Archivo por meses: agosto 2010

Fujivideo

El suelo era como las minas de las películas, pero al aire libre y sin vagonetas ni railes. Si hubo algún diamante, yo sólo vi su reflejo.

El cielo lo pintó un niño con ceras azul marino que extendió con las yemas de sus dedos hasta dividir cualquier tono original en miles de ellos en un orden que sólo tiene sentido en su cabecita. Diría que hasta usó la uña del dedo meñique a veces para que hubiese alguna estrella.

Las nubes eran un vestido de novia blanco y gris que la montaña se puso esa noche más arriba de lo normal para que se le viesen bien las piernas. Un vestido tan largo que se arrastraba hasta donde se mira y ya no se ve.

El sol era un ovillo de lana de color mentira que pendía de un hilo del que alguien tiraba hacia arriba a velocidad paciente hasta depositarlo en el regazo de la novia que lo retuvo sólo un instante para después lanzarlo lo más alto que pudo. Bien arriba ahora que hace calor y tiene el ánimo y la fuerza de mandarlo tan allá que todavía tarda más de una docena de horas en caer.

Y nosotros éramos tan pequeños…

pero tan pequeños…

El Hachiko ese

El fin de semana nos fuimos a hacer una ruta de peregrinaje para celebrar el cumpleaños de una amiga. Original si que fue la cosa, porque nos pillamos un bus y aparecimos en Osaka donde después de un par de trenes, nos liamos a andar más de veinte kilómetros entre montañas hasta llegar a un complejo de templos precioso. Esto ya irá con calma, ya…

Total, que la ruta empezaba en un templo, y allí había un monje muy majete que nos empezó a contar historias del lugar. Resulta que tenían una estatua de un perro, y nos empezó a hablar de él. Por lo visto, el perro éste acompañaba a los peregrinos veintipico kilómetros montaña arriba enseñándoles el camino y cuando llegaban a su destino, se volvía para atrás él sólo. No me cosqué de mucho más y aunque nos dijo el nombre, «Gonchan», no he sido capaz de encontrar la historia para contarla aquí en condiciones, seguramente el nombre lo pillé mal porque decía que había ido hasta la NHK a grabar y a interesarse por ello y tal.

Actualización: ya he encontrado la historia, efectivamente es como dijo el monje, sólo que nadie sabe muy bien de donde salió el perro, y que el dueño del templo en aquel entonces no quería saber nada de él. Pero con el paso del tiempo como vio que era de utilidad para los peregrinos que lo agradecían, pues le acabó pillando cariño y lo adoptó. Me acabo de dar cuenta de que Héctor también ha contado su versión en Kirai, jajaja, mola!

Lo gracioso del asunto fue que empezó a poner a parir «al Hachiko ese tan famoso que tiene películas» . Decía que la gente en realidad estaba hasta los huevos de que estuviese todo el día en Shibuya, porque dejaba los alrededores de la estación llenos de premios perrunos, que aquello olía muy mal, y que había gente que intentaba echar al perro de allí porque no había cristiano, budista ni shintoista converso que aguantase el tinglao que tenía montao. El señor era muy majo, y sin saber si fue verdad lo que hizo uno u otro can, estuvo graciosísimo que nos contase la historia del «suyo» en plan rivalidad comparándolo con el perro aquél tan famoso de los Tokyos que no tenía tanto mérito porque casi ni kilómetros se hacía, que el suyo si que era un héroe y que por lo menos sabía donde ir a hacer sus cosas sin molestar a nadie, «¡que a Shibuya no había quien se acercase!»

Fuji: cima, bajada y cierre

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Allí estaba el grupo dividido, unos por un lado, otros por otro y yo en medio de un acantilado sin saber si aplaudirle o hacerle la ola al cielo. La parte izquierda la tenía vetada a la vista porque al sol no parecía hacerle mucha gracia que estuviésemos tan cerca, los pies no encontraban terreno por el que seguir por la derecha y enfrente, así que sólo quedaba darse la vuelta y deshacer eso de saltar y trepar para volver a buscar a los demás.

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En el Fuji hay cobertura, el teléfono funciona durante prácticamente todo el camino, menos en la cima donde quizás nos juntamos demasiada gente para el invento que sea que tengan allí montado, pero hubo la suficiente como para coger una llamada de Antonio que me decía donde estaban ellos, y para allí que me fui. Por el camino me di cuenta que había excursiones organizadas cuyos guías estaban llamando a la gente por un megáfono, y éstos se iban apelotonando aquí y allá: los del autobus de Nagoya por favor, los de Nagoya… pensé en el agobio que tenía que ser no poder degustar a gusto semejante paisaje.

Me costaba reencontrarme con ellos entre tanta gente, así que decidí quedarme quieto al lado del cráter, porque el Fuji tiene un agujero ahí arriba como debe ser. Kanae, una amiga que no ha estado nunca, se moría de risa cuando le decía que tenía que haber un agujero, pues aquí está la foto que lo demuestra… todo el mundo sabe que los volcanes, como los donuts, tienen que tener un agujero!! Kanae ahí lo llevas, chata!

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Les vi a contraluz, tal cual se ve en esta foto que saqué nada más reconocerles… una imagen que incluso ahora me alivia ver porque empezaba a pensar que me iba a tocar volver sólo un buen cacho del camino hasta que funcionase la cobertura del móvil otra vez.

Nos sentamos al lado de una caseta hecha de piedras que no consiguió resguardarnos del frío, y nos pusimos a comer algo. Yo saqué unos onigiris caseros que me había currado la tarde anterior, pero no llegaron en condiciones… tenían unas babas a lo natto muy sospechosas, aquello estaba medio podrido fijo!!! aún así nos comimos algunos y eso que el arroz se te quedaba ahí pegao entre los dedos, jajaja, buagh!.

El frío pelaba y mondaba. La cosa se puso seria cuando echando una meada a una pared, el tinglao se me había convertido en un dedo meñique, así que nos fuimos en busca de refugio. Allí arribotas tienen un chiringuito donde te venden recuerdos y sopicas calientes a precio de oro. Nos hicimos fuertes en una esquinilla y nos quedamos medio sobaos al lado de Hiro Nakamura.

La leyenda es cierta: en el Fuji hay una oficina de correos donde puedes comprar una postal y enviarla, pero claro hay que hacer cola y nosotros estábamos muertos. Aunque no todos, que Cristina y Antonio si que se pusieron a esperar, la verdad es que ahora me arrepiento de no haber enviado alguna que otra, aunque sea a mí mismo a casa para tener de recuerdo.

Cuando ya entramos un poco en calor, que donde da el solete no hace rasca, sacamos la botella de whisky y los redbules que habíamos comprado la noche anterior y allí nos hicimos un botellón que debía ser como Dios manda, porque estábamos más cerca de él que nunca y no protestó. Hasta se apuntaron los que teníamos al lado.

Después foto de rigor a lo certificado oficial…

Y como Rocco Sigfredi dijo que todo lo que sube tiene que bajar, y al tito Rofre yo no le llevo la contraria, pues para abajo…

¡Dos horas mis huevos morenos! ¡¡tardamos el doble por lo menos!!. Aunque el camino empezó bien porque las vistas en versión de día eran preciosas, la verdad es que acabamos exhaustos de tanto bajar y bajar con tantísima gente de por medio por cuestas que resbalaban y no acababan nunca. Además entre que te pega el sol todo el rato y que se va levantando polvo… madre mía, que cosa más cansina fue, ¡¡si hasta tenía mocos negros!!

Nos pareció curioso que había mucha gente subiendo de día, lo que hacía que tuviésemos que esperar un poco más para bajar. Si subirlo de noche fue duro, de día con el sol tiene que ser tremendo. Aunque claro, si venimos tan bien equipados como aquí Matías, lo mismo no es tanto:

Hasta los huevos de bajar y aquello no acababa nunca. Desde que veías una estación hasta que llegabas pasaba una hora. Alguna gente se metía chutes de oxígeno de esos que te venden en las tiendas de abajo, pero aunque si que es verdad que costaba respirar un poquillo, yo no creo que sea necesario:

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Paradica de vez en cuando a echar un trago, aligerar ropa, embadurnarse de crema, hacer amigos… la mayoría de las fotos de gente son de Antonio que a mi me sigue dando palo enchufarles la cámara en toa la jeta:

Y bajar y más bajar… aquello era la bajada eterna, The Eternal Bajator… madre del amor hermoso… Mother Of The Beautiful Love, no me volveré a reír de Frodo nunca más en mi vida, I won’t laugh.. etc, etc..

Finalmente llegamos al de tres días y medio, nos pusimos en la cola del autobus y morimos la mitad, la otra mitad nos la guardamos para morirla dentro del autobus. Llegamos al coche, por fin, y ya nos dirigimos al onsen que teníamos planeado. He de reconocer que valió la pena todo lo que tardamos en llegar con atascos y mil vueltas, porque el rato que nos tiramos dentro cociéndonos nos quitó las agujetas antes de tenerlas, después de tanta paliza nos vino genial estar ahí metidos.

