He de confesar que siempre me ha emocionado la canción de Ale y Ai, la de «Nos hemos casao» con su versión en japonés y todo «Mitsuketa yo». La escuché por primera vez cuando la cantaron en su boda y me encantó. Recuerdo estar sentado en el suelo al lado de sus padres, y que su madre me dijo algo así como «hay que ver que loco está mi hijo», y a mi simplemente me parecía todo genial porque no podía parar de reír. La habré escuchado muchas veces desde entonces y es de las pocas que recuerdo que sonaron en el iPhone cuando corrí la maratón. No sé que será… creo que es el concepto el que me emociona más que la propia música: que dos personas de países tan lejanos se casen y que les de por cantar en su boda juntos medio disfrazados en el comedor de un ryokan con el objetivo de que los que allí estábamos nos lo pasásemos todavía mejor sin importar si veníamos de las Hispanias o de los Japones.
Nada que ver con otras bodas en las que he estado. Desde entonces siempre he pensado en que si yo me casase, me gustaría que fuese así: entre amigos sentados en cualquier lado haciendo lo que a cada uno le apeteciese sin normas de etiqueta, ni sobres con dinero, ni caducas costumbres de otros tiempos que nada tienen que ver conmigo, con nosotros.
Y mira por donde que me he casado, y con una japonesa también. Hay que ver. Ojalá salga la cosa la mitad de bien que les está saliendo a estos dos.
El caso es que todavía no ha habido boda como tal, por varias razones. Sin duda, la más importante es que mi familia no está aquí y no es algo que se pueda remediar de un día para otro porque necesita de cierta planificación eso de venirse una o dos semanas a Tokyo a atender al chalado del hijo pequeño que menudas lía siempre. Pero no queríamos esperar más, porque ya no tenía ningún sentido, así que nos casamos por lo civil, que es, al fin y al cabo, lo que quería contar yo hoy aquí: cómo se casa uno en Japón.
La principal historia es que necesitas que tu embajada te de un papel y la verdad es que todo se centra en eso: una vez que tienes ese papel, el gobierno japonés no te pone absolutamente ninguna pega y todo va como la seda (mucho más si te firma de testigo ni más ni menos que el Sr. Picachu, eso aquí otorga privilegios!).
Aquí va una lista de lo que te piden en la embajada de España en Japón:
– Certificado literal de nacimiento
– Certificado de empadronamiento
– Fotocopia del DNI o pasaporte
Esto para los dos, pero, ojo: hay que enviar el asunto en castellano. Es decir, que en mi caso el certificado de empadronamiento me lo dan en japonés porque estoy aquí y por supuesto, los papeles de ella están todos en perfecto japonés del Japón, así que traducción al canto que tienes que hacer por tu cuenta. Siendo éste como es uno de los pocos trámites que la embajada provee, no acabo de entender porque no lo hacen ellos mismos, por cierto.
Gracias a Mireia y Yuta, que son los que nos han ayudado desde el primer día a asustarnos un poco menos con todo el papeleo (¡¡gracias Mirea y Yuta, todavía os debemos esa cena!!), pudimos traducir todo más o menos decentemente y así lo enviamos por correo. Llegados a este punto he de decir que toda comunicación con la embajada fue por email con una persona encantadora que además contestaba a los mensajes en el mismo día facilitando todo tipo de información. Y digo «he de decir», porque había oído todo tipo de quejas de los servicios de la embajada, y no ha sido el caso, ni de lejos (la nula presencia cuando el terremoto y la crisis de Fukushima es otro cantar).
Una vez enviados y comprobados los papeles, recibimos un email en el que nos dicen que se «publican los edictos» por un plazo de 15 días. A mi palabras como «edicto» me dan urticaria porque no las entiendo, pero mayormente esto venía a decir que mandaban documentación a España, comprobaban que yo no era ya patriarca de una familia con siete hijos allí y que pinchaban un folio en el tablón de anuncios de la embajada anunciando que el menda y su futura planeaban casarse, así que si a alguien se le ocurría algún impedimento totalmente falso e infundado, tendría un par de semanas para ladrarlo o callarse para el mayor jamás de los jamases.
