Archivo por años: 2012

2012

Va tocando ya echar el freno de mano. Ya va siendo hora de acabar de subir este repecho, sacar el bocadillo, sentarse a la sombra de aquél árbol y entre mordisco y mordisco hacer las paces con el sendero que llevamos pisoteando desde hace doce meses. Porque se acaba ya y sería de desagradecidos no tener la cortesía de reconocerle al 2012 el detalle de, al menos, habernos dejado sobrevivirle.

La línea de salida estaba helada. La escarcha de Enero le entumecía a uno hasta las criadillas que se antojaban tan diminutas como las ganas de salir a la calle. De ahí que se tuviese tiempo para escoger pensamientos, ponerlos en cierto orden y amarrarlos en escritos como aquel en el que me deleité viviendo otras vidas que se antojaban cientos de veces mejor que la mía propia a la que el invierno tenía apalizada día si y noche también.

Los sábados los dedicaba a correr distancias largas por el entrenamiento de la maratón y después apenas poco más que pasarme el resto del tiempo recuperándome de la somanta de frío y agujetas que me esperaba. Y, mira por donde, que me aficioné al ramen porque no sólo me proporcionaba los hidratos de carbono que necesitaba después de los carrerones, sino que me hacía entrar en calor poniéndome en condiciones de nuevo para cumplir con los planes de los domingos que eran, claro, con Chiaki. No fue raro, entonces, que un domingo nos fuésemos al museo de ramen de Yokohama a ponernos turcios de fideos. Y tiene su lógica, con la rasca que hacía, que alguno que otro nos metiésemos en bañeras de agua caliente en algún onsen como el Ooedo Onsen Monogatari de Odaiba donde siempre se echa la tarde por aquello de que lo tienen montado de manera que parezca el Tokyo de los años catapún.


Algo que pasó en Enero y cuya relevancia no supe valorar lo suficiente hasta hoy, es que hice tres o cuatro entrevistas de trabajo y renuncié al que tenía incluso antes de tener ninguna oferta en firme. La razón: la bronca totalmente irracional y fuera de lugar que nos montó el presidente de la empresa en la que estaba: un gordaco de más de 150 kilos incapaz de verse las rodillas y al que le das el canuto y un boli y no te saca la O en toda la tarde, como mucho te fríe el boli en una sartén y se lo come con ketchup. Digo que no supe valorarlo porque ahora después de casi un año, me entero que el fanegas ha cerrado la empresa en Tokyo y se la ha llevado a Filipinas dejando a todos sin trabajo. Y no digo nada del cambio de hacer mierdacas en PHP a programar en Ruby así como pasar de chustacontratos de seis meses a uno indefinido. Por suerte o porque no soy gilipollas y sé elegir, una de dos, no me ha tocado meter horas extras sistemáticamente en ninguna empresa aquí y eso tampoco cambió.


Febrero llegó, por fin, y con él la tan esperada maratón de Tokyo. Los cuatro meses anteriores de mi vida habían estado dedicados únicamente a prepararme física y mentalmente para ser capaz de correr, por primera vez en mi vida, 42 kilómetros de principio a fin. No había otra meta que llegar a la meta, no importaba el tiempo, el reto era no rendirse bajo ninguno de los conceptos. Empecé en la oficina nueva donde debía aprender Ruby on Rails entre millones de cosas nuevas más, pero yo la cabeza la tenía en el 26 de febrero. Con millones de toneladas de orgullo y a pesar de hacer un tiempo ridículo de más de seis horas, corrí y acabé la Maratón de Tokyo del 2012 y me deshice en lágrimas nada más llegar a la meta.



Justo justo cuando iba llegando Marzo, cayó la nevada de todos los años en Tokyo y con ella, prácticamente, se puso fin al último invierno que, espero, pasaré viviendo solo en mi vida, aunque por aquel entonces no lo sabía.



Y mientras yo seguía recuperándome de las agujetas, sin prácticamente darnos cuenta, se cumplió un año del gran terremoto de Kanto al que no le daríamos la importancia que le damos si no fuese por el tsunami que llegó después arrasando con todo. Fue tiempo de recordar, aunque fuese solo por ese día, tiempo también de no olvidar la zarzuela y la bachatta de los medios de comunicación que vinieron exigiendo con prisas algo que exigía, por respeto, ser recordado y madurado con calma.



De Abril sé que lo pasamos buscando piso porque se acababa el contrato del mío y la idea era irme a uno más grande, confiando en que los tres meses de prueba del contrato trajesen consigo muchos más sueldos. Y entre inmobiliarias y paseos, acabaron la Sky Tree y nosotros decidimos que nos volvíamos a España, pero al sur, a Extremadura donde estaban mis padres y donde hacía casi diez años que no volvía. Me encantó verles en su ambiente, claro, y saber que están allí tan bien o mejor que en Zalla. Además, aprovechamos para escaparnos una mañana a Sevilla y olé.





Cuando prácticamente teníamos ya un piso decidido para que me fuese a vivir, nos pusimos a hablar y pensamos en que pasar las noches a lo impar era la mayor perdida de tiempo del mundo, que ya de mudarnos, pues hacerlo juntos. Y decidimos casarnos, así, de sopetón, de un fin de semana para otro. No lo dudé porque ya sabía que iba a ser así tarde o temprano, la prueba está en alguien me preguntó si era feliz y supe al instante que no podía pedirle más a la vida que saberme así.



En Abril también debuté como profesor en las clases de cocina del Tío Chiqui con una receta de marmitako adaptada a los ingredientes de la zona. Allí nos cascamos tres marmitakos como tres plazas de toros, con su pedazo de salsa en la que untar el pan que el Chiqui nos enseñó a amasar desvelando la receta secreta de los Picazo.




También se gestó en este cuarto mes el tercer hito junto con casarme y la maratón del año 2012: el Chiqui me propuso hacer de telonero de Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla que se venían a actuar a Tokyo. Tenía algo así como dos meses y medio para escribir un monólogo original, pulirlo, aprendérmelo y defenderlo a capa y espada delante de unas cien personas. Estaba claro que este año no iba a quedar la cosa tranquila, no…

Y mientras trataba de darle vueltas al monólogo pensando en abandonar tres veces al día, nos fuimos de viaje un fin de semana a Dougashima, fue de estos de ir una mañana y volver a la noche del día siguiente con fuerzas renovadas. Allí conocimos a Tomomi, una encantadora anciana que tenía bien claro cómo quería que fuese el resto de su vida.

En junio me mudé, por fin, a la casa nueva después de cinco años y medio viviendo en el mismo piso de Nishi Magome. Me vine a vivir más cerca de Shibuya a una casa con un par de habitaciones y una cocina en condiciones con vistas a vivir con Chiaki que se mudaría aprovechando las vacaciones de verano. Me llevé bastante disgusto porque el casero del piso anterior se quedó con el dinero de la fianza contándome que tenía que cambiar el papel de las paredes y no se que milongas más. Me dolió, no por el dinero, sino porque creía que teníamos muy buena relación y tanto él como yo sabíamos que no era cierto porque desde el primer día puse especial empeño en tener mucho cuidado con todo y además comprobé antes de irme que no había nada deteriorado… en fin.

Julio llegó y aquella noche el Chiqui me dijo que habíamos quedado con Ernesto Sevilla, Joaquín Reyes y su mujer, Victor, el representante de ambos y el Lorco para cenar. Me llevé a Chiaki, y la verdad es que me parecía mentira que estuviésemos allí mano a mano doblando cervezas con ellos. Nos lo pasamos muy bien a pesar de que al salir a eso de las dos o tres de la mañana, un grupo de estudiantes borrachísimos que estaban por allí se nos encararon y poco faltó para que nos liásemos a hostias. La vez que más cerca he estado en mi vida de pegarme con alguien, y tuvo que ser en Tokyo con Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, juas, parece un sketch. Eso si, les juramos y perjuramos que esto era rarísimo, que normalmente nunca tienes ningún problema de este tipo en este país… ¡menuda imagen!.

Y dos días después, pues el monólogo. Entre los focos, que no me dejaban ver a la gente y que después de soltar dos o tres chorradas el público respondía, los nervios se relajaron un poco y salió todo mucho mejor de lo esperado. Siempre le queda a uno el miedo horroroso de que no se ría absolutamente nadie. No fue así, y esto no sólo fue una de las cosas más alucinantes del 2012 sino que probablemente de toda mi vida. Repetiría mañana mismo, sin dudarlo.

En agosto me casaba, exactamente el último día del mes. Era un mero trámite: pasar por la embajada a hacer la entrevista y llevar los papeles al ayuntamiento, y después de que firmaran Carlos y el Señor Pikachu, nos fuimos a celebrarlo viendo una peli en el cine y después cada uno a su casa. En ese momento no era consciente de lo que acababa de hacer aunque tenía muchas ganas de hacerlo. Es ahora, cuando llevamos cinco meses viviendo juntos que se tiene cierta constancia de cómo va a ser la vida a partir de ahora. Y me gusta mucho el asunto. Mucho, mucho.

Ese mes también volví de nuevo al campamento de Karate con la familia Kanazawa al completo. Compartir tres días dedicados exclusivamente al karate en un pueblo perdido de Japón con profesores ya legendarios y famosos en todo el mundo me convierte en un auténtico privilegiado. Una vez más fui el único extranjero y sin embargo me sentí, de nuevo, como uno más. Aunque el fin de semana siguiente perdiese en el primer combate en el campeonato nacional.


En Septiembre me puse muy en serio con el ikulibro, tremendamente animado por la publicación de uno de mis posts en el libro de lenguaje de segundo de la ESO. Quería acabar las revisiones y enviárselas a Fran cuanto antes. Por alguna razón, quise publicar en el blog uno de los capítulos inéditos que escribí sobre mi hermano Javi. Supongo que esa nostalgia infinita que le entra a uno a veces por estar lejos… le quiero tanto…

También vinieron los de callejeros y estuvimos ahí grabando por Tokyo, la verdad es que nos lo pasamos muy bien, sobretodo en un karaoke al que fuimos. ¡¡A ver cuando lo sacan ya!!

Y en septiembre también celebramos los cumpleaños, el mío y el de Chiaki, por primera vez como el matrimonio Toscano que somos. Anda que no cambia cualquier cosa que se haga si se suman las ilusiones de dos.

En Octubre se celebró otra de las locuras del Tío Chiqui, ésta vez se trataba de enseñar a cortar jamón a japoneses. Como venía público hispanohablante y Raúl, el profe, habla japonés bastante mejor que yo, a mi me tocó la misión de traducir sus explicaciones a castellano. Mucho más fácil, sin duda, además me dejó tiempo para grabar un vídeo recordatorio del sarao que allí se montó:

Y mira que de vídeos iba la cosa, porque Carlos que estuvo en una clase anterior de cocina, también hizo uno a modo de promoción que le quedó la mar de simpático:

También fue Halloween otro año más y este me disfracé de un bicho que sale antes de las películas en los cines aquí, lo que hizo que todo el mundo se descojonara y se parara a sacarse fotos conmigo aunque yo no disfrutase mucho del asunto porque llevar una caja en la cabeza toda la noche fue un coñazo que no volveré a repetir…

Y llegó el frío, y con él la media maratón del Fuji de noviembre que en teoría me iba a servir de entrenamiento para la de Yokohama de la semana siguiente. Fui con muchas ganas y disfruté muchísimo del recorrido y las vistas. Una vez más me volví a sentir un privilegiado y no me arrepentiré nunca de meterme en tantos fregados. Si alguna vez me vuelvo de Japón, que pueda contar que aproveché el tiempo en exprimir lo que este país tiene que ofrecer más allá de dejarse la vida en la oficina o estar encerrado en casa delante de una pantalla.

El fin de semana anterior a la media maratón me fui a Hiroshima de viaje, sorpresón de Chiaki y viaje alucinante en todos los sentidos. Tanto por el museo de la paz de Hiroshima, como por el idílico paisaje de Miyajima. Recuerdos inolvidables, como inolvidable fue la intoxicación por ostras que me tuvo tres días encerrado en el cuarto de baño.




Mira tu por donde, que noviembre acabó con una desgracia: dos días después de la media maratón del Fuji y cuando quedaban tres para la de Yokohama, un coche se me cruzó y del frenazo que di nos fuimos la moto y yo al suelo. Balance de resultados: muñeca izquierda rota y escayola por un mes. O dicho de otra manera: ni maratón, ni examen de tercer dan de Karate, ni gimnasio ni nada. Lo que me dio mucho que pensar en este diciembre que se termina… ¡hasta arreglé el fin del mundo y todo!. Aunque en lo que más estoy invirtiendo mi tiempo, ahora que la actividad física se reduce prácticamente a cero, es en una página web que verá la luz muy pronto y que estoy convencidísimo de que os va a gustar. De momento no digo más, pero de Enero no pasa…

Menudo año… tantos y tantos buenos cambios, tantas nuevas experiencias… miedo me da pensar en que el 2013 venga la mitad de emocionante…

¡¡ Feliz año 2013 !!
:gustico:


Resumen de mi 2012:

Febrero
Cambié de trabajo
Corrí y acabé la maratón de Tokyo

Julio
Salí de telonero de Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla

Agosto
Me casé con Chiaki
Fui a un campamento de Karate con la familia Kanazawa
Competí en el nacional de Karate

Septiembre
Los de segundo de la ESO empezaron a utilizar un libro de Lenguaje en el que sale un post mío
Vinieron a grabar los de Callejeros Tokyo

Noviembre
Corrí la media maratón del Fuji
Me partí el brazo

Diciembre
He empezado una nueva web que se hará pública en Enero
Una editorial está, por fin, leyendo el ikulibro y decidiendo qué hacer
He escrito un post biblico sobre lo que hice en el 2012


Solucionado lo del fin del mundo


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¿Que hoy qué? Huy que faenaaaa, no no no, esto no puede ser hombre. Dejadme a mi, dejadme…

– ¿Está Dios? si, el jefe, el mandamás, ese mismo… ya sé que estar está en todos los lados, pero que se ponga al teléfono también

– Gracias ángel, que eres un ángel

(son un primor, siempre me coge uno distinto, se ve que a la que pueden se escaquean del trabajo y se van volando)

– Si, ¿Dios?, hombre, que tal, cómo andamos, por las nubes como siempre, ¿no?. Bueno perdone, que mire que si puede retrasar lo del fin del mundo un poco, que va a venir mi primo del pueblo a pasar la navidad y, claro, nos viene mal… que si eso si no le daría lo mismo dejarlo para después. Claaaro, en diciembre nos coge a desmano… ¿le costaría mucho ponerlo en enero? que ya nos habremos gastado todo el dinero y ya de perdidos al río, total… o mejor en junio que se acaba la liga y ya nos morimos sin la duda.

– No claro, si yo lo entiendo, que la agenda con los jinetes esos… que si lo tenía apalabrao con los mayas… si… hay que ver que ocupao está usted y en qué chanchullos me anda, y eso que descansa los días 7. Pero hombre, no me haga este feo, que le rezo hasta los domingos que hay fútbol. Mire, le pongo dos velas más de aquí a que gane el Bilbao la copa si mira de dejarlo para otro año.

– Ah! que así si, anda que no le gusta que le mimen, ¿eh?, si en el fondo es usted un salao, tanto cura, tanta biblia que le tienen en un altar siempre y es usted un campechano. Bueno, pues si ve que tal, cambielo al año que viene y así nos comemos el pavo con mi primo, que está gordo gordo ya. No, mi primo no, el pavo, aunque mi primo tiene lo suyo también, que el otro día se subió a la báscula y le salió en la pantalla: «de uno en uno, háganme el favor».

– Vale, pues en eso quedamos entonces. Si ya de carambola hace que se quede buena tarde, le deberé un par, muchas gracias de verdad. Jesusito bien, ¿no?, dele recuerdos, que se tape un poco, que hace frío. Ah!! ¿y Miliki ha llegado ya? ¿que le ha tocado una buena nube?, muy bien que se lo merece.

– Vaaale, pues cuelgo entonces, quede usted con Dios. O sea con usted mismo… bueno ya me entiende.

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Los ciervos de Nara y Miyajima

Yo cuando fui a Nara no tenía ni idea de que había ciervos por allí danzando. Y fíjate, me acaban de contar ahora mismo que son un problema como las palomas y que de vez en cuando se hacen batidas por parte del ayuntamiento para llevarse unos cuantos por delante.

La verdad es que me llamaron mucho mucho mucho la atención, yo creo que sólo había visto uno de verdad una vez subiendo a un monte de mi pueblo que se asomó un tío postizo de Bambi por allí dando saltos y echó a correr en cuanto me vio. Así que en Nara no paré de sacarles fotos, pero muchas muchas, ¿eh?. Sin embargo, cuando me llevaron a Miyajima ya iba yo avisao y no me quedé tan pichicueter… por los ciervos, claro, porque el lugar anda que no impresiona ni nada!

Total, ahí va un compendio ciervítico ikusukiense!

:triki:
:ojetepalinvierno:
:gatostiable:

Una semana y algunos días

Cuatro, exactamente, desde que me pusieron la escayola. Once noches tratando de no dar demasiadas vueltas debajo del edredón para minimizar las punzadas de dolor con las que me despierto a veces por una postura no reglamentaria para las condiciones del juego. El dolor es lo de menos, lo peor sin duda son las sobremesas, las tardes, mis horas que son todas mías cuando se baja el telón de la oficina y ya acabó mi actuación.

El viernes me descubrí en el descanso del mediodía paseando con mi brazo en cabestrillo por Shibuya con una canción sonando una y otra vez en el maltrecho iPhone que tampoco salió ileso del accidente. En el estribillo, gritan «demo akiramenai kara, akirametakunai kara»… pero no me rindo, no me quiero rendir… Hago mías sus palabras que me calan bien adentro y una vez más, aprovechando que estaba solo entre un montón de desconocidos, me dio por llorar. Porque resulta que yo lloro mucho, bueno o lo normal o… no sé, lloro lo que tengo que llorar porque siento que siento y espero que eso nunca cambie. Pero el caso es que apenas veinte minutos más tarde, cuando subía de nuevo la cuesta que separa la estación de mi oficina, lo hacía con una sonrisa desparramándose por las mejillas y el ánimo allá por el piso cuarenta de cualquiera de los rascacielos que me rodean.

¿Sabes que pasa?, que es que últimamente tengo mucho tiempo libre. Ya no voy al gimnasio a la hora de comer, ya no vuelvo corriendo de casa a la oficina ni voy a clases de Karate por las tardes. Ahora me estoy quieto y cojo trenes y me da por pensar que hace tiempo que no me daba por pensar, que eran tantas las cosas que hacía a diario que no era capaz de verme con una perspectiva un poco más allá que la de los kilómetros que me faltan para llegar o aquel kata que se me resiste.

Atrás queda la desorientación de los primeros días en los me sentía tan vendido que parecía que estaba por estar en cualquier situación y lugar, la desidia, la desgana, la inmensa rabia de querer seguir haciendo tanto y no poder hacer nada. Pero es curioso que poco a poco, junto con el dolor, el grado de irritación ha ido disminuyendo hasta toparme de morros con la tesitura de encontrarme conmigo mismo: un tipo que ha esperado a estar cerca de los 40 para partirse un brazo y agrietarse la crisma un par de veces.

Pero también el mismo tipo que ya no vive solo, que se ríe del invierno porque ya no le da miedo su frío. Un fulano que no puede atarse los cordones en condiciones, pero que es capaz todavía de llorar al darse cuenta de que lleva quedando desde hace tiempo todas las noches para soñar a pachas con la chica que nunca deja de sonreír y que ya queda mucho menos para la boda. El mismo gachó que ya no pide hamburguesas porque no se las puede comer con una sola mano y se seca las lágrimas y se ríe, cuesta arriba, pensando en la cara que pondrán sus padres que se vienen a bendecir la boda, cuando vean los rascacielos de Shinjuku o los templos de Kamakura, en cómo se quedarán Javi y su sobrina cuando se los lleve a Disneylandia, en que por fin podrán convencerse los suyos en primera persona de que su hijo está lejos, si, pero también, de lejos, mejor que nunca.

El mismo sujeto que teclea a duras penas en la oficina con un cojín bajo el brazo, que se pone el pijama de verano porque a la manga izquierda del otro no le entra la escayola, el mismo elemento que a nada que le obligaron a estarse quieto, se puso a pensar y se dio cuenta de que a parte de un par de huesos sanos, a su vida no le falta absolutamente nada.

Si acaso, un par de críos armando jaleo alrededor.

El ikublog en segundo de la ESO

El año pasado contactaron conmigo para hacerme una propuesta que sería imposible rechazar: querían pedirme permiso para publicar uno de mis posts en el libro de Lengua y Literatura de segundo de la ESO que se iba a utilizar este año en España. Imagínate, algo que he escrito yo publicado en un libro de educación, madre mía, cómo iba a imaginar yo que algo así podría pasar. Por supuesto que accedí encantadísimo, menudo honor, aunque la verdad es que tampoco me lo creía yo mucho el asunto…

Hasta que hace nada que he podido hacerme con el libro en cuestión y era verdad, efectivamente, ahí está el artículo:

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En concreto es el que publiqué una semana después del gran terremoto de marzo del año pasado, el titulado: Viernes, 18 de marzo de 2011. Lo cierto es que ese mismo artículo parece que tuvo cierto éxito porque también lo publicaron en El Correo, aunque allí se sobraron bastante porque grabaron incluso un vídeo con un tío leyéndolo en plan melancólico con música tristona que no venía a cuento y por supuesto, sin incluir la parte sobre los medios de comunicación…

Pero bueno, a lo que íbamos… ¡que salgo en un libro de la ESO!

La verdad es que me esto me animó y me dio mucha fuerza para seguir con el ikulibro que prácticamente ya tenemos acabado y revisado. Sólo nos falta meterle unas cuantas cosas más que creemos que van a quedar muy bien y para adelante. Como las editoriales no nos hacen caso, que ni nos contestan a los emails, seguramente lo saquemos por nuestra cuenta de alguna manera, pero de principios del año que viene no pasa, por estas, anda que no está quedando bonico ni nada. Yo no soy capaz de leer dos capítulos seguidos sin echar lagrimones, pero claro, son cosas que me han pasado a mi, si no me emocionasen, mal iríamos…

¡Buen fin de semana!
:estudier:

Hiroshima

Yo no sabía muy bien lo que había en Hiroshima. Bueno, no cabe duda que como todo el mundo, yo tenía claro lo que había pasado, la idea general que tenemos todos: la bomba atómica, población civil, ciudad desaparecida, radiación… también sabía que allí había un edificio que había quedado en pie y que lo tenían como monumento para no olvidar nunca lo que había pasado, que era muy gris y tenía una cúpula de metal que se había medio fundido.

Lo que no sabía es que Hiroshima es famosa por su okonomiyaki y mira, esa sorpresa que me llevé cuando me llevaron a uno de los restaurantes más famosos de la ciudad. Encima me advirtieron que la visita que íbamos a hacer después me iba a dejar bastante tocado, que uno no sale impune de un museo en el que se cuenta cómo y de qué manera murieron los que tuvieron la desgracia de estar debajo de la bomba más terrible usada jamás por la humanidad, que eso te lo llevas contigo para siempre. Así que aproveché y cogí bien de fuerzas antes de visitar lo que llevaba mucho tiempo posponiendo: el museo de la paz de Hiroshima.

Poco tardamos después en llegar al edificio superviviente, al Atomic Bomb Dome, rebautizado así por razones obvias pero cuyo nombre real era «Hiroshima Prefectural Industrial Promotion Hall». Poco sabía el arquitecto Checo que lo creó que iba a hacerse tan famoso pero encima no como se le ocurrió a él, sino medio derruido:


A uno le entran escalofríos en ese lugar, especialmente escuchando a los voluntarios que a sus pies suele haber, contar cómo momentos después de la detonación, los que se estaban literalmente quemando vivos se tiraban a aquel río de aguas cristalinas que teníamos al lado, muriendo prácticamente al instante dejando un reguero de cadáveres flotando en la dirección de la corriente.

El museo, que está a cinco minutos andando al otro lado del río, cuenta cómo era la Hiroshima de aquella época: un importante centro logístico militar durante la guerra donde a los estudiantes se les obligaba a demoler edificios para crear cortafuegos por temor a ser atacados con bombardeos como la lejana Tokyo. Poco se imaginaban la que se les venía encima en realidad.

Después de introducir la ciudad, van dando datos de la bomba: día, hora, donde y a qué altura explotó, temperatura alcanzada, radio de devastación. Algo que desconocía y que me impresionó mucho es que la presión fue tal que los cristales de los edificios salieron disparados a tanta velocidad que cortaban literalmente todo, incluso se pueden ver paredes con cristales incrustados, no quiero ni pensar lo que les haría a las personas.

A medida que uno va avanzando en el recorrido, se empiezan a contar historias personales de víctimas donde es prácticamente imposible no emocionarse, aún más con lo que se expone: la ropa que llevaban en ese momento que quedó destrozada, objetos metálicos totalmente fundidos… aunque quizás lo que más impacta es ver a los maniquís con la piel colgando representando los instantes después de la detonación…

De estas historias la más famosa es la de Sasaki Sadako, la niña que murió por los efectos de la radiación pero que no dejó de hacer grullas de papel prácticamente hasta el final de sus días, confiando en que así se curaría. Viendo algunas de estas grullas que tienen allí expuestas es cuando ya no pude aguantar más las lágrimas…

Alguien me decía que el museo estaba hecho a propósito para que uno saliese de allí tocado y le dí la razón: está todo contado de una forma dramática, de manera que es prácticamente imposible que alguien permanezca indiferente ante lo que se le cuenta. Pero es que si uno se para a pensar en el disparate que fue todo… no sé de que otra manera se podría…

Quise volver a la noche a fotografiar el Atomic Bomb Dome, pero por alguna razón no fui capaz de permanecer allí en la oscuridad más de diez minutos porque estaba muerto de frío. Y hacía cerca de 20 grados.

Ni maratón ni nada

Pues eso, el martes volviendo del trabajo con la moto le dio a un coche por meterse en mi carril de repente justo cuando yo pasaba. Frenazo repentino para no comérmelo y pon, al suelo con la mala suerte de que apoyé la mano izquierda y me he roto el brazo. Escayola por mes y medio según el médico, no hacer nada de deporte: ni karate, ni correr… si acaso dar paseos estilo abuelo cebolleter.

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Rabia infinita y resignación, total, no hay nada que pueda hacer para arreglar esto más que hacerle caso al médico y quedarme quieto. Eso sí, si yendo a 20 kilómetros por hora me caigo y me rompo un brazo, yendo a 50 no tengo claro qué habría pasado, así que jubilo la moto, no la arreglo ya!

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Demasiado peligroso para mi, dos hostias tontas y dos hostias que me han dejado tocado. Esto no vuelve a pasar!!

Ahora sólo me queda animar a Dani, Fernando y Luis en la media de Yokohama este domingo y acostumbrarme al sofá!

arrrr que rabiaaaaa
:viejuno: :posna: :cebolleter:

Corriendo bajo el Fuji

Después de un par de semanas de incertidumbre por culpa del trabajo, al final Chiaki pudo acompañarme a Kawaguchiko donde iba a correr mi primera media maratón alrededor de uno de los lagos que le hacen de espejo al monte Fuji cuando se despierta.

Aproveché esa mañana para adelantar lo que pude del libro enviándole más revisiones de capítulos a Fran hasta que la que me regala dormirse cada noche debajo de mi mismo edredón pudo volver a ésta, nuestra casa de prestado, desde el trabajo. Era bastante tarde, calculo que salimos de casa sobre las cinco y la hora del checkin del hotel eran las seís así que por mucho que las echáramos, las cuentas no nos iban a salir y el reloj no iba a parar de reírse. Estaba claro que el fin de semana iba a ir de pelear contra él y ya nos llevaba bastantes vueltas al ruedo de agujas de ventaja.

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No iba a caer en la novatada de la maratón de Tokyo de febrero, ésta vez me aseguré de no llevar prácticamente nada más que la ropa necesaria para soportar el frío que iba a hacer y si acaso un par de caramelos por si la garganta se seguía resintiendo. El resto lo ponían ellos: avituallamiento cada cinco kilómetros incluyendo chocolate, plátanos y bebidas isotónicas… sólo quedaba que nosotros fuesemos capaces de llegar a ellos.

En el segundo tren camino de Kawaguchiko íbamos ya media media maratón: gente de todas las edades aunque no razas: no me crucé con ningún extranjero pero esto dejó de importar hace tiempo, es más, confieso que me ha acabado gustando esa sensación, la de ser el infiltrado donde otros, quizás, no saben, no se atreven o no les interesa estar.

Íbamos de pies, pero un señor de cerca de unos sesenta años me tocó la pierna:

— Hay sitio para uno aquí al lado —me dijo señalándome el pequeño trozo de asiento que quedaba entre él y una chica concentrada en la pantalla de su teléfono móvil, el mundo allá afuera dejó de existir hace siete paradas— si hacéis el amago de sentaros, ésta se echará para allá y cabe uno.
— Chiaki, ¿te quieres sentar?, a mi me da igual
— No no, pero muchas gracias
— Eso, gracias
— ¿Vas a correr la maratón?, yo también —prosiguió aquel señor sonriente que bien podría ser mi padre— llevo cinco años corriéndola, tardo mucho, pero siempre la acabo, mira este año llevo zapatillas nuevas.

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Unas Asics de color naranja fosforescente hacían las veces de los zapatos que le correspondería llevar a alguien de su edad. Las traía puestas desde casa junto con una sonrisa que se le vería hasta desde atrás. No llevaba ni pantalón de pana, ni boina, ni bastón, sino mallas, gorra de beisbol y todas las ganas del mundo de azuzarle a la vida alejándose más y más de la fecha de caducidad que nos empeñamos en colgarles. Así quiero vivir yo, así tiene que ser la cosa esa de ser feliz: sentirse siempre con un ánimo tal que sea imposible reprimir las ganas de contarle a un desconocido lo que con la ilusión de un chiquillo se pretende hacer.

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Hora y pico después llegamos a la estación Kawaguchiko, la que queda más cerca del Fuji por este lado. El señor mayor llevaba levantado junto a la puerta desde tres estaciones antes, no veía el momento de salir de una vez, aunque tuvo el detalle de esperarnos en la salida de la estación y despedirnos con un «ganbatte» antes de desaparecer entre calles.

Mientras Chiaki llamaba al hotel, yo fui a recoger el dorsal y el chip que se lleva en la zapatilla para controlar los tiempos. Era de noche y hacía un frío del carajo, mucho más de lo que pensaba, la diferencia con Tokyo era de unos diez grados aproximadamente, lo que dejaba el asunto en un par de pares bajo cero.

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De alguna manera conseguimos subirnos en el último autobús lanzadera que nos dejó en la puerta del hotel que quedaba a unos 9 kilómetros de la estación. Al recepcionista no le quedaba nada, pero nada nada claro que al día siguiente yo pudiese presentarme a las siete y media de la mañana para correr la maratón. Resulta que se corría por la misma carretera por la que habíamos llegado, que no había otra, y que la cortaban precisamente por esto mismo así que estábamos totalmente incomunicados hasta que acabase. No hay trenes, ni autobuses y todos los taxis a los que intentaba llamar le decían que era imposible.

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De repente estábamos en la habitación de un hotel entre montañas tratando de buscar la forma de poder recorrer los 9km que nos separaban de la línea de salida. El Chiqui, Guillermo y Nerea resulta que se habían animado a venir y estaban en otro hotel, así que se me ocurrió llamarles por si cabía la posibilidad de que hubiesen venido en un coche alquilado y me viniesen a buscar, pero no fue así el asunto.

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Estaba ya mentalizado totalmente sobre la bilbaínada que sólo me quedaba por hacer: salir del hotel a eso de las seis de la mañana e ir corriendo los 9km hasta la línea de salida donde tendría como hora y media para descansar y empezar la media maratón hasta donde las piernas tuviesen a bien aguantar. Si una vez corrí 42km, esto debería poder hacerse, pensaba.

Menos mal que una última visita a la recepción del hotel nos trajo buenas noticias: un taxista estaba dispuesto a venir a buscarme a las cinco de la mañana, un poco antes de que cortasen la carretera, para dejarme en la estación. En ese momento me crucé con el primer extranjero que iba también a correr y tampoco tenía cómo ir, así que le ofrecí compartir taxi. Cuando supo la hora de salida, dijo que ni hablar se iba a pegar semejante madrugón, que ya si eso corría el año que viene.

Ahí es cuando me acordé del abuelo que venía en tren vestido desde casa…

Pero yo si tuve un par de luces más que el apagón de este tipo y por supuesto que madrugué. A las cuatro estaba ya en pie con la ropa puesta y deseando llegar ya a la estación para fantasear con un Fuji amaneciendo…

De repente aparecieron todas las estrellas que llevan años fuera de Tokyo, estaban todas allí arriba, yo creo que no faltaba ni una. El señor volcán fue una silueta negra, después blanca y finalmente un majestuoso monte cortado por la punta que ya no dejó de vigilarnos en ningún momento.

La carrera fue preciosa. No había prácticamente nadie animando, no bailaba nadie para nosotros como en la maratón de Tokyo, no era un evento tan popular ni multitudinario y sin embargo no pude evitar ponerme a llorar como un niño cuando al salir de aquél túnel, apareció de nuevo el Fuji con el lago Kawaguchiko bañándole los pies. No tuve que llegar a la meta como en Tokyo, apenas a los dos o tres kilómetros mis ojos ya sintieron que había que desaguar tanta emoción o nos íbamos a acabar ahogando los tres. Fue, sin ninguna duda, el lugar más bonito en el que me ha dado por ponerme a huir de unos o de perseguir a otros, según para donde se mire.

Llegué a la meta mucho antes de lo esperado, quizás iba con la mentalidad de la maratón y esto era menos de una media. Los 17km llegaron pronto y apreté el paso en los cinco últimos tratando de bajar el tiempo de hora y media, aunque no fue posible. Total: 1h 42 minutos con un ritmo medio de 6 minutos por kilómetro y 3 o 4 lágrimas por cada cuarto de hora.

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Ahora mientras escribo esto desde el ordenador de la oficina dos días después sigo notando las piernas cargadas, pero miro con ilusión a la siguiente media maratón que será este mismo domingo. Leo los mensajes que me mandan el Chiqui y Dani para quedar y no puedo evitar sentirme un poco como aquél señor del tren: con ganas de contarle al primero que pase que voy camino de Yokohama a poner un pie delante de otro y luego el otro delante de éste y luego el de atrás por delante del de delante…

… y el que se ha quedado atrás lo adelanto y … así hasta que llegue cuando tenga que llegar.

O no, porque ya dará igual.

Miyajima

Tu sabías que noviembre me venía guerrero, que me tocaría batirme a patadas y puñetazos una vez más contra otros de blanco. Que después aparcaría los entrenamientos de Karate y el plan del tercer dan para que las agujetas de las piernas fuesen por carreras entre calles de Tokyo. Sudor del de correr con ganas, que me permitiese hacer un buen papel en las medias maratones del Fuji y Yokohama. Sabías que en todo esto mi archienemigo el puto frío del invierno estaría enfrente para doblegarme la voluntad, marchitarme las ganas y lacerarme el ánimo, pero también sabías, quizás mejor que yo, que rendirse no venía en la carta, que no se podía ni pedir ni plantear, que eso es más de otros.

Lo que yo no sabía es que ese fin de semana que quedaba libre apenas unos dias antes de empezar con todo lo que se me venía encima, lo tenías tu ya pensado: un viaje, los dos solos, para recuperar fuerzas que todavía no se habían ido, para olvidarse de lo que todavía no había pasado, para ser menos unos y más los dos.

Y a Hiroshima, ni más ni menos. Anda que se te olvidan a ti las cosas… sólo hizo falta mencionarlo una vez antes de ni siquiera empezar a pensar en que quizás algún día íbamos a estar casados, así de pasada, que todavía no había ido y me gustaría mucho estar en semejante lugar. Y no se te olvidó, aunque a veces no sepas donde has puesto las llaves, aunque te dejes el móvil en casa la mitad de las veces. Pero no, señorita mía, parece que te llevabas acordando desde hace mucho y te encargaste de maquinar que todo cuadrase en el mejor de los momentos.

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A mi.. qué decir. A mi si que nunca se me olvidará que cuando montamos en aquél ferry por la noche y vimos los primeros ciervos, tu te me abrazaste porque de noche te daban miedo. No te lo dije, pero a mi un poco también, sobretodo cuando aquél empezó a bramar, o lo que sea que hagan, mientras nos miraba fijamente como desafiándonos. Y bien frío que hacía, ¿eh?. Pero tampoco me acuerdo mucho porque pasear entre ciervos bajo millones de estrellas con las olas del mar de fondo le calienta el alma a cualquiera.

Eso si, me tienes que perdonar porque no supe qué decir en aquél momento, si, mujer, ya sabes cual, cuando la puerta torii apareció imponente en medio del mar y me quedé sin habla. Claro, tu ya la habías visto más veces, pero yo sólo en fotografías y nunca de noche y… por supuesto, ni en sueños con alguien como tu de la mano.

¿Te acuerdas que tuvimos que volver corriendo porque salía el último ferry? y nosotros sin saberlo, aunque claro, bastante raro era que prácticamente no hubiese nadie por la calle en semejante lugar. Y todo lo que no dije una hora antes lo solté con propina en el tren camino del hotel en Hiroshima, seguro que de eso no te olvidas tu. Estaba tan contento, tan feliz… que te tuve que poner la cabeza como un bombo.

¿Y la vuelta al día siguiente?, no pude casi ni dormir, hasta el servicio del hotel me pareció lento. Yo sólo quería acabar de desayunar para soñar de día cuanto antes el sueño de la noche anterior, ¿de verdad habíamos estado allí?, hasta que no volviese no me lo creería del todo. Ya dentro del barco pensé en que no había apenas nubes en ese cielo que una docena de horas antes estaba tamizado de luces, ¿también de esto te habías encargado tu?, no me extrañaría nada, ahora que claro, tu tienes enchufe con el que me manda ahí arriba con esto de ser de templo.

Y qué más puedo decir… sólo se me ocurre pedirte perdón por todo el tiempo que estuve sin estar contigo por sacar fotos. Y darte las gracias, una vez más. Gracias, gracias, gracias gracias.

Gracias.





Ausentarse brillando, parte 1

— Tampoco es que yo lo haya querido con todas mis fuerzas, ¿sabes?, lo de vivir aquí, fue más una sucesión de desastres que acabaron de deshilachar del todo la falsa estabilidad que tenía mi vida… como quien monta una tienda de campaña al lado del mar cuando la marea está baja. Fue un shoganai en toda regla, no quedó más remedio y se veía venir prácticamente desde el principio.

Kato-san me miraba raro, como buscando el deje, el amago de sonrisa que diese a entender que todo era una tontería más de las mías y que ya podía dejar suelta esa carcajada tan suya que empujaba a las de los demás. Si bien se ríe como nadie, Akira siempre ha sabido también escuchar como pocos y hoy le tocaba lo segundo. Akira, gomen ne? pensé.

— Pero entonces ¿tu no querías venir a Tokyo o si que querías venir? —siempre que preguntaba algo, ponía toda su intención en preguntarlo, como si de corazón quisiese saberlo. Fuese cierto o no, daba gusto contestarle y uno ponía también toda su consciencia en las respuestas.

— Si y no. O no sé, siempre quise volver después de aquella corta temporada hace tantos años pero nunca se había vuelto a dar una oportunidad en condiciones. Tampoco la busqué. Tenía mis ideas dando vueltas ahí entre las sienes por detrás de la rutina y de vez en cuando se adelantaban un poco reivindicando que ya tocaba ser pensadas un poco más, pero tampoco se pasaba de ahí, siempre había algo más inmediato, que no urgente, con lo que lidiar: trabajo nuevo, piso nuevo, viaje de verano… podría decir que era cómodo estar así. Cómodo aunque no fácil ahora que lo pienso. Ni mucho menos fácil.

— Pero el que se acomoda, echa barriga, como yo. Y conociéndote, yo a ti no creo que te vea nunca con barriga — ésta vez fui yo el que busqué alguna mueca en su cara, pero tampoco fue el caso… se asumía que pintaban bastos. Se lo agradecí y me apunté pagar las dos siguientes.

— Yo quiero comerme el mundo desde siempre, nunca he podido parar de hacer cosas, de moverme, de experimentar. Me gusta equivocarme y saber la razón para que no vuelva a pasar, me gusta que a veces me peguen una hostia por la izquierda para acordarme por qué lado me cubro peor. Me gusta saber que todavía puedo saber más sin la pretensión de los engreídos que creen que se va a aprender solo. Y de cómo estaba olvidándome de mi mismo podría hablarte toda la noche.

Muchas imágenes vinieron de sopetón entre parpadeos en ese momento y callé para desentrañarlas. Nantonaku, Akira lo entendió… de alguna manera… y supo apoyarme con un silencio tan largo como sutil. Comprendí de un tirón tantas cosas de aquél día que casi me mareé… hasta que llegaron otras dos cervezas y entonces decidí que mejor lo dejaba para después, que Akira tampoco se merecía sufrir mis mítines y menos un viernes por la noche. Aquél día, y los venideros, fueron demasiado… y precisamente demasiado claro no tenía yo si quería siquiera empezar a recordarlos aunque las heridas de los nudillos y el pinchazo intermitente de la costilla izquierda se empeñasen en lo contrario.

— Pero es igual, Akira, el caso es que ahora estoy muy bien. Por cierto, ¿te has fijado en aquella?, lleva mirándonos como un rato largo, ¿no?, vamos a decirle algo…

— Jajaja, tu nunca cambias. Además que estando conmigo lo tienes fácil porque ya saben de antemano a quien elegir: al gaijin flaco kawaii. ¡Venga, vamos!

Y mientras caminábamos hacia el reservado de enfrente de aquél oscuro izakaya de Shinjuku, una tremenda punzada en el costado me hizo doblarme recordándome de repente que si quitábamos a Akira y añadíamos el doble de alcohol, el principio de esa noche se estaba pareciendo demasiado al de aquella…

Continuará…


Mi disfraz de Halloween

Ya va siendo tradición esto de celebrar Halloween en Tokyo a lo grande, aunque a mi me tocó tomármelo con calma el año pasado por el entrenamiento de la maratón.

Después de mil emails, al final se decidió que íbamos a ir de piratas zombies… hasta que cuando comimos juntos en el día de mi cumpleaños a Héctor se le ocurrió que el Eiga Doroboo sería un disfraz cuanto menos original. El vinaco que pidió Carlos acabó de decidir el asunto: yo no iría de pirata, sino del Eiga Doroboo.

¿Qué es esto del Eiga Doroboo?, pues viene a significar «ladrón de películas», y es el protagonista de un anuncio que sale siempre en los cines de Japón antes de empezar la película. Mayormente trata de concienciar a la muchachada de no grabar películas del cine, de denunciar si se ve a alguien haciéndolo y de no bajarse nada con farsaright por internet:

El tío en cuestión lleva traje, guantes blancos y una cámara por cabeza. Por alguna razón se mueve como haciendo mimo, lo que dan multiganas de polihostiarle hasta que se esté quieto por lo que no me molesté en aprender ni uno sólo de esos movimientos.

Total, una caja de cartón forrada con hule que parecía metálico, el canuto de un cacharro de cinta aislante, pegatina negra y un led del todo a cien bastaron para finiquitar el asunto.

Por si acaso, y sabiendo que iba a aguantar poco yo con esa cajaca en la cabeza, le pedí a Gami que me maquillara de zombi y como iba de traje, pues ya si eso de salary man infectao o algo:

El resultado: pues tardar como una hora desde Hachiko en Shibuya hasta el bar porque todo el mundo venía a sacarse fotos conmigo, que salí en más fotos que nadie pero no se me ve el careto en ninguna, y que la caja se quedó apalancada en una esquina del bar aproximadamente a la media hora de entrar…

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El disfraz con más éxito de mi vida y el que menos margen gambiter me dejó… de todas maneras, las risas que nos echamos siempre son chatas!!

:chiqui:

Clase de corte de jamón

Es raro echarle un ojo a mi calendario y que haya fines de semana con el cuadradito conteniendo sólo el número. Ahora mismo acabo de abrir el de este mes que ya termina y aparecen allí mensajes del estilo de «preparar disfraz para Halloween», «correr 12km», «aprender kata Sochin»… si consigues aislarte del ruido de a los que les chirría el alma, el calendario es tu aliado encargado de gritarte que hay cosas que sabes que quieres hacer y que ya va tocando.

En la hoja del domingo pasado pone «Jamón Chiqui». Podría bien significar que tan excelso manchego me iba a regalar un patanegra, pero no fue así la cosa, no, estariamos más equivocados que el que fue de turismo a Francia por las sonrisas de sus gentes.

El asunto iba de organizar algo parecido a las clases de cocina española para japoneses… lo mismo… pero no: esta vez pretendíamos enseñar a cortar un jamón. Que diréis: para cortar un jamón hace falta un jamón, ¿no?. Efectivamente mis queridos Jordis Hurtados, de 9 kilos y pico sin ir más lejos:

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Y continuareis diciendo: pero para enseñar habrá que saber antes, ¿no?. Pues si, listos relistos que todo lo sabís y nada os callís. Nada más ni nada menos que Raúl, el protagonista principal (con permiso de la pata de bellota) de los hanamones, esa sublime ocurrencia de comprar un jamonaco y zampárselo a la sombra de los cerezos en flor:

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Ya sólo os falta decir, requetes, porque anda que sois requetes eh!?: entonces tu, mi gallardo garboso a la par que atractivo y viril Tosca, ¿qué pintas en todo este vodevil, opereta y/o/u sainete?. Pues pinto pinto, claro que pinto, pinto más que cuando le regalaron las plastidecor a la tía Ceci, no os digo más. Bueno si, os digo más, os diré lo que pinté ya que he empezado: resulta que también iba de traductor, pero como ésta vez había asistentes españoles y Raúl casca japonés como dos o trescientas veces mejor que yo, mi misión sería traducir lo que él dijese al castellano. La verdad es que lo tuve bastante fácil, el mayor percal lo tuvo Raúl pero no hubo ni medio problema, lo tenía todo preparadísimo.

Primero: explicación histórica de de donde viene esto del jamón, los tipos de cerdos, los tipos de jamones ibéricos, el proceso de curación, tipos de cuchillos, tipos de jamoneros… vamos, que salimos todos de allí con la lección aprendida… yo el primero, claro.

Segundo: Raúl pasó a la parte práctica donde ya el jamón fue cortado por el profesor primero y por los alumnos después. Allí se puso prácticamente todo el mundo a darle al cuchillo, hasta yo me animé aunque he de confesar que la lié pardísima… la «loncha» que salió de allí parecía más el tacón de unas catiuscas.

Pero te no creas que se acabó la cosa aquí, ya te estás volviendo a equivocar, como el proctólogo de Bruce Banner que insistía en seguir haciendo pruebas. Resulta que Chema, al que seguro que conocéis como «El niño cagao» porque ha salido más de una vez por la tele, se trajo la guitarra y allí se lió la de Dios es Cristo junto a Yui a la percusión: flamenquito del bueno en el corazón del barrio koreano de Tokyo co-presentado por un vasco, ahora me vienes a hablar de nacionalidades y nacionalismos si ves que eso.

Y a pesar de que se estaba formando allí una película de Almodovar, Raúl no dejó en ningún momento de cortar jamón, aunque Yoshiko, Gami y Sachiko se animasen a bailar, aunque Pili y Nerea nos dejaran pericueters con sus sevillanas… Raúl no paró hasta tener cuatro o cinco platos llenos de jamón. Y los demás tampoco pararon hasta tener los cuatro o cinco platos vacíos, no tengo todavía claro quien se esforzó más…

Otro lio más a añadir a la lista de gusticos gusticados… si señor! Ojo que el Chiqui lo contó también aquí, ¿eh?.

:gustico:

Ensayo final del monólogo

¿Os acordáis del monólogo con Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes?, a mi a veces me parece mentira que aquél 7 de julio me subiese ahí a contar las chorradas que se me ocurrieron. El caso es que me ha dado por pensar en que el guión original cambió mucho con el tiempo, en parte por mi propia censura y en parte por la ayuda de los que estuvieron ahí ayudándome a darle vueltas al asunto: Chiqui, Carlos, Guille

Hoy viendo el vídeo en youtube (¡¡que ya tiene más de 10.000 visitas!!), me he acordado que la semana anterior a la actuación grabé en casa un vídeo yo sólo soltando el monólogo completo en plan ensayo general y se lo mandé a éstos para que me diesen la opinión final y hacer los cambios de última hora que hubiese que hacer.

Me ha hecho gracia volver a verlo, está el monólogo entero entero con cosas que se me olvidaron la noche de la actuación y que fue una pena no haberlas soltado. No hay risas de fondo, pero se dice todo del tirón y sin nervios… ¡a ver que os parece!



El vídeo de aquella noche todavía lo sigo viendo y partiéndome con estos dos, sobretodo me hace especial ilusión cuando Joaquín lee parte del papel y me felicita, jajaja.

¡Buen fin de semana!
:gambiters:

Ruido

Uno trata de caminar con cadencia, de silbarle a las nubes para que el paseo de vivir tenga cierta melodía, cierto ritmo. Pero es difícil aislarse del ruido porque siempre está ahí, de fondo, ensuciando cualquier situación y lugar.

Ruido que emiten los que siempre se están quejando de todo y de todos. Esos mismos que son incapaces de prensar los segundos para sacarle un poco de caldo a la vida que se les escapa entre quejas y lamentos. Si es verano porque hace calor, si es otoño porque hace frío. Es un escándalo continuo el que llevan por dentro, jarana tal que no les deja no sólo escuchar, sino casi ni ver. Así están, que se pierden el sonido de las gotas de lluvia o del viento, el color del cielo de antes de anochecer… ni siquiera son capaces de verse brillo en los ojos porque los tienen empañados de envidia por el brillo de los ojos del de al lado.

Follón montan también los que te zumban al oído un reproche tras otro. Da igual cómo y qué, ellos siempre tendrán algo que echarte en cara: lo que hiciste o lo que no hiciste, lo que dijiste o lo que dejaste de decir. Harán mucho ruido porque ellos son las víctimas y el resto verdugos sin escrúpulos que solo están ahí, estamos ahí, para hundirles todavía más porque somos la culpa de todos y cada uno de sus males y así nos lo harán saber en todo momento. Están más a lo que haces tu que a su propia composición. Tratarán, con su retahíla, de que lo pasemos mal porque ellos lo están pasando mal, de que tengamos remordimientos, de chantajearnos emocionalmente, a traición y sin testigos. Eso si, no moverán un dedo para cambiar nada de lo que les aqueja porque, claro, la culpa no es suya, sino tuya, o de Rajoy, o de los chinos.

Incómodo y engreído sonsonete el de los sabios necios, aquellos que se autoproclaman expertos en alguna materia y no descansarán hasta hacértelo saber. Te aullarán consejos a la que te descuidas, porque ellos son los que saben y tu no, ni nunca sabrás. Muchas opiniones chirriantes, muchas recomendaciones con soniquete perturbarán tus tímpanos si les dejas. Gente que dista mucho de demostrar saber escribir y sin embargo critica al milímetro tus escritos, diestros fotógrafos cuyas diestras fotos estoy todavía por ver y expertos sociópatas más solos que la una harán que necesites tapones para poder seguir a lo tuyo sin sus estruéndosas interferencias que nunca has pedido y estás lejos de querer sintonizar.

Quizás el mayor alboroto, el que retumba más adentro, sea el que forman los que están ahí sólamente porque tu estás delante y eres el objetivo del empozoñamiento de su alma. Gente ruín que te atacará sin pensárselo dos veces, que se lanzará a por tu yugular sin haberse molestado no ya en compartir unas palabras contigo para ver como eres, sino en siquiera conocerte para tener, al menos, una base sobre la que lanzarte su estridente infamia. Simplemente te has cruzado en su camino, con eso vale para hacerse sonar, seguramente si no fueras tu, sería otro. Es su misión: distorsionar y tratar de malograr toda acústica ajena para que desafines.

Los hay también que se empeñarán en decirte qué notas puedes poner en tu pentagrama y lo que es más importante: cuáles no. Su caduca copla es la correcta y tu te estás saliendo de la escala establecida. No dudarán en pararte en medio de un concierto para desenchufarte el micrófono y quitarte de la cabeza esa idea de hacer lo que no hacen los demás, de probar corcheas diferentes que ellos ni sabían que existían, así que no conciben que tu lo intentes. Como no les cuadran tus agudos, te tocarán los bajos todo lo que puedan.

Yo me quedo con la melodía de los que saben soñar las horas, con aquellos que sólo con mirarlos ya se sabe que por dentro son de colores, con los acordes de los míos que componen sus piezas en mi mayor conmigo. Bailo al ritmo de las carcajadas de los que saben reírse desde el alba, tarareo, canturreo, aplaudo todo acorde que sale del corazón con el único objetivo de ser feliz sin dar crédito a ninguno de todos los ruídos que se empeñan en sonar de fondo.

Porque no los he pedido, porque me sobran, porque me hastían, porque yo quiero seguir componiendo mi tiempo a mi manera con la banda que yo elija sin cansinos tontos del culo que me emborronen la partitura con sus gilipolleces.

El chorrico portátil

El otro día cuando fui a echar la meadilla de rigor de madrugada en aquél ryokan, resulta que el WC tenía vida propia y se movía solo. Me asusté más que cuando el Chiqui subió una foto a instagram sin tagear, no os digo más… espeluznante….

Algo que no se menciona en la semejante obra del séptimo arte que me casqué aquella tarde, es que el váter que nos ocupa tenía ojetil oriented chorrer (también conocido como ¿qué clase de lamentable vida tenía yo antes de conocerte?).

Ahora que tampoco habría pasado nada si no hubiese tenido chorrete incorporado porque resulta que llevan vendiendo desde hace un tiempo…

¡El chorrillo portátil!
:ahivalaotia: & :gustico:

En efecto amigos, ni más ni menos, ni menos ni por. Andaba yo pensando en pa donde coño mirarán los girasoles de noche cuando me crucé con este artefacto diseñado para poder disfrutar en cualquier parte del placer de los Dioses que supone manguerarse la catenaria después de haber sacado la leña al porche.

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Ojete al vídeo, valga la redundancia:

Esto si que es una obra de ingeniería y no haberle restirao el pescuezo al iPhone ese… encima más fácil de usar que ni sé, a saber:

1

Llenar de agua el PortableChorreitor, Cocacola o Fanta naranja si se quiere dotar de cierto matiz simpático a la par que exótico a la ya de por si entrañable situación

2

Extender el elemento apuntador

3

Orientar el puntero a Mordor

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Ahí queda el panorama, ¿qué te parece el asunto?, ¿cómo te quedas?, yo entre fascinado y acojonado estoy. Ahora que una cosa te digo, ten claro que en Japón el que no pone a remojar las alubias es porque no quiere.

Clases de cocina para japoneses, el vídeo

Un día se nos ocurrió llevar a Carlos a las clases de cocina para japoneses que organiza el tío Chiqui conmigo a los mandos de la traducción simultánea albacetoshibuyense. De ahí estaba claro que tenía que salir algo bueno, la espera ha merecido la pena…

:gustico:

Clases Cocina Española[ JP] del CaDs en el Vimeo.

¡Actualización!
:felicianer:
¡la versión con textos en castellano!

¡¡ Gracias Carlos !!
:gusteresque: :cocinicas: :gusteresque:

Javi

Sabemos que va a cumplir 43, pero no nos lo creemos y da igual porque a él le da igual y para nosotros siempre tendrá doce o trece años aunque a veces nos haga dudar cuando habla como si de verdad fuese camino de los cincuenta.

Sé que lo pasó muy mal, que mis padres lo pasaron muy mal, que está vivo de dos o tres milagros encadenados después de quince o veinte desgracias seguidas. Que empezó con dolores de cabeza y que después de que intentaran quitárselos sin saber muy bien como ni de donde, se quedó dormido durante semanas. Sé, porque me lo han contado los que después se atrevieron a que yo naciese, que cuando despertó, su cerebro decidió estancarse poco más allá de los cuatro años que tenía y que por eso es el más dulce de los señores mayores de cuarenta. Digo yo que también será por eso por lo que te da besos sin pensar y no se ríe con la garganta como tu y como yo, sino con el alma, redefiniendo el concepto de ser feliz quizás hasta límites que nosotros nunca sabremos.

Lo mismo si te ve, te pregunta por tu nombre y seguramente te cuente algo que ha visto en la televisión ese día o que ha leído en tal o cual tebeo. Y le caerás bien a nada que le prestes dos o tres segundos de tu tiempo y le escuches, no te digo nada si encima le sonríes… serás su amigo para siempre. Después se irá en cualquier momento, no se lo tomes a mal; es que se habrá acordado de algo que tenía por hacer: acabar de colorear aquél dibujo, el puzzle de Toy Story o la película que dejó a mitad en el DVD. Pero nunca se olvidará de tu nombre si se lo has dicho. Nunca. Como nunca se olvida de ninguna fecha de ninguno de los cumpleaños de mis amigos, que yo olvidé al minuto de saberlos, como nunca se olvida de mil millones de detalles, como el de reír.

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Dice mi madre que era un niño muy listo, que no es justo que le pasase lo que le pasó. Yo no lo sé porque no había nacido y mi hermano Javi siempre ha sido tal y como yo le he conocido: mi hermano el mayor, mi eterno hermano pequeño que me daba la paga cuando empezó a cobrar en el taller, que se sentaba a mi lado cuando hacía los deberes del instituto y cantábamos juntos canciones de Sabina escondiéndonos de mi madre que hacía por estar buscándonos. El señor Don Francisco Javier, Javono, Javoneta, Javi, mi Javi, el primero por el que pregunto cuando se le desluce a uno la vida y busca la calidez de una voz familiar que te recuerde que hay quien se acuerda de ti al otro lado del teléfono.

Abundante pelo castaño, ojos del color del cielo de verano, gafas que se sostendrían en dos rollizos mofletes de no tener esa nariz chata debajo. Cicatrices aquí y allá que le recuerdan lo que le pasó, torpeza al andar, panza cervecera de cocacolas, candor en la mirada, negada mano izquierda, gesto infinitamente risueño, ilusión en cada recodo de la cara. A veces su cuerpo tiembla y se le apaga el gesto por un momento mientras retoma el aliento y se enfada, se enrabieta consigo mismo, con esos ataques traidores que le sobrevienen entretanto a nosotros se nos cae el alma a los pies y lloramos por dentro de verlo sufrir aunque no tarda en recomponerse y reír como si no hubiese pasado nunca.

A nosotros… a nosotros nos cuesta bastante más recuperarnos y volver a enfocar con claridad. Javitxu, ¿estás mejor?, no te levantes todavía, descansa un poco más…

Raro será pasear con él y que no se paren a saludarle, poco importa que sea Euskadi que Extremadura, igual pasaría en Estocolmo porque hace amigos a la que te descuidas. «¿Dónde vas Javi?», «¡hasta luego chaval!», «¿este es tu hermano?» y él, condescendiente, contará que soy el pequeño, el canijo que se ha ido a vivir a Japón, el pequeñajo que le mangaba dinero a mis padres para ir a jugar a las maquinitas y que ahora le da por pegar patadas de Karate. El enano saltarín que se tiraba desde la cuna y caía de cabeza. El hermano pequeño de él, el hermano mayor de los tres, el cuarentón que no quiere novias porque le aburren.

Regresé con Chiaki a España con la intención de contarles que me iba a casar con ella. No podía dejar de mirarle cuando intentaba hacerse entender siguiendo su táctica: la de repetir lo mismo dos o tres veces hablando cada vez más alto. Me reí cuando le daba besos de repente llamándola guapa y soñé conmigo de niño cuando le contaba historias de mi que ni yo mismo sabía o si las supe alguna vez, se me olvidaron hace mucho. A él no, ni se le olvidarán. Me odié por estar aquí y no estar más tiempo con él y a la vez me sentí un privilegiado por tener la inmensa suerte de que mi hermano el mayor sea a la vez el mejor hermano pequeño del mundo que además lo será para siempre.

Cuando partió el autobús de Badajoz y los dejamos atrás, descubrí que Chiaki hacia rato que me acompañaba en lo de soltar lágrimas por tener que pasar por el horroroso trago de la despedida, doblemente amargo por lo escaso del tiempo compartido. Supe que él tenía mucho que ver y a la vez confirmé que quería que aquellos preciosos pequeños ojos que me miraban húmedos estuviesen conmigo hasta el fin de mis días por aprender a querer a Javi y saber echarle de menos en una semana tanto como yo en cinco años.

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Tomatina japonesa, medias maratones, Fuji, Taiko…

¡Buenos días y bienvenidos al parte mañanil mañanero contado por un Toscanín Toscanero!

Vayamos, sin más dilación, con el parte del día en cuestión:

La tomatina japonesa

Una de las cosas más famosas de las hispanias aquí en los nipones aparte de mi instant idol Ceci…

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… son los San Fermines y la tomatina. Que estaría bien que fuesen los aurreskus y los pintxos del EME de Bilbao, pero no ha cuajado el asunto, qué le vamos a hacer. Bueno, pues total, que este domingo hay una tomatina a lo japonés cerca del río Tamagawa. Lo organiza «Tomatina House» con el logo más feo que he visto en mi vida, y como en Japón hay más gente que en la cola para pegarle a Rajoy, el asunto va con aforo limitado: sólo se pueden apuntar cien personas. Cada uno apoquina 2500 yenes, y en una plaza de cuatrocientos metros cuadrados preparada para el evento, a tirarse todos tomates como si no hubiese sol naciente mañana.

Entre las normas está la de «no arrancar ropa de la gente, especialmente de mujeres», jajaja, por lo visto el que lo organiza ya sabe el asunto!!.

Y ojo que hay polémica! por internet hay dos tipos de gente, los que están encantados con la idea, y los que se quejan por dos motivos: porque es un total y absoluto desperdicio de comida que bien podría enviarse a Tohoku, y los que dicen que vaya idea más original copiar algo de otro país, que vaya sinsorgos, como si en Japón no tuviesen suficientes matsuris autóctonos…

Viendo el precio de los tomates en Japón, no tengo muy claro cómo les saldrá rentable el tinglado, aunque seguro que no se haría si no sacasen chines, esto es así.

En fin, un buen plan para la tarde del domingo. Ir a tirarse tomates no, porque el aforo está completo desde hace meses, pero ir a ver no se descarta, seguro que hay ambientillo.

Por si alguien se anima: estación futagotamagawa, sobre las doce del mediodía.

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La media maratón de Yokohama

Una horrorosa tarde de enero que me tocó correr unos veinte kilómetros por el entrenamiento para la maratón de Tokyo llegué a casa jurando en hebrew maldiciendo mi propia estampa por meterme en camisas de eleven varers. Las pasé tan tan pu田s, calado hasta arriba, muerto de frío, con rozaduras a ambos lados de mis soberanos y las piernas pa Tudela… que me prometí que una y no más, Santo Tomás.

Hasta que salí el día de la maratón y sentí que estaba más vivo que en toda mi diminuta y saltarín vida. Eso había que repetirlo de todas todas, como que ya estamos apuntados para la del año que viene, no te digo más. A ver si hay suerte y me cogen y vuelvo a morirme entrenando para vivir dos veces ese día.

Por si acaso, me he apuntado también a la media maratón de Yokohama, que ahí no va por sorteo. En principio a modo de entrenamiento para la de Tokyo, pero seguro que va a ser una gran experiencia salir ahí el 2 de diciembre a patearnos el barrio chino. Encima el Chiqui también está apuntado, esta vez legal (jaja, por cierto, me descojono, pones «albaceteño» en Google y sale el segundo!!!)

La presión dentro del Fuji

No nos olvidemos que el símbolo por excelencia de Japón no deja de ser un volcán. Yo no estaba todavía ni pensao por mis padres, pero se dice que la última erupción fue allá por el 1707. Pues bien, agarrense los machos, ahora mismo el Fuji tiene algo sí como 16 megapascales de presión, que debe ser como 16 veces más que la que tenía aquella última vez.

Una de las réplicas del gran terremoto del año pasado, especialmente una de magnitud 6.4 sobre la zona hizo que se vigilase más de cerca, y se han encontrado indicios que hacen que aumente la probabilidad de que entre en erupción de aquí a tres años: gases que se emiten desde el crater, erupciones de agua caliente y lo que quizás dicen que es más decisivo: una falla de 34 km que se ha encontrado justo debajo del volcán

La media maratón del Fuji

Genial noticia la anterior que da pie a la última historia que quería contar: me he apuntado, también, a la media maratón del monte Fuji.

Como dijo mi amigo Pablo:

…total, si pasa ya os pilla corriendo…

Esta carrera es justo una semana antes de la de Yokohama, y la verdad es que me apunté por lo impresionante del lugar. La media maratón consiste en darle una vuelta al lago Kawaguchi que está pegado a mi amigo el revoltoso volcanete, yo esto lo hice en coche una vez y es un paisaje realmente espectacular… tiene que ser una gozada correr esto en plena naturaleza y además en otoño, Japón 100%!!

La clase de Taikos

Una de las webs que hacemos en mi trabajo es de cupones, podría decirse que es un clon de Groupon a lo japonés. Nosotros hacemos el sistema, pero los que meten los cupones están en otro lado, así que no sabemos qué se va a vender y que no. Estábamos ahí haciendo unos ruby debuggers cuando de repente apareció un cupón para ir a clases de Taiko… ¡nos apuntamos cinco!. Ayer fuimos a la primera clase, y la verdad es que nos lo pasamos muy muy bien. La cosa es chunga, hay que tener sentido del ritmo y mucha mucha coordinación, pero pinta muy bien y es muy divertido. No descarto yo que esto se convierta en otra toscactividad habitual más… me pilla más o menos cerca del curro y como me cuadre un día a la semana con las clases de Karate, ya me veo ahí dándole caña!

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¡¡ Buen fin de semana !!
:gambi:
¡haced bueneces!

The tamagotouchers

Existen cierto tipo de personas que cíclicamente se entrometen en nuestras vidas sin ser invitados con la desfachatez de tratar de hacer daño cubriendo, en la mayoría de los casos, complejos escondidos detrás de semejante fachada de soberbia idiotez. Complejos, taras emocionales… o simplemente estupidez suprema que les supura por los poros… seguro que ahora mismo os habéis acordado de dos o tres, y eso que sólo llevo un párrafo.

Es curioso que estén siempre ahí sin importar el país en el que se haya nacido, la edad que se tenga, la oficina o la actividad en la que se coincida. Ellos tratarán de darte por saco todo lo que puedan si les dejas, porque está en sus defectuosos genes, en sus mohínas y mohosas neuronas, en su triste alma. Pasemos a una serie de ejemplos de tamaño despropósito, conmigo como objetivo y teniendo como tema común que se metieron en mis asuntos con el único afán de tocarle los soberanos atributos al que les escribe:


En el campamento de Karate, Kojima-san, uno de los tíos más majos que hay aparte de que hace pasta de miso como nadie, me cuenta que vamos a ir a echar carreras a la playa con los chavales, pero que les dejemos ganar para que estén contentos. Un compañero que escucha la conversación y con el que habré coincidido tres veces en los cinco años que llevo yendo a clases de Karate en Tokyo, se mete en el lío:

– ¿Para que le cuentas nada si no te entiende ná? ¿no ves que no sabe japonés?– esputa con altivez

– ¿Cómo que no entiendo?, pues a ti te he entendido aunque no me ha gustado un pelo lo que has dicho.

Le doy la espalda y sigo hablando con Kojima-san:
– ¡Por supuesto!, es más a ver si conseguimos que Shotaro llegue el primero, ¡que es el más pequeño!

Después me entero que el rascayú #1 que nos ocupa estuvo viviendo en Francia cerca de tres años. Ahora se explica el asunto, claro. Por supuesto, fue ignorado completamente los tres días de campamento y así seguirá por los siglos de los siglos.


Al curro nuevo entramos dos personas prácticamente a la vez. Él parece ser que tenía bastante experiencia con Ruby on Rails, yo podría decirse que había oido hablar de ello pero poco más. Aún así, poco tardé yo en estar desarrollando nuevos tickets tardando más o menos lo mismo que él que se tiraba las horas más pendiente del estado del Facebook que del debugger. No era raro que soltase un «quería hacer la subida a producción hoy, pero ya no me da tiempo» la mitad de los días en la reunión de la tarde.

Curiosamente, mi primer trabajo fue escribir un script en Ruby que instalase todo el entorno de desarrollo, y yo hice lo que pude durante las dos o tres primeras semanas. Otro compañero me lo revisó y me dijo que no estaba siguiendo la nomenclatura standard de Ruby, por lo visto aquello se parecía más a Java que a otra cosa. El rascayú #2 que escuchó la conversación tampoco pudo reprimir sus rebuznos que, gracias a esa vozarrón que me tenía aquí el Algarrobo, los debió escuchar hasta Hachiko el perrotrinque:

¿Qué me estás contando!?!? ¿!¿ que no estás escribiendo como en Ruby !?!!?, ¿pero de donde has salido tu?, ¿no te da verguenza? ¿pues si ni siquiera sabes eso para qué te pones a hacer nada!?!?!? Mwa ha ha ha

Ahí, siguió descojonándose un rato a mi costa hasta que, supongo, se cruzó con la más significativa de las miradas que no pude evitar tirarle a los ojos. Parece que lo siguiente me lo invento, pero no: el tío era canadiense pero de la rama francesa, no te lo pierdas esto que ya se está convirtiendo en norma.


Al acabar la clase de Karate nos solemos quedar unos cuantos a practicar delante del espejo. El profesor siempre está un rato, así que es el momento idóneo para preguntarle dudas o para tratar de que se fije en algún movimiento que mejore el kata que tenemos entre puños. A mi ese día me dio por hacer técnicas de pierna encadenadas con el objetivo de dar con alguna combinación que pudiese ser utilizada en el campeonato nacional. Así, lanzaba una patada de frente que en el último momento cambiaba a lateral buscando la cara del imaginario adversario al que, para rematar, le lanzaba una última patada hacia atrás girando ciento ochenta grados el cuerpo buscando su estómago. No me acababa de salir bien ésta última, pero yo insistía tratando de no perder el equilibrio al final. Le acabé pillando el truco y ya me salían sin caerme tres de cada cinco cuando me quise dar cuenta estaban todos los demás mirándome y empezaron a aplaudir con algún que otro «sugoi» de por medio… hasta que el americano medio calvo que viene a veces empezó a ladrar:

– Ba, pataditas pataditas, eso no vale para nada, que va a ser lo siguiente, ¿volar?, lo que tienes que hacer es bajar las posiciones y buscarle con puñetazos, así, ¿no ves?

Y el tío se pone a hacer el ridículo con técnicas básicas mal hechas y posiciones bajas que no tienen ningún sentido en kumite, todo así, sin venir a cuento en absoluto, pero claro, le escocía de alguna retorcida manera la situación. Yo, sabiendo además que aquí mi primo Telesforo es un tipo bastante negado karatekilmente hablando, sigo a lo mío ignorándole por completo. El resto hace poco más o menos que lo mismo que yo. Después tengo la mala suerte de volver a coincidir con él en el vestuario donde empieza a soltar lo que se ve desde lejos que va a ser una chapa del quince, que yo le atajo de raíz:

– ¿Pero tu te has presentado a alguna competición? -le pregunto riéndome porque ya sé la respuesta que me va a dar aquí el rascayú #3.
– No, pero…
– ¿Pues entonces que tenemos que hablar aquí?



En la noche de monólogos en Tokyo con Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes yo salí el primero con más nervios que el urólogo al que le tocó revisar la próstata de Bruce Banner en la revisión médica pasada. Nervios que no se me quitaron hasta el final cuando por fin pude pasarme al lado de los espectadores. Después, al acabar, acompañé a Chiaki a la estación porque tenía que trabajar al día siguiente y me volví al bar. Por el camino me crucé con gente que no conocía de nada que me paró para felicitarme por la actuación, menudo gustico me daba el asunto de creerme famosico por un ratico.

Cuando llegué de nuevo ya no había tanta gente, así que los que estábamos metidos en el ajo nos relajamos ya un poco con alguna que otra birra en la mano. Estaba yo pidiendo la mía cuando otras dos personas vinieron a felicitarme. Uno empezó a darme palmadas en la cara, como tres o cuatro seguidas mientras me perdonaba la vida graznando algo así como «¿seguro que tu no eres de los de muchachada nui de toda la vida, chavalote? oye que me he reido contigo, que ni tan mal». Yo sonreía reprimiendo el devolverle el gesto condensado en una sola palmada, vamos, lo que viene siendo una bofetada hostilínea uniforme.

Después me enteré que eran los dos mismos rascayúes #4 y #5 a los que todo el mundo chistaba porque estuvieron armando jaleo desde el principio, que hubo que llamarles la atención unas cuantas veces para que dejaran de grabar con el iPhone y que además le habían hecho lo de las palmaditas en la cara también a Joaquín y a Ernesto.


No sabía que te habías casado -me dice el señor mayor aquél con el que tuve el incidente
Pues si, un poco si -le contesto secamente, como siempre después de la que me lío aquel día, y sigo cambiándome de ropa tratando de salir del vestuario lo más rapido posible para no tener que aguantarle
Pues oye, enhorabuena -me dice sorpresivamente
Vaya, muchas gracias -le contesto bastante sorprendido
Jodé, pero anda que no has engordado ni nada -me suelta así de sopetón, para compensar.
Pues tu me dirás donde, porque cada vez peso menos -le digo y me piro por no mandarle a yakuear asparas.


Continuará….
(irremediablemente)
:espabilacopon:

El casamiento

He de confesar que siempre me ha emocionado la canción de Ale y Ai, la de «Nos hemos casao» con su versión en japonés y todo «Mitsuketa yo». La escuché por primera vez cuando la cantaron en su boda y me encantó. Recuerdo estar sentado en el suelo al lado de sus padres, y que su madre me dijo algo así como «hay que ver que loco está mi hijo», y a mi simplemente me parecía todo genial porque no podía parar de reír. La habré escuchado muchas veces desde entonces y es de las pocas que recuerdo que sonaron en el iPhone cuando corrí la maratón. No sé que será… creo que es el concepto el que me emociona más que la propia música: que dos personas de países tan lejanos se casen y que les de por cantar en su boda juntos medio disfrazados en el comedor de un ryokan con el objetivo de que los que allí estábamos nos lo pasásemos todavía mejor sin importar si veníamos de las Hispanias o de los Japones.

Nada que ver con otras bodas en las que he estado. Desde entonces siempre he pensado en que si yo me casase, me gustaría que fuese así: entre amigos sentados en cualquier lado haciendo lo que a cada uno le apeteciese sin normas de etiqueta, ni sobres con dinero, ni caducas costumbres de otros tiempos que nada tienen que ver conmigo, con nosotros.

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Y mira por donde que me he casado, y con una japonesa también. Hay que ver. Ojalá salga la cosa la mitad de bien que les está saliendo a estos dos.

El caso es que todavía no ha habido boda como tal, por varias razones. Sin duda, la más importante es que mi familia no está aquí y no es algo que se pueda remediar de un día para otro porque necesita de cierta planificación eso de venirse una o dos semanas a Tokyo a atender al chalado del hijo pequeño que menudas lía siempre. Pero no queríamos esperar más, porque ya no tenía ningún sentido, así que nos casamos por lo civil, que es, al fin y al cabo, lo que quería contar yo hoy aquí: cómo se casa uno en Japón.

La principal historia es que necesitas que tu embajada te de un papel y la verdad es que todo se centra en eso: una vez que tienes ese papel, el gobierno japonés no te pone absolutamente ninguna pega y todo va como la seda (mucho más si te firma de testigo ni más ni menos que el Sr. Picachu, eso aquí otorga privilegios!).

Aquí va una lista de lo que te piden en la embajada de España en Japón:

– Certificado literal de nacimiento
– Certificado de empadronamiento
– Fotocopia del DNI o pasaporte

Esto para los dos, pero, ojo: hay que enviar el asunto en castellano. Es decir, que en mi caso el certificado de empadronamiento me lo dan en japonés porque estoy aquí y por supuesto, los papeles de ella están todos en perfecto japonés del Japón, así que traducción al canto que tienes que hacer por tu cuenta. Siendo éste como es uno de los pocos trámites que la embajada provee, no acabo de entender porque no lo hacen ellos mismos, por cierto.

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Gracias a Mireia y Yuta, que son los que nos han ayudado desde el primer día a asustarnos un poco menos con todo el papeleo (¡¡gracias Mirea y Yuta, todavía os debemos esa cena!!), pudimos traducir todo más o menos decentemente y así lo enviamos por correo. Llegados a este punto he de decir que toda comunicación con la embajada fue por email con una persona encantadora que además contestaba a los mensajes en el mismo día facilitando todo tipo de información. Y digo «he de decir», porque había oído todo tipo de quejas de los servicios de la embajada, y no ha sido el caso, ni de lejos (la nula presencia cuando el terremoto y la crisis de Fukushima es otro cantar).

Una vez enviados y comprobados los papeles, recibimos un email en el que nos dicen que se «publican los edictos» por un plazo de 15 días. A mi palabras como «edicto» me dan urticaria porque no las entiendo, pero mayormente esto venía a decir que mandaban documentación a España, comprobaban que yo no era ya patriarca de una familia con siete hijos allí y que pinchaban un folio en el tablón de anuncios de la embajada anunciando que el menda y su futura planeaban casarse, así que si a alguien se le ocurría algún impedimento totalmente falso e infundado, tendría un par de semanas para ladrarlo o callarse para el mayor jamás de los jamases.


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Pasadas las dos semanas, vuelta a los emails para concertar la entrevista con el «Encargado del Registro Civil». Este era el trago más temido de todos: que alguien que no me conocía de nada se atreva a juzgar si Chiaki o yo estamos juntos más por papeleos que por amoríos me chamuscaba las venas. Más, si cabe, después de que un buen amigo que también se casó hace poco me contase su experiencia con un viejo amargado que hizo poco más que perdonarle la vida. Mucho más de lo que yo estaba dispuesto a tolerar, cuántas veces me imaginé la escena: «mira, tu trabajas para mi, estás a mi servicio así que vamos a dejarnos de gilipolleces que no estoy dispuesto a tragar y haz tu trabajo que bastante tengo yo con tener que aguantar que un don nadie como tu tenga que formar parte de algo tan íntimo e importante para mi y los míos».

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No fue el caso. Pero ni de lejos. El señor Eduardo, el que nos hizo la entrevista en la embajada es un tío majísimo con el que el trámite se convirtió en una charla amigable sobre cualquier cosa menos juzgar lo que Chiaki y yo estábamos a un par de horas de hacer. Tanto fue así que le confesé que venía a la defensiva y que de verdad había sido un placer hablar con él. Ojalá coincidamos en otra situación con alguna que otra cerveza de por medio, así de bien me cayó.

Después pasó Chiaki mientras yo esperaba fuera desde donde sólo pude escuchar sus carcajadas. Coño, así si, menudo alivio firmar los papeles con alguien tan simpático. Y finalmente recibimos una hoja en japonés donde la embajada certificaba que todo estaba bien por mi parte, hoja con la cual nos fuimos al ayuntamiento de la zona donde vivimos en Tokyo. Allí nos esperaban Carlos y Fernando, el Cads y el Chiqui, que nos hicieron el inmenso favor y a la vez honor de ser los testigos y a los que tuvimos esperando más tiempo del que deberían… no calculamos demasiado bien los viajes en tren, gomen ne.

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Y en el ayuntamiento poco más que añadir: un formulario que rellenar, cuatro o cinco veces que aclarar qué es el Toscano que sigue al Oskar Díaz, y la firma de los dos que se confirmó con la de los otros dos, cuatro rúbricas que quedarán estampadas para siempre en un papel escondido en algún oscuro cajón del ayuntamiento de Chofu en Tokyo.

Después nos fuimos a ver Batman al cine y a cenar en un rascacielos de Ebisu desde donde se puede mirar hasta donde ya no se ve Tokyo, ¿qué te parece la cosa?.

Mientras escribo esto pienso en que nos quedan todavía dos o tres trámites más: Chiaki va a cambiar su apellido por el mío, tengo que avisar en la oficina, tenemos que abrir una cuenta conjunta en el banco… Ba, sin prisa, yo ahora aquí estoy, sentado en un sofá de Ikea que montaron entre Chiaki y su hermano mientras yo hacía lo propio con la estantería de la cocina. Sofá que uso poco, porque le he cogido gusto a sentarme en el tatami de la habitación. Un peluche de Totoro preside la sala, un Totoro vasco porque lleva una txapela que me traje del casco viejo de Bilbao. Shiina Ringo suele ponerle la banda sonora a la hora de preparar la cena si ella ha salido antes de trabajar que yo, o Sabina y quizás alguna canción de Gatibu en el caso en que yo haya fichado antes. El olor será distinto también alternándose entre aceite de oliva, salsa de soja, vinagreta, sésamo… habrá pan o arroz y palillos o tenedores según se tercie. Seguramente el aire acondicionado esté a tope y yo estaré con manga larga muriéndome de frío mientras trato de escribir tal o cual kanji bajo la atenta mirada y eterna sonrisa de mi mejor amiga con la que ahora sincronizo sueños y a la que a veces me encuentro dormida en el sofá cuando vuelvo tarde de Karate.

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Y con tiempo e ilusión ya estamos preparando la celebración del año que viene, allá por abril. A ver si conseguimos convencer a los míos de que vengan, de una vez, a Tokyo a ver cómo de bien estoy por aquí. Ojalá vengan todos. Más que una boda, será una reunión entre amigos donde sería genial que todos se animasen a hacer algo: un vídeo, cantar, bailar, un monólogo, hacer el pino puente… ¡lo que sea!, porque no se me ocurre mejor manera de celebrar lo genial que es que todos nos hemos conocido que reírnos juntos hasta mas no poder.

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El único combate del campeonato

El sábado fue el campeonato nacional de Karate, creo que va por el cuarto al que me presento desde que estoy aquí. Salí bastante intimidado por el tío con el que me tocó, quien, por cierto, llegó a la final ganándonos a todos y cada uno de los que estábamos allí. Pero luego viendo el vídeo que grabó Héctor, me he dado cuenta de que el único punto válido y claro de los tres que me hizo fue el primero. En el segundo, el árbitro marca un mawashi geri que paré con el brazo, y el tercero es simplemente un rifirafe en el que no queda nada bien marcado el punto.

Vamos, que perdí y no fui capaz de marcarle ningún punto, pero los suyos tampoco fueron nada claros, aunque viendo el resto de combates, tengo claro que me habría ganado de todas todas.

En fin, una experiencia más!!

Dentro vídeo!!