Hace ya dos meses y algunos días de mi primera maratón. He vuelto a Karate aunque sigo corriendo con mucha más calma y sin hacer distancias más allá de diez kilómetros. Me he apuntado a la de Nueva York y a la de Osaka, y en la primera ya me han dicho que no, pero vamos, que carreras hay prácticamente cada mes así que tampoco hay que preocuparse demasiado. Mi objetivo ahora mismo es volver a ponerme al día con Karate y prepararme físicamente mucho más en condiciones para la maratón del año que viene, si tengo la suerte de que me vuelvan a coger.
Total, que me enrollo más que el indio de Big Bang Theory con un mojito. Me he dado cuenta que tengo un montón de recuerdos, de anécdotas, de situaciones graciosas que pasaron dentro del contexto de la maratón de Tokyo, y que se me olvidarán si no las cuento… ahí van:
– mientras estaba estirando antes de entregar el equipaje, vinieron a grabarme de una televisión preguntándome por la camiseta del Athletic y de donde venía. Hablé con ellos durante dos o tres minutos y nunca he vuelto a saber nada porque nunca nadie me ha dicho que me ha visto en la tele, así que no sé si salí o no contando la filosofía del equipo de Bilbao!
– había un Jesucristo, pero también había muchísimos otros disfraces que hacían la carrera infinitamente amena no sólo para los espectadores, sino también para nosotros los corredores. Yo fui bastantes kilómetros al lado de un tío que iba disfrazado de marqués del año catapún con medias y peluca de esa blanca, pero con el que más me reí fue con el salary man que iba en traje mirando el reloj y corriendo porque perdía el tren, jajaja.
– había un padre y un hijo que corrían juntos y lo hicieron hasta Odaiba, porque entramos prácticamente a la vez. El padre tenía una camiseta que ponía «Este pollo de hijo que tengo dice que corre más que yo, lo que hay que aguantar» y una flecha hacia la derecha. En la del hijo ponía «Este abuelete que es mi padre se creé que está para carreras todavía, ¡venga al sofá!» y una flecha a la izquierda. La gente se descojonaba cuando pasaban y les animaban a grito pelado «Ánimo papá, ánimo chaval!». Por supuesto iban siempre colocados de manera que las flechas tenían sentido y si se separaban por cualquier motivo, volvían rápido a colocarse.
– una de mis mayores preocupaciones era que me entrase una pájara por no comer o beber lo suficiente, así que antes de la carrera me bebí un botellín de agua entero. Craso error: me estuve meando vivo durante los diez primeros kilómetros. Me resistía a parar para no perder tiempo cada vez que encontraba un baño porque estaban siempre llenos de gente esperando. Confieso que cuando finalmente paré y estaba esperando en la cola, no me lo hice encima de milagro. ¡¡Quizás fue el peor momento de toda la carrera!! tan mal lo pasé, que dos o tres chicos que estaban delante de mí en la cola me dejaron pasar al verme ahí dando saltitos y poniendo caras!!
– cuando pasamos cerca de la Tokyo Tower vi a la mascota que estaba saludando (la que parece una picha florida) y había cámaras de televisión. Quedaban a cierta altura, no estaban al mismo nivel de la carretera, pero yo me emocioné (más si cabe) y fui hacia ellos y di un saltaco ahí palmeando en la mano del bicho rosa. Los de al lado aplaudieron y… bueno, tampoco sé si salí en la tele o no, jajaja, menudo afán de protagonismo, ¿eh?.
– cuando enfilábamos ya para Odaiba, había un restaurante de yakitoris que había sacado una barbacoa fuera allí en una curva y se dedicaban a asar cachos de carne que nos ofrecían a los corredores en platitos. Zamparse un cacho de pollo salado no es algo que apetezca mucho cuando se está corriendo, pero sólo el olor ya hacía que ese kilómetro se te pasase casi volando como en los dibujos animados!
– sobre el principio, quizás el kilómetro diez o por ahí, había dos o tres extranjeros en el público con un barreño grande y un cartelaco que ponía «venga ba, ya has salido, ya te has sacado la foto, pilla una cerveza y déjate de chorradas que no engañas a nadie». Y en la marmita esa tenían un montón de latas de cervezas entre hielos.
– casi sobre el final dos chicos japoneses empezaron a gritar «Bilbao Bilbao!! Bilbao ganbareeee», fueron los únicos que reconocieron la camiseta y la verdad es que me hizo mucha ilusión!. Había muchas del Real Madrid y del Barça, por cierto.
– había mucha, mucha pero mucha gente animando. Algunos tenían carteles con el nombre del corredor, dibujos con caricaturas de su cara… pero me pareció que una chica volvía a aparecer cada ciertos kilómetros, que me sonaba. Efectivamente, había una chica de unos cuarenta años que tenía distintos carteles que ponían cosas como «ya estás en Shinagawa, aquí comimos ramen, ¿te acuerdas?, ánimo!», y luego más adelante estaba en Ginza «la mejor cerveza que bebimos nunca fue aquí, ¡volvamos cuando acabes! ¡ánimo!». La estuve viendo cada cuatro o cinco kilómetros prácticamente hasta el final, supongo que cuando pasase su marido, cogería un taxi o un tren y se iría corriendo hasta el siguiente punto preparado… ¡eso es amor!.
– estuve un rato corriendo y charlando con una chica italiana, hablábamos entre jadeos, castellano, toses, italiano e inglés. Me dijo que había venido a Tokyo sólo para correr la maratón y que estaría una semana más. Al final yo iba un poco más rápido y nos separamos, pero me pasó su email y me dijo que la llevase a cenar pasta a algún sitio romántico antes de que se volviese para Nápoles. Por supuesto, no lo hice porque ya tengo yo quien me quite las agujetas, pero me senti tremendamente halagado… ¡era una chica encantadora!.
– cuando llegué a la meta, después de recoger la medalla entre lágrimas, entré en el pabellón del Big Sight a por mi equipaje, busqué un hueco, me senté en el suelo… ¡y no me podía levantar!. Estuve dos o tres minutos en que simplemente no podía moverme, las piernas no me sostenían, no tenía fuerzas para ponerme de pies!!. Así que allí me quedé un ratico hasta que pude recuperar un poco las fuerzas y pude ir al encuentro de los colegas que me esperaban…
– esa noche no dormí nada, a pesar de que pensaba que iba a caer rendido en cuanto me metiese en la cama. Tenía el cuerpo tan dolorido, que no hice más que dar vueltas despertándome cada dos minutos entre pesadillas. Al día siguiente no sé ni cómo fui a trabajar, si el año que viene vuelvo a correr, me pillo el día libre fijo!
Deseando estoy de amasar nuevos recuerdos para la próxima… a ver si pudiese ser…
¡Buen fin de semana!