezar con buen pie, ya tiene organizada la segunda edición de su viaje a Japón:

Cartel 2013 b.jpg

Además escogiendo bien escogidos los lugares a visitar:

Hiroshima
Miyajima
Kyoto
Kawaguchiko
Tokyo

¡¡Si queréis conocer Japón,
ya estáis tardando en escribirle!!
Albacete-Japón Express 2.0
viaje.abjaponexpress@gmail.com
:gustico:

Hasta aquí

Ésta mañana el tren ha frenado de repente. El sonido estridente de la alarma de emergencia ha avisado sólo con uno o dos segundos de antelación en los que no quedaba de todas maneras nada claro qué era lo que anunciaba con tanta premura. Nos hemos enterado de golpe al salir disparados bruscamente hacia adelante sin remedio empujándonos unos a otros hasta que hemos conseguido recuperar la estabilidad. En mi caso la inercia ha quedado totalmente neutralizada contra una de las barras metálicas que hay al lado de los asientos. No ha sido demasiado fuerte, pero he tenido la mala suerte de darme con el brazo roto.

Al dolor del brazo se le ha sumado un dolor de cabeza que no parece tener ganas de dejarme en paz y todo junto hace que hoy esté especialmente sensible, quizás susceptible, quisquilloso.

No es mi mejor día.

Tampoco es el peor.

Hoy, una vez más, tampoco tengo las respuestas esperadas en el buzón. Hoy por ser hoy, está más vacío que lo vacío que estaba ayer. Hoy me ha importado mucho más que cualquier otro día. Hoy me duele el brazo y la media escayola que tengo puesta me pesa más. Hoy me duele la cabeza.

Hoy estoy quisquillosa y susceptiblemente hasta los cojones.

Se acabó. No espero más. Es hora de actuar.

He escrito un libro en el que he recopilado los seis últimos años de mi vida. Un libro que no sólo lleva mi alma dentro, sino que contiene además mi hígado y mis entrañas. Escritos que cuentan que una vez me dolía la soledad más que ahora el brazo, textos que desvisten aquel huraño corazón que una vez latía a desgana sin ritmo ni rumbo, retazos de felicidades de pega, encuentros más adrede sin querer que fortuitos aposta, personas que me destellearon las pupilas por dentro, utópicos amores que nunca me habían querido, lágrimas que salpicaron las miras e ilusiones del iluso con entradas que se asoma a mis espejos, que se refleja en los escaparates donde mira ese que queda por fuera de mi.

Un libro que he escrito, que he sentido yo.

Así que se acabó esperar a que un señor de una editorial me diga lo que le parece. Un señor al que no conozco de nada, un señor que no me conoce de nada y cuya opinión, por tanto, carece de valor, de sentido. Un fulano que tan poco tiene que ver con esto que es incluso de mal gusto que pueda tener el poder de decidir sobre algo tan personal, tan mío.

Yo lo que quiero es tener este libro, esta agenda, este diario en mis manos. Quiero que envejezca, que se manche, que se estropee. Quiero que se arrugue, que se moje si toca llorar un capítulo, quiero doblar una esquina para saber por donde iba al día siguiente. Yo quiero coger este libro, envolverlo y regalárselo a mi madre con una nota en la primera página que ponga que ahí está recogido todo lo que me ha pasado desde que decidí irme tan lejos de su lado. Que me perdone por haberme ido y que gracias por entenderme.

Y que la quiero. Que la quiero tanto o más que hasta ese día y que será así para siempre esté donde esté con quien esté.

¿Qué coño pinta un señor de una editorial en todo esto? ¿Porque tengo yo que esperar a nadie para hacer esto?

El libro sale. El libro sale porque hoy tengo un día en el que la rabia lleva masticándome las neuronas toda la mañana y acabo de decidir que lo imprimo por mi cuenta. Que hoy empiezo a pedir presupuestos en imprentas y si la tirada tiene que ser de cinco libros, de cinco libros será. Que me da igual que salga caro, que no esté en las tiendas, que no aparezca en ningún ranking de ninguna editorial. Porque será mucho más especial que todo eso: será un libro que no ha revisado un editor que no me conoce, sino cuatro de mis amigos más cercanos que además tienen el detalle de escribir algo a su vez. No tendrá el diseño comercial que me impongan, sino el que ha hecho Fran a medida de lo que sabe de mi, que no es poco. No habrá colas en tiendas para que lo firme, pero sabré los nombres de todos y cada uno de los que lo han leído.

Hoy no es mi mejor día. Pero la decisión si que creo que es de las mejores que he podido tomar. Lo que no sé es porque he tenido que esperar al frenazo de un tren para tomarla.