Pasadas las dos semanas, vuelta a los emails para concertar la entrevista con el «Encargado del Registro Civil». Este era el trago más temido de todos: que alguien que no me conocía de nada se atreva a juzgar si Chiaki o yo estamos juntos más por papeleos que por amoríos me chamuscaba las venas. Más, si cabe, después de que un buen amigo que también se casó hace poco me contase su experiencia con un viejo amargado que hizo poco más que perdonarle la vida. Mucho más de lo que yo estaba dispuesto a tolerar, cuántas veces me imaginé la escena: «mira, tu trabajas para mi, estás a mi servicio así que vamos a dejarnos de gilipolleces que no estoy dispuesto a tragar y haz tu trabajo que bastante tengo yo con tener que aguantar que un don nadie como tu tenga que formar parte de algo tan íntimo e importante para mi y los míos».
No fue el caso. Pero ni de lejos. El señor Eduardo, el que nos hizo la entrevista en la embajada es un tío majísimo con el que el trámite se convirtió en una charla amigable sobre cualquier cosa menos juzgar lo que Chiaki y yo estábamos a un par de horas de hacer. Tanto fue así que le confesé que venía a la defensiva y que de verdad había sido un placer hablar con él. Ojalá coincidamos en otra situación con alguna que otra cerveza de por medio, así de bien me cayó.
Después pasó Chiaki mientras yo esperaba fuera desde donde sólo pude escuchar sus carcajadas. Coño, así si, menudo alivio firmar los papeles con alguien tan simpático. Y finalmente recibimos una hoja en japonés donde la embajada certificaba que todo estaba bien por mi parte, hoja con la cual nos fuimos al ayuntamiento de la zona donde vivimos en Tokyo. Allí nos esperaban Carlos y Fernando, el Cads y el Chiqui, que nos hicieron el inmenso favor y a la vez honor de ser los testigos y a los que tuvimos esperando más tiempo del que deberían… no calculamos demasiado bien los viajes en tren, gomen ne.
Y en el ayuntamiento poco más que añadir: un formulario que rellenar, cuatro o cinco veces que aclarar qué es el Toscano que sigue al Oskar Díaz, y la firma de los dos que se confirmó con la de los otros dos, cuatro rúbricas que quedarán estampadas para siempre en un papel escondido en algún oscuro cajón del ayuntamiento de Chofu en Tokyo.
Después nos fuimos a ver Batman al cine y a cenar en un rascacielos de Ebisu desde donde se puede mirar hasta donde ya no se ve Tokyo, ¿qué te parece la cosa?.
Mientras escribo esto pienso en que nos quedan todavía dos o tres trámites más: Chiaki va a cambiar su apellido por el mío, tengo que avisar en la oficina, tenemos que abrir una cuenta conjunta en el banco… Ba, sin prisa, yo ahora aquí estoy, sentado en un sofá de Ikea que montaron entre Chiaki y su hermano mientras yo hacía lo propio con la estantería de la cocina. Sofá que uso poco, porque le he cogido gusto a sentarme en el tatami de la habitación. Un peluche de Totoro preside la sala, un Totoro vasco porque lleva una txapela que me traje del casco viejo de Bilbao. Shiina Ringo suele ponerle la banda sonora a la hora de preparar la cena si ella ha salido antes de trabajar que yo, o Sabina y quizás alguna canción de Gatibu en el caso en que yo haya fichado antes. El olor será distinto también alternándose entre aceite de oliva, salsa de soja, vinagreta, sésamo… habrá pan o arroz y palillos o tenedores según se tercie. Seguramente el aire acondicionado esté a tope y yo estaré con manga larga muriéndome de frío mientras trato de escribir tal o cual kanji bajo la atenta mirada y eterna sonrisa de mi mejor amiga con la que ahora sincronizo sueños y a la que a veces me encuentro dormida en el sofá cuando vuelvo tarde de Karate.
Y con tiempo e ilusión ya estamos preparando la celebración del año que viene, allá por abril. A ver si conseguimos convencer a los míos de que vengan, de una vez, a Tokyo a ver cómo de bien estoy por aquí. Ojalá vengan todos. Más que una boda, será una reunión entre amigos donde sería genial que todos se animasen a hacer algo: un vídeo, cantar, bailar, un monólogo, hacer el pino puente… ¡lo que sea!, porque no se me ocurre mejor manera de celebrar lo genial que es que todos nos hemos conocido que reírnos juntos hasta mas no poder.