Ayer me pasó lo que nunca me había pasado en la vida. Menudo disparate, voy a ver si lo cuento ahora que todavía lo tengo reciente y así no se me olvida nada.
El caso es que yo trabajo para una empresa de informática típica: tiene su equipo de diseño y un par de equipos de programadores divididos en mantenimiento y nuevos desarrollos que es en el que estoy yo. Llevo algo así como dos meses metido en un proyecto para un banco on-line cuyo negocio, prácticamente, se basa en facilitar el envío de dinero desde Japón a cualquier otro país del mundo. La web está en japonés y en inglés, con sus correspondientes formularios interminables que si bien son difíciles de seguir en inglés, en japonés ha sido un verdadero despropósito.
Me he pegado con ellos cada día, unas veces ganaba yo por dos wazaris y otra salía escaldado de la oficina porque no había Cristo que entendiese nada.
Pero a día de hoy me enorgullezco de haber sacado el trabajo adelante a pesar de la alta complejidad del mismo. Es bastante probable que esto lo pille un programador japonés y lo haga en un plis plas, pero para mi ha sido el reto del siglo. Total, hace dos semanas subimos todo esto a producción. No parece haber ningún problema, las pruebas que se hacen parecen satisfactorias, tanto las del cliente como las nuestras… borrón y cuenta nueva.
Si si.
El cliente empieza a ver cosas raras, nos avisa, empezamos a investigar y resulta que por un error conjunto de programación + diferencia de configuración entre el entorno de desarrollo y el de producción, el invento lleva fallando dos semanas siendo incapaz de recoger los datos de un tipo de las cuatro transacciones monetarias posibles. Nos damos cuenta de ello y se lo contamos al jefe, un gañán americano de unos 150 Kg que dudo que sea capaz de ponerse de pie si se cae de culo él solo. Con este honorable señor habré hablado tres veces en un año y una fue en la entrevista de trabajo, el tío está aislado en su despacho y rara vez le ves salir de allí.
Los que entramos ésta vez somos nosotros. El tío cierra la puerta y empieza a pegar voces, permitidme adaptar del inglés el vocabulario utilizado para que se entienda un poco mejor el asunto: que si esto es un banco, que si tiene connotaciones legales y estamos jodidos porque hay que reportar la pérdida de datos a no se que organismo legal. Que a ver quien cojones ha metido la pata si hasta un puto mono sería capaz de programar el tinglao, que si se van a tener esta mierda de putos errores quita la empresa y se la lleva a América, que si poco más o menos que mecagüen vuestra puta madre, que hace falta ser gilipollas, que menudos inútiles…
Todo esto lo dice un tentempié repantingado en la silla con más mérito del mundo mientras va pegando puñetazos en la mesa a medida que eleva el tono hasta límites que jamás pensaba que iba a presenciar en una oficina. El analista y yo no decimos nada y agachamos las orejas hasta que el tío empieza a decir que vaya mierda programador soy, que hago el trabajo con el culo y me la suda todo, a mi, directamente sin tener ni idea de cual es el error cometido. Yo le contesto, claro, le digo que asumo que he metido el zancarrón pero que ha sido un cúmulo de errores y mala suerte que habría sido muy difícil detectar y que…
¡¡Imposible mis cojones!! grita King Kong, y se pone a vocear una serie de barbaridades todavía peores que yo le discuto según van llegando hasta que me doy cuenta que yo también estoy elevando el tono, que en realidad no hay nada que rascar porque es darse cabezadas contra una pared. Así que dejo que aquí Bubba se desahogue y decido callar el resto del tiempo mientras me tiembla el ojo derecho porque estoy a punto de levantarme, darle una hostia y largarme. Incluso ensayo mentalmente la frase en inglés: «This is as far as you go», así, estilo el padrino, y después un «you don’t pay me enough for this shit» esperando con el puño cerrado su respuesta. Juro que faltó poco, quizás la vez que más cerca he estado en toda mi vida de estamparle un hostión a alguien con todas mis fuerzas.
Cuando se cansa de berrear payasadas, con una sudada de escándalo, nos manda a nuestro sitio fucking now y nos pide un informe completo de lo sucedido para el día siguiente. Todo de las mismas malas maneras, a grito pelado con dos o tres assholes, idiots, fuckings por frase y la cara desencajada, esa misma que le queda encima de una papada que parece un cojín.
Yo me voy a mi sitio, reviso ficheros para tratar de averiguar exactamente que ha pasado y cuando llega la hora de irme, meto en la bolsa del bento mis cosas pensando que hasta aquí hemos llegado, que me echan o me voy, una de dos, pero que yo aquí no puedo durar más. Como lo supe en el momento en que el energúmeno gorilón de mi pueblo abría la puerta de la sala de repente para ver si estábamos programando o jugando al padel. Uno tiene sus límites, y aguantar hijos de puta no viene en el contrato.
Llego a casa todavía nervioso, pero de alguna manera sereno. Resulta que se puede estar así, fíjate que cosas. Nervioso está mi cuerpo, serena mi mente y tranquila la conciencia: duermo como Dios a pesar del Cristo.
Hoy llego a la oficina medio de traje después de una entrevista de trabajo que promete, nos reunimos y aquí el capitán hamburguesas está todo simpático, incluso hace bromas sobre la situación. Yo no me río ni una sola vez, para mi es personal independientemente de lo que tenga que pasar con el banco. El tío se da cuenta y me pregunta cosas, me trata de tirar de la lengua, yo contesto con tranquilidad pero firmeza, aislamos el error, entiende que no es tan grave, que no tiene connotaciones legales, que no pasa demasiado y que no es todo culpa nuestra porque hay muchos otros factores detrás. El tío se avergüenza de lo de ayer a su rechoncha y ruin manera.
No es suficiente, el daño ya está hecho, es imposible que pueda perdonar u olvidar semejante desprecio.
Se despide dándome una palmada en la espalda. «A ver si lo hacemos mejor para la próxima», bromea.
«Let’s see what happens» contesto yo.