Archivo por meses: junio 2012

Morir trabajando

Hoy me voy a las seis porque he entrado a las nueve y tenemos horario flexible. Todo el mundo lo sabe, es martes y los martes me voy a Karate. Los viernes es igual. Lo hablé con el jefe y no había ningún problema, siempre y cuando, claro está, uno sepa arrimar el hombro cuando pinten bastos. Después de cinco meses, esto no ha pasado más que un día.

Estaba sólo en la oficina cuando a las nueve y media ha venido el jefe de equipo. Hasta donde yo sé, tiene un par de críos y él también se va hoy a las seis y algo. No es lo habitual, pero tampoco es raro.

El de dos sitios más para allá es un chaval que no sé cuantos años tendrá, pero no más de 25. Quitando los martes y los viernes, raro es que me vaya yo antes que él, y yo nunca salgo más tarde de las ocho. Enfrente tiene a una chica que es madre de un crío y que tiene jornada reducida por esto mismo; a las cinco y media todos los días se va a recoger a su chaval. Me contaba su compañero, el que queda a su izquierda, que dejó su trabajo anterior entre otras cosas porque no le dejaban hacer esto de salir antes y ella quería ver crecer a su niño.

El que me lo contó aquél día resulta que ahora va a clases de ballet y ha empezado a salir un par de veces por semana a las seis de la tarde. Antes de estas clases, tampoco era raro que se pirase antes que yo la mitad de los días.

Ella no es la única que tiene hijos, hace nada otro compañero ha tenido su segundo chavalote. Tampoco le he visto quedarse hasta tarde prácticamente nunca, aunque si sé que tuvo que hacerlo durante semanas cuando el proyecto empezó y no se llegaba a los plazos. Fue un hecho puntual, no ha vuelto a pasar.

Es una empresa japonesa, como las dos anteriores en las que he estado, ésta quizás más porque pertenece a un grupo grande y ese, digamos, sentimiento corporativo, se acentúa. En todas las empresas ha habido siempre mayoría de japoneses y la de ahora tampoco es una excepción. En ninguna de las tres empresas me he encontrado con nadie que viva en el trabajo, que se quede sólo por aparentar, que viva para trabajar en vez de lo contrario. Entre mis compañeros desde que llegué a Tokyo puedo contar un par que comían con la boca abierta, otros eran unos rascayús insufribles y todavía me sigo encontrando con genios capaces de hacer maravillas con un teclado. Todos somos gente con nuestras vidas, nuestras comeduras de cabeza, nuestros complejos, nuestros amores inconfesados, nuestras dietas por acabar, nuestras prioridades y nuestras tonterías. Somos personas con una renta que pagar, con una novia que nos espera dos veces por semana en algún restaurante a las ocho de la tarde, con un barrio al que ir a fotografiar o un bar que saquear sin tregua con amigos.

Clasificarnos por nacionalidades debería hacerse sólo para empezar chistes.

Confieso, no, digo con cierto orgullo que en esta empresa estoy trabajando más que nunca, primero porque me gusta lo que hago y segundo porque quiero y siento que debe ser así. Pero también digo que nunca me han obligado a quedarme hasta tarde y nunca he tenido que hacer horas extras por sistema.

Quizás es que he tenido suerte hasta ahora, o puede que haya sabido regar la flor esa que me brotó en el culo hace muchos años, pero afirmar que cualquiera que trabaja aquí prácticamente muere me parece tan absurdo que no he podido más que contar un poco de lo mío por si a alguien, quizás, le interesase saber que eso de generalizar puede que quizás no sea muy correcto.

Pero esto hay que leerlo con cuidado, porque puede que mi realidad no sea la realidad aunque a mi me lo parezca, quizás más que nada porque es la mía.

Es lo que tienen el puede y el quizás, que quizás.

O que puede.

Tomomi-chan

– Me llamo Tomomi, hoy estoy a vuestro servicio y mi misión hasta que se haga de noche es que seáis felices. No importa lo que tenga que hacer, pero no pararé hasta veros reír con el corazón. 心から笑っていただいてほしいです。

En aquella habitación de aquel ryokan, una señora nos hablaba sentada en seiza con tanta pasión que resultaba difícil no sentir siquiera ganas de sonreírle a su sonrisa aunque no se entendiese japonés. Tenía tantas arrugas que se le rebosaban por los ojos como si hubiese querido reírse de todas y cada una de las horas de los días de su vida. De alguna manera le hacían juego con aquél precioso kimono verde. Sus arrugas o el moño, o el exagerado maquillaje de sus labios… todo a la vez sumaba y la cuenta le salía favorable. Seguro que de joven había robado más de un giro de más de una cabeza.

– ¿Pero tu que haces ahí sentado?, no no, ¿sabes?, en Japón el hombre es la figura importante de la pareja, el samurai. Tu tienes que sentarte aquí y dejar que nosotras las mujeres cuidemos de ti mientras tu descansas.

Incluso con esa caduca manera de pensar, o quizás por eso, uno tenía la sensación de ser un privilegiado por escucharla. Era como vivir dentro de una de tantas películas de épocas pasadas; no me habría extrañado si de repente el mundo se hubiese tornado en blanco y negro.

Por supuesto que me dejé hacer, uno no tiene siempre la oportunidad, ni la necesidad ni las ganas, de sentirse el shogún del lugar. Me levanté de al lado de Chiaki y me senté en el lugar que se suponía que me correspondía. Poco tardó ella en servirnos un té de los de preparar despacio mientras nos preguntaba por nuestra historia. Pareció que a nadie nunca le había importado como a aquella buena señora el cómo nos conocimos y el porqué decidimos no seguir separados. O seguramente es que se tomó a pecho la promesa aquella del principio de tratar de hacernos feliz y consiguió hacernos creer que de verdad daba un duro por saber cómo aquél chico del norte de España acabó con aquella chica de templo de Saitama. Nos regaló escucharnos con tanta atención que daban ganas de no acabar nunca de hablar.

– ¿Y no conocéis a ningún señor de mi edad para que me haga de novio?, sólo por un rato, no me hace falta para mucho. Seguro que tu tienes algún amigo que presentarme. Ni aprender español hace falta, porque en la cama todos nos entendemos. Huy lo que he dicho, que sois mis clientes, no se lo vayais a decir a mi jefe que me despide y a ver que hago luego, habráse visto Tomomi que no eres capaz de estarte callada!

Y como sabía de sobra que nos tenía ganados, siguió contándonos momentos de días pasados de sus años vividos.

– Yo vivía y trabajaba en Tokyo, pero me volví para Dougashima cuando me jubilé. Al principio no hacía nada más que dar paseos como los viejos, pero me moría de aburrimiento. Así que decidí hablar con el jefe del ryokan y pedirle trabajo, aunque sea temporal. Me dijo que tenía que llevar kimono, y yo encantada porque me gustan mucho los kimonos, ¿a que me queda bien?

– Estás mas guapa que guapa, yo porque tengo novia, que si no…

Sus carcajadas, y afortunadamente las de Chiaki, sólo fueron interrumpidas cuando uno de los muchos aguiluchos que sobrevolaban el lugar decidió sentar las alas en la barandilla de nuestro balcón y graznar quizás a modo de suspiro.

– ¿Miralo el aguilucho donde se ha ido a poner?. Eso es que sois buena gente, los animales saben de lejos de quien se pueden fiar y si es del lugar, este a mi ya me conoce, así que si se ha posado ahí es que le gustáis. ¡A mi también me gustáis! Da gusto ver una pareja tan joven como vosotros, que vais dando envidia.

Envidia me daba ella a mi, ojalá yo a sus años fuese, si acaso, una cuarta parte de encantador. Seguro que la adoran sus nietos, y todos los amigos de éstos.

– Pues si os digo la verdad, esto para mi no es un trabajo. Si no me pagasen me daría igual, porque sólo con poder ver todos los días las increíbles vistas de las que disfruto estando aquí ya me considero pagada. Porque vosotros habéis venido para uno o dos días, pero yo veo esto siempre. Cada anochecer, cada amanecer… por eso me fui de Tokyo, por eso volví aquí, porque seguramente no me queden muchos años más, pero los que me queden quiero sentir lo que siento cuando veo cómo el sol se esconde en el mar. Si esperais algo así como una hora, lo veréis vosotros también, yo os recomiendo que no salgáis de la habitación, que lo veáis desde aquí.

No apartó la mirada del mar en todo ese rato en que sus labios hablaron desde un corazón que se sentía latir desde lejos. Y allí se quedó un rato más, con las pupilas fijas en el agua y la mente a muchos kilómetros y años de aquella habitación con tatami. Me pareció que se le escaparon una o dos lágrimas en lo que logró volver.

– Y ahora me voy y os dejo solos, porque ya llevo sobrando desde hace mucho. Sé que os gustará lo que vais a ver porque yo soy como el aguilucho aquél, el aguilucho Tomomi. Y de sobra sé que sois de los míos.

しつれいします

Y ya sólo nos quedó soñar con aquella mentira deseando no despertar nunca porque entonces, entre legañas, nos íbamos a dar cuenta de que dejaría de ser verdad.


El retoquereque

Es curioso como cuando sale alguna foto decente, siempre viene alguien a soltar aquello de «meh…. si, pero está retocada asín que no vale…gñ….». Teniendo en cuenta que prácticamente el 100% de las fotos que pongo yo aquí o subo al Flickr están tratadas de alguna manera, este argumento no me parece que tenga demasiado sentido en mi caso, aunque entiendo a lo que se refieren, porque si que es verdad que algunas fotos acaban pareciendo irreales.

El caso es que no soy capaz de subir una foto si creo que la puedo mejorar utilizando las herramientas disponibles. Cuando sacas en RAW, resulta que tienes mucha información dentro de esa fotografía y que no tienes porque conformarte con cómo la cámara ha decidido mostrarla, sino que puedes moldear, dentro de unos márgenes, el resultado final de combinar toda esa información captada por el sensor y que todavía está ahí.

Hay muchas fotografías que según salen ya han quedado bien, pero yo siempre ajusto algo: a veces simplemente los niveles de negro que le dan fuerza a los paisajes, otras bajo la exposición en el cielo, que siempre suele aparecer blanco por estar sobreexpuesto, la gran mayoría hay que enderezarlas algunos grados… lo que nunca hago es «photoshopear» el asunto: no quito ni pongo nada que no estaba ahí antes, no nos confundamos.

No voy a dar lecciones de Lightroom como me dicen por ahí porque no soy ningún experto, pero si que voy a poner ejemplos de fotografías nada más horneadas por la cámara y cómo quedaron después de pasar el toscafiltro. Hay bastante diferencia!! aunque todos sepamos que el que se puso a escribir sobre gustos, nunca acabó.

Bajando el Fuji, saqué a este señor a contraluz: el cielo se ve bien, pero no se le ve el gepeto apenas. Si la cámara tiene la información, ¿porque no aumentar el brillo o la exposición de la parte inferior de la foto?. Aparte que como llevé la cámara todo el rato en la mano y el suelo del Fuji es todo gravilla, la lente se ensució bastante… ¡pues fuera esas motas que dan por saco!

Ojo a la siguiente!, un poco más abajo de donde estaba sentado el señor sonriente de cara oscura: lo de las motas de polvo es todavía más evidente al haber mucho cielo. Pues se quitan las motas, y de paso aclaramos toda la foto que está ligeramente subexpuesta y le subimos un pelín el contraste para que el blanco de las nubes sean más parecido a la realidad de aquella mañana:

La siguiente del Kinkakuji de Kyoto de no hacía falta tocarla porque ya salió bastante bien, pero lo cierto es que es la típica foto que saca todo el mundo y quería darle un toque una miaja diferente. Así que la enderecé y subí un poco los tonos azules de la parte superior de la foto y los de amarillo de la parte inferior. El resultado, en este caso, no tiene porque ser mejor que el original, pero a mi me gusta más:

Una de este siglo!! una de las recientes de la Sky Tree del post de antes. El edificio de la izquierda aparecía demasiado oscuro para mi gusto, así que aumenté la exposición de esa zona y de paso descubrí que se veían matices del cielo, así que apliqué el cambio hasta aproximadamente la mitad de la torre. También la enderecé un poco, y probé a hacer lo mismo con el cielo de la parte derecha pero me pareció que quedaba mejor si aparecía totalmente oscuro dándole gracia a la foto por el contraste.

Ala pues!!!!

¡¡ Haced bondad este finde !!
:gustico: