Archivo por meses: diciembre 2010

Karate, segundo dan

Desde que tenía algo así como quince o dieciséis años empecé a hacer Karate, más por ver como era aquello que por tener ningún interés por las artes marciales o Japón. Después la cosa fue por sí sola a más; de no enterarme de la misa a la media, fui poco a poco aprendiéndome la copla y le pillé el truco al asunto de pegarse disfrazado. No es que fuese de los mejores de la clase, ni falta que hacía, pero me gustaba poder ir al menos tres veces por semana a darle patadas al aire con los amigos.

Millones de risas y recuerdos, como las competiciones entre nosotros en el frontón del pueblo, aunque con lo que mejor me lo pasaba yo era preparando exhibiciones con Dani… más que solamente técnicas de Karate, simulábamos peleas revolcándonos por el suelo y rara vez nos volvíamos a casa sin moratones. Bendita juventud, que me siga durando hasta los 80, por Dios.

Las páginas naranjas del suplemento del correo me llevaron a Japón y pude intuir cómo se leía la historia por estos barrios. Me gustó, diría que impresionó, la seriedad con la que se llevaban las clases, me extrañó que se descansara tanto entre técnica y técnica y la ausencia total de combates en los entrenamientos. De repente me vi haciendo katas que sólo había visto en PDFs que conseguíamos Dani y yo por el internet del modem de conectarse después de las seis, y dejé de tirarme la mitad de las clases haciendo flexiones y abdominales lo poco que duró aquello.

Escasos cinco meses, si llegó.

Volví a Zalla y aterricé en el dojo de Santoña donde la cosa cambió completamente, en muchos aspectos para bien: había mucho contacto, había que tener respeto por el que se te ponía delante porque sabías que de no cubrirte, era bastante probable que te fueses a casa con la cara de otra manera porque resulta que aunque entre amigos, las hostias siguen doliendo igual. Clases distintas, sin duda, que echo de menos muchas, quizás demasiadas veces. Más físicas, quizás más reales y efectivas.

Pasé después a vivir en Bilbao y de nuevo me mudé con el pijama y el karategi de equipaje, tenía claro que había que seguir con aquello. Y lo intenté, de verdad que lo hice, pero no acabé de cuadrar en aquel lugar donde el entrenamiento estaba completamente enfocado a que dos o tres compañeros ganasen campeonatos y el resto hacíamos poco más que servir de sparrings. No me importan demasiado las metas de los profesores o del resto siempre y cuando yo siga aprendiendo y llevándome algo con cada clase, pero no fue el caso y acabé dejándolo por un gimnasio de fitness donde las patadas que dábamos eran en chandal al ritmo de Beyoncé.

Divertido, pero triste. Mucho de cada aunque lo segundo dolía al hacer balance, sobretodo en los días de resaca.

Durante dos o tres años me olvidé de katas, técnicas, combates y sudores de interior. El karategi pasó a formar parte de mi vida anterior, los cinturones se perdieron en algún trastero entre Zalla y Bilbao, al lado de los tebeos de Mortadelo y las cintas de música TDK de 90.

Luego fue la vida y mira por donde que quiso no quererme, así que me tuve que alquilar otra en otro lugar. Poco tiene el azar que ver con que fuese Tokyo aunque hubo mucho de suerte en que pudiese mudarme aquí. Hubo mucho que solucionar antes de que pudiese volver a pisar un dojo de nuevo y pasaron algunos meses que me hicieron pensar en que poco sentido tendría presentarme en la casa de la figura viva más representativa del arte de la mano vacía, con mi cinturón que era negro sólo por fuera pero repleto de recuerdos olvidados por dentro.

Empecé de nuevo, casi a la vez que a probarme la nueva vida que me había comprado unos meses atrás, y me vi rodeado de japoneses en el dojo de Kugahara con un pantalón de chandal gris y una camiseta de manga corta tratando de destacar menos del 90%.

A fuerza de hostias, desengaños, sudores y mi orgullo por bandera, decidí examinarme y me dieron el cinturón marrón aunque no tuviese ningún carnet detrás. Mi karate eran las patadas mil veces repetidas con Jose con una mano en la barra, los katas aprendidos de Dani que siempre nos llevaba dos por delante al resto, los combates con Carlos a punto de atravesar el cristal de la puerta de la entrada con la espalda… toda una mezcla de estilos y maneras de entender, o liar, lo mismo. Y puliendo más las entendederas que los músculos, conseguí el cinturón negro. Lo celebré en la soledad de mi habitación desahogándome con lágrimas de rabia y alivio, dos a una hasta mil. Ya me iba tocando a mi ser el que mirase por encima del hombro a las horas.

Hoy con una vida asentada y las cosas más cerca de por donde creo que deberían andar, siento, digo… grito que me siento orgulloso de haber conseguido el segundo dan. De haberlo hecho el día de Navidad, vestido con el karategi que me regalaron los AMIGOS que me acompañan en esta etapa de mi vida.

De que haya sido Suzuki Sensei el que me hiciese seguir órdenes, bajo la atenta mirada de Hirokazu Kanazawa, haciendo lo que venía preparando desde antes de verano, desde muchos veranos antes en realidad: movimientos que el cuerpo recuerda más que la mente de tanto desgastar músculos, gritos de perseverancia y tesón, saltos de querer volar, reverencias de gratitud sin límite, de osada y desafiante humildad.

Al saber el resultado, una niña lloró dando las gracias entre sollozos, otro bajó la cabeza y lo hizo de rabia, hubo uno que no pudo evitar un grito de alegría apenas ahogado entre nuestros aplausos.

Yo callé, y no fue hasta que Kanazawa Kancho me felicitó con un apretón de manos que empecé a creer que me había empezado a ganar estar allí.

Otra Navidad

El año que más mentira me parece que sea Navidad, quizás porque no se parece en nada a ninguna de las anteriores. Para bien y para mal.

Para bien porque no estoy solo, creo que casi no lo he estado desde que llegué aún sintiéndome así muchas veces porque poco tardaron en adoptarme. Y últimamente no me siento así casi nunca, a pesar del frío.

Para mal porque mi familia está lejos y sólo conozco a mi sobrina de dos años por pixeles que a veces vienen en colores a enseñarme a quien se parece, y otras en forma de letras que su padre junta para contarme cosas de ella que me suenan a cuento, a fábula que odio no estar viviendo.

Para bien porque aquí la vida no se para, y el día de Navidad tengo el examen de segundo dan de Karate con Hirokazu Kanazawa lo que hará que si apruebo, sea, como poco, el día de Navidad más especial y original de mi vida.

Para mal porque nochebuena no se sentirá como tal, ni yo aquí, ni mi familia allí. Y ya van tres.

Para bien porque tengo la agenda llena de noches a compartir con gente de aquí a año nuevo, todas las noches con personas distintas, todos amigos de los de llamar amigo.

Para mal porque no hay paga extra, ni chocolate con churros, ni turrón de Suchard.

Para bien porque tengo con quien comerme las uvas una a una, mano a mano hasta doce, beso a beso hasta mil.

Para mal porque no podré quitárselas a Javi mientras se las come él y me perderé sus carcajadas.

Para bien porque estoy feliz, porque quiero a los míos más que nunca a pesar de la distancia y ya hay planes para volver a verles, porque me salen los sueños y la mayoría de las veces siento que estoy jugando a vivir meciéndome por los meses, riéndome con cada hora.

Para mal porque tardaré un poco más en conocer a Beñat y me pasaré otro año sin volver a ver tantas caras que querría ver, tantas… que sería de mal gusto nombrar sólo algunas.

Para bien porque yo venía a escribir sólo un párrafo para enseñar un vídeo que grabé sobre un espectáculo de luces y música que tienen aquí montado, y me ha salido todo esto que ya el vídeo da igual.

Para mejor porque no se me ocurren más para males.

Frases de oficina

Una nueva vida, ya enrutinada pero distinta cada vez, mucha gente nueva a la que pillarle el sonsonete cada día. Encuentros fortuitos, o de los otros, ¿cómo distinguirlos con sólo dos meses?, si apenas me sé ningún nombre más allá de un par de mesas desde la mía.

Primeras frases compartidas con el nuevo que inician la imparable e inevitable cadena de forjar primeras impresiones que le acompañarán a uno hasta mucho tiempo después sin que importe lo acertadas que seguramente no serán.

Uno hace lo que puede por mantener alto el listón. Al fin y al cabo, es todo un arte ostentar el cargo de farolo sin que se le despeine a uno la dignidad.

– Okar
– Jaja, no, no, Oskar, como los de Hollywood
– Orkas
– Oskar, con S después de la O y acabando en R

– ¿Tu mujer es japonesa, verdad?
– ¿Mujer? no no, si yo no estoy casado, ¿tan mayor me ves?
– Pues mujer no tendrás -de repente se pone muy seria-, pero novia tienes que tener seguro. ¿Es americana o española?
– No, es japonesa, pero tengo desde hace cuatro días, no te creas.
Yappari, ya sabía yo. ¿Y porque no te has casado todavía? ¿tienes muchas novias más y no sabes con cual?
– Ehh, pues claro que no, no no, que voy a tener!
– Hai hai

– Osukal
– Casi! sólo que al final es una R. Oskarrr, aunque tampoco importa! RRRR
– RLLLLLL

– Estamos aquí comentando en el equipo… ¿tu eres vasco, no?, vamos que tu no eres Español
– Jodé, ¿hasta aquí va a llegar la gaita?
– Porque Bilbao es España, pero tu no crees que lo sea, ¿no?
– Pues mira, yo nací allí pero mis padres son de Extremadura, el sur de España, así que fíjate tu lo que me importa a mi toda esta historia
– ¿Esto no es como lo de Irlanda?
– Jodé macho, ¿y si nos ponemos con el API de Google Maps?
– Ya sabía yo que tenía razón y tu no eras de España
– Ala pues

– Muzukashii naaaa.
– Ah ya sé, mira, aquí en la tarjeta del banco lo pone en Katakana
– OSUKARU DIASU TOSUKA-NO. O-SU-KA-RU… Osukaru, Osskarr
– Así!! esa última ha sonado muy bien! pero no te preocupes mucho que no importa, eh?
– ¿Pero que es TOSUKA-NO? ¿porqué tienes tres nombres?
– …

– Mesa, silla, cuchara, reloj -en perfecto castellano me dice palabras uno de los compañeros filipinos
– Jodo! ¿pero tu me entiendes cuando hablo?
– No, pero hay muchas palabras que decimos igual, seguro que mi abuelo era pariente de tu abuelo o algo así.
– Vaya historia, que curioso
– Camiseta, Zapatos, Cabrón, Puta
– Jajaja, también te sabes las palabras útiles, ¿eh?
– ¿Cómo se dice tetas? -entiéndase que lo pregunta en inglés
– Pues tetas
– ¿Y tetas grandes?
– Tetas grandes
– «Tetas grandes» «tetas grandes» -y se pira corriendo a contárselo al otro compañero filipino descojonándose por el camino

– Díaz es por parte de mi padre y Toscano por parte de mi madre, en España es así la cosa
– ¿Y para que quieres dos family names?
– No es que los quiera, pero la verdad es que me gustan los dos, es como un poco más de identidad que sólo nombre y apellido, ¿no?, no sé
– ¿Pero Toscano no es italiano? ah vale! tu naciste en Italia y te fuiste a España después.
– …

– Hola buenos dias chingado -me dice el chico alto de Oregon en castellano con acento de México
– Jaja, ¿y eso?, empezamos bien tu y yo
– Hijo de la chingada, cabrón, mi casa tu casa
– No si al final la vamos a tener tu y yo
– Eso es todo lo que sé de español, ahora que estás tu aquí lo mismo me pongo a estudiar otra vez
– Pues ándale

– Tío te vistes que parece que vas a una cena de gala
– Jodo! ¿por llevar camisa?
– Camisa y zapatos, aquí ya sabes que no hace falta ir elegante, ¿no?, que puedes llevar vaqueros
– Si si, ya veo, pero la verdad es que tengo ropa «de oficina» que prefiero ponerme entre semana porque de la otra no tengo tanta, y ahora en invierno con camisa se está mejor
– Ah, ya veo, ya -y se marcha a su sitio. Cada día al entrar me hace un análisis de arriba a abajo y no digo yo que no tenga un RopaOskar.xls creado en su ordenador.

– ¿Qué tal tu primer mes en la ofi? ¿te vas acostumbrando?
– Es muy raro todo, desde levantarme por la mañana pronto, coger el tren lleno de gente… pero me estoy acostumbrando muy rápido
– Ah que tu trabajabas desde casa antes, es verdad, para la empresa de Irlanda, ¿no?
– Jodo, ¿y tu como sabes eso?
– Err, bueno, yo, es que, me tengo que ir que he medio quedao -y así me di cuenta que mi curriculum lo había leído hasta el conserje

– Mi madre y el padre de mi madre tenían el apellido Toscano, y por eso lo tengo yo, pero que se sepa no somos de Italia, aunque vete a saber.
– ¿Pero con tanto nombre, cómo te tenemos que llamar entonces?
– Lo normal siempre es llamar a la persona por el nombre propio, vamos, Oskar
– Okar
– Eso! Okar!

El día que Obama me jodió la marrana

Parto de la base de que seguramente no me creerá nadie, pero hace unos cuantos domingos vi a Obama, el de verdad, el de las Américas, el del hai dekiru.

El caso es que nos fuimos a Kamakura porque se nos había antojado ir al Hasedera, y cuando llegamos a la estación de Hase había montado allí un cristo que el Daibutsu tiritaba. Estaba todo lleno de policías, que no te dejaban pasar prácticamente por ningún lado, yo no he visto tanto policía junto en mi vida, que además no daban abasto con lo del APEC ese que hubo en Yokohama y habían venido grupos desde Kyoto y toda la pesca.

Tenían Kamakura sitiado, partido en dos, la parte de los templos y el Daibutsu por un lado y el resto por el otro. Llamaré Kama a la primera parte y Kura a la segunda siguiendo mi reconocido instinto gramáticodivisor. Total, que en Kura pa ver no hay nada, las cuatro casas donde estaban los vecinos acojonados por ver a tanta gente junta por los alrededores y un restaurante de curry petado hasta las trancas. Haciéndose la Kama estaba Obama (poroporoporoporo-chanchán!, redoble de tambores!!, festival del humor!!, llevaba preparándola todo el párrafo!!, tintirutin chim-pón!).

Como aquello no se movía, nos piramos pa la playa para darnos por lo menos un paseíco viendo la mar salada, pero mira tu que nos la tenían cerrada también!!! No we can’t!!

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Ya decidimos quedarnos para ver si le veíamos, y cuando estaba llegando grabé este vídeo donde NO se le ve, pero casi. Yo si le vi, lo juro, pasó en el segundo cochazo negro ese y estaba mirando a la gente sonriendo, no saludaba ni ná. No perdáis tímpano a la voz de gilipollas que me sale cuando le veo, es gratis:

Después el tío se piró y vimos por la tele al Daibutsu y a él mano a mano, anda que no. Ahora que por lo menos no nos chustó el domingo del todo porque nos cascamos una comilona chata…

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OJO! REGULERO PART ALERT!!
:regulero:

Ahí va un vídeo que ha hecho otro metiendo mil horas y yo enchufo en 2 segundos. Es la crónica de la visita, tiene huevos que se zampó un helado de té verde (matchá en japonés) y ahora le han cambiado el nombre y lo venden como Obamachá!

Un domingo de Kendo

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Me gusta ver que hacen otros que están en situaciones parecidas a mí, curiosear a que se dedican cuando no están currelando… lo que les gusta o deja de gustar, los sitios a donde van… Así saco mis conclusiones, por ejemplo podría decir que la mayoría de los que estamos aquí somos aficionados a la fotografía y más o menos todos tenemos una cámara que no es de las chiquiticas y nos gusta salir por ahí a sacarle los colores saturados a los Tokyos. Cuando digo los que estamos aquí no me refiero a todos los extranjeros del mundo, sino a los que me pillan cerca: amigos y conocidos, del resto ni idea.

El caso es que me ha dado por pensar que resulta curioso que estando donde estamos, sólo un ínfimo porcentaje de los que me rodean se interesan o hacen algo relacionado con la cultura de este país más allá de conocer todos los bares que se pueda (noble y nunca bien ponderado arte, por cierto). Quitando a los tres o cuatro extranjeros que van conmigo a Karate, está David que practica Taiko y toca la flauta Shinobue más bien que bien hasta donde yo he podido escuchar, después estaba el americano de mi anterior empresa que hacía Judo en el famoso Kodokan de Tokyo y Jorge con el que me juntaba yo para ir al Yosakoi. Hasta donde puedo recordar ahora mismo, no hay más que rascar.

Esto no es bueno ni malo, que allá cuidaos cada uno con su vida, ojo no nos equivoquemos que a mí me da igual lo que haga cada uno o deje de hacer. Es más, seguramente si nos ponemos en el caso contrario, no creo yo que todos los japoneses que fuesen a Bilbao se pusiesen a aprender el aurresku, esto va más dentro de los intereses, aficiones o ganas que tenga cada uno de hacer cosas nuevas (aunque mi profesora japonesa iba al Euskaltegi a aprender Euskera con dos tamagos).

Total, que me enrollo, hay que ver lo chapas que me vuelvo con los años… a lo que voy es que es cierto que cuesta acceder de alguna manera a estos mundos, que hay barreras que superar empezando por el idioma y acabando por la vergüenza o miedo que le dé a cada uno ponerse a hacer algo nuevo codo propio con codo ajeno. Así que me alegré muchísimo cuando Guille dijo que se había apuntado a Kendo, de alguna manera sabía que iba a tener oportunidades para ver un poco más en profundidad cómo se practica en Tokyo una de las actividades japonesas más tradicionales.

Y aunque siempre iba dejando lo de ir a verle, que mejor que su examen de cinturón negro para aprovechar y tratar siquiera de intuir de que va eso de las armaduras y las espadas de bambú.

Veo normas de cortesía, saludos, rituales antes, durante y después de cada combate. Mucho y nada que ver con Karate. Escucho gritos, algunos fingidos y otros tan de verdad que parecen multiplicar la dureza de la espada de madera empequeñeciendo al adversario, a los jueces, al mundo.

Me veo dentro de una película con Guillermo de protagonista, único extranjero, aire humilde pero valiente, nervioso a ratos, semblante amable desde el minuto uno en que le conocí, el día que le vea enfadado temblaré porque se acabará el mundo o se caerá la luna.

Por el número adivinamos que le toca salir, pero no sabemos muy bien quien es… Nerea mira los pies porque dice que se los conoce y cuando le identifica a ese es al que seguimos. Yo no las tengo todas conmigo, pero en cuanto suelta su primer grito, se me quitan las dudas. Que fácil parece y todo lo que habrá tenido que sufrir para estar donde está, rodeado de los que está, siendo quien es.

Con dos cojones, y hay tristes que dirán que es suerte.

Acaban los dos combates y yo no sé si habrá aprobado o no, pero me ha encantado. Le he visto ágil, fuerte, asentado… parecía saber lo que se hacía y aunque se ha llevado más de un golpe, también ha repartido lo suyo. No le haremos enfadar cuando lleve paraguas.

Viene un rato, poco, nos dice que lo ha hecho bien, que está contento, que esa parte la ha pasado, pero que le quedan katas. En mi mente de karateka visualizo a alguien en el medio atrayendo todas las miradas hacia una serie de movimientos aprendidos y repetidos, supongo que con una espada. Pero no, los katas de Kendo son por parejas, uno ataca, el otro defiende y contraataca, como lo nuestro de kumite, quizás puntuando lo mismo: técnica, sensación final…

Vuelve a salir y casi no me da tiempo a grabarle, la cámara hace rato que dice que no puede más pero consigo exprimirle un par de minutos a la batería. Esta vez tengo claro quien es, porque sin nada cubriéndole la cabeza anda que no destaca.

Ha aprobado, eso nos parecía a todos, pero está bien saberlo oficialmente porque ninguno de los que estábamos allí entendíamos mucho. Toca celebrarlo y ver las fotos y los vídeos con calma, y felicitarle muchas veces para que siga motivado, no lo deje nunca y me siga invitando a verle. Las cervezas aparecerán solas en la mesa, como siempre pasa con este hombre.

¡Enhorabuena de nuevo, campeón!