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A partir de ahí fue la odisea padre: teníamos que estar en Tokyo a una hora para devolver el coche que ya no llegábamos ni de coña, así que llamamos para ver si se podía entregar más tarde y lo cambiamos a las 8 pagando sólo el tiempo de más. De repente en la autopista ponía que había habido un accidente y que en menos de 4 horas no se llegaba a Tokyo, así que volvimos a llamar y lo más tarde que se podía entregar el coche era a las 10 porque si no teníamos que pagar un día entero más. También nos dijeron que podía ser en cualquier establecimiento de Toyota de Tokyo, que no tenía porque ser el mismo donde lo pilló Jairo. Eso fue la ostia, venga a buscar por el GPS y por el mapa, que si carreteras secundarias, que si el más cercano está en no se donde… na, imposible, había atascos por todos los lados aunque no nos rendimos hasta el último momento!!! Jack Bauer nunca lo habría hecho!!!

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Pero seguíamos contrarreloj ya no por devolver el coche, sino porque la peña cogiese el último tren para poder llegar a sus casas, que no todos vivimos cerca de Shibuya… al final la prueba se superó, pagando un día más de alquiler del coche y haciéndole a Alberto andar un rato largo más hasta su casa. Yo os juro que llegué a casa y mientras me estaba duchando apoyé un poco la cabeza contra la pared y me quedé dormido.

Mereció la pena, sin duda… pero:

– No se tarda lo que pone en las guías, se tarda el doble por la gente que hay. Es realmente desesperante: al cansancio y al frío físicos hay que añadirle el factor psicológico de estar tres o cuatro horas seguidas avanzando a paso de tortuga. Y tuvimos suerte de que el tiempo fue excelente, no me imagino aquello lloviendo.

– La bajada es criminal, no se acaba nunca, y hay que tener en cuenta que se hace después de no haber dormido en toda la noche, es más: de no haber dormido y haber estado haciendo ejercicio físico intenso. El cuerpo está destrozado, literalmente. Insisto en que el factor psicológico de tener que pararte y no poder avanzar a un ritmo más o menos constante, hace mella.

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Y ahora los ikuconsejos:

– Hace frío pero no es exagerado. Yo aconsejo llevar: un par de camisetas de manga corta que cambiarse a mitad de camino, una de manga larga, un jersey, una chamarra, guantes y gorro de lana. No acabaréis con todo puesto hasta estar casi en la cima, pero no os sobrará tampoco. Más ropa tampoco hace falta, ah y yo subi con las Nike de correr y divinamente.

– El palo es requisito, comprad un palo en la quinta estación porque sin él costaría el triple subir. Hay cachos en que la pendiente es flipante.

– No os salgáis del camino, y menos si subis de noche, parece que puedes ir pero la lías parda soltando piedras encima de la gente

– No hace falta llevarse un montón de comida ni un montón de agua, yo pondría tres o cuatro onigiris y una botella de dos litros. Si luego tenéis sed, siempre se pueden echar mano de las máquinas expendedoras, aunque te metan una hostia chata

– La linterna os vendrá bien, pero si se os olvida tampoco pasa nada, ya digo que se sube en manada

– El móvil funciona, llevadlo

– Si la cosa se pone turbia, en las estaciones de arriba te dan ramen y sopa caliente, así que llevad dinero. Estáis cubiertos en todo momento siempre y cuando haya chines.

– Protector solar y de labios para la bajada con el solaco, gafas de sol para ver el amanecer en condiciones.

– No hace falta una preparación física del copón, aunque parezca mentira que lo ponga después de todo lo que me estoy quejando. Cualquiera lo puede hacer a su ritmo, nosotros íbamos tarde y subimos a toda hostia, y a la bajada no nos paramos casi nada. Si vas con calma, cualquiera puede.

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Y esto es todo, creo…

Sin ninguna duda, y a pesar de los pesares, ha sido de las mejores experiencias de toda mi vida… la subida por la noche, estar por encima de las nubes, la mentira del sol saliendo… me encantaría volver a ver ese amanecer, pero no a costa de volver a pagar el mismo precio. Atesoraré las fotos como se merecen, porque una y no más, Santo Tomás.

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Ah, y sobretodo y siempre: eternamente agradecido a la compañía, todo un gustazo haber compartido semejante experiencia con Jairo, Alberto, Alain, Mayo, Cristina y Antonio…

いろいろありがとう!
:ungusto:

El idioma de los sueños

– ¿En qué sueñas? -me preguntó una amiga de Kobe que se vino a vivir a Tokyo no hace mucho- hablas español, inglés y japonés, ¿en qué idioma sueñas?

– Anda… pues no lo había pensado, digo yo que dependerá del sueño, aunque la mayoría de las veces no sueño, o sueño que duermo que para el caso es lo mismo. Pero creo que en mi idioma, porque mi familia siempre suele aparecerse y ellos no saben otro.

– ¿Y pensar? ¿aunque estés hablando en inglés, también piensas en castellano?

– Anda, pues no, la verdad es que si llevo tiempo hablando en inglés, pongamos que un día entero en el trabajo por ejemplo, parece que a uno se le hace más fácil hacer todo en el mismo idioma y la mayor parte de lo que digo lo traigo pensado ya en inglés. También creo que como me cuesta más hablar en otros idiomas, pues como que me preparo las frases por dentro para que suenen naturales. Una cosa curiosa es que en casa todo lo que tiene que ver con trabajo lo hago en inglés, incluso cuando escribo cosas por hacer en la agenda y así, ni idea de porqué…

– ¿Y el sexo? si estuvieses con una japonesa, ¿en qué idioma te manejarías para decir guarradas?

– Hombreeeee, eso no te lo voy a contar, ¡¡esas cosas hay que averiguarlas!!

– Jajaja, touché!

Fuji – la subida

Dicen por estos lares…

Hay dos tipos de necios: los que nunca han subido al Fuji y los que lo han hecho más de una vez

Si un elefante tuviese manos y pudiese cerrarlas, el puño resultante no se acercaría ni a la mitad de como de verdad es semejante dicho. Es EL REFRÁN. Me inclino ante el maese dichedor de dichos que fijo que lo soltó cuando iba por la mitad de la bajada, no como nosotros que sólo soltábamos juramentos in hebrew.

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En fin, es de tipos ordenados como yo empezar las cosas por el empiece del principio ese que queda al otro lado de cuando acaba el final, y el caso es que nuestra hazaña comienza el sábado a eso de las cinco y media cuando nos juntamos los siete magníficos en Shibuya: Alan, Mayo, Jairo, Alberto, Cristina, Antonio y el mozo que les escribe. Jairo había alquilado un coche que llevábamos hasta los topes de mochilacas, y a eso de las seis pillamos el carril Fuji del que no nos salimos nada más que para enchufarnos un ofuro de ramen y comprar churrizurpias para el camino.

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Coinciden todos los que han subido alguna vez en lo que te cuentan: hace un frío que pela así que vete abrigado, lleva linterna si subes por la noche y luego a la bajada te pega todo el sol de frente, así que llévate protector solar a cholón. Yo cumplí y añadí al kit el Aquarius de los de Bilbao:

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Alain se estuvo informando y decidimos empezar por la ruta menos concurrida de las dos más típicas, la de Fujinomiya, así que todo era cuestión de llegar hasta la quinta estación, aparcar el coche y tirar para el monte hecho a sí mismo a fuerza de echarle lavas al asunto. Pero resulta que a mitad de la subida con el coche nos para un señor guarda de la porra y nos dice que no se puede subir, que taxi o bus. Pues nada, marcha atrás y a la especie de área de servicio que había más abajo donde nos dio tiempo de milagro y de chiripa mitad y mitad, a pillar el último autobus que subía… menos mal porque después sólo se podría haber ido en taxi cuya factura habría sido chata como poco.

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Si a alguno le da por hacer esta misma ruta, en la página oficial cuentan toda la copla en condiciones.

Total, pagamos algo así como 1500 yenes por billete de ida y vuelta, y a eso de las diez y media de la noche ya estábamos subiendo con unos palos que compramos por mil y algo yenes allí mismo.

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Yo diré que empezamos muy contentos, que la siguiente estación no tardó demasiado en aparecer, que aunque había bastante gente, al principio se iba a gusto, y que aunque hacia bastante más fresquito que en Tokyo, se podía subir perfectamente en camiseta de manga corta. El Fuji por dentro empieza como un monte más, pero con arbustillos en vez de árboles que van desapareciendo a medida que asciendes. La tierra es negra y roja, y está todo lleno de rocas de todos los tamaños, de las porosas de esas volcánicas que resbalan como la madre que las parió, sobretodo al bajar. No sé en la otra ruta, pero en esta no hay más, es decir, no esperéis templicos como en el Takaosan, ni ningún adorno más allá de un par de puertas toriis: tierra, rocas y la cuerda atada a los palos que te indican el camino.

Supongo que esto ya se sabe, pero por si acaso lo pongo aquí: se sube de noche porque la intención es llegar a la cima para ver amanecer desde allí. Lo de subir al monte por la noche rodeado de gente es toda una experiencia: como casi todo el mundo lleva linternas de esas de poner en la cabeza, el camino está marcado por un reguero de lucecicas que nunca dejas de ver hasta que llegas a la cima. Mires para arriba o mires para abajo resulta que formas parte del espagueti de cabeluces que indica el camino en medio de la oscuridad, es como el pelotón bajando Covadonga pero de noche y con linternas.

En el momento que has dejado alguna estación atrás y te paras a descansar, te das cuenta de repente de que hace frío. Si, frío, esa sensación totalmente opuesta al verano de Tokyo de hace un rato. Y es que sudas, empapas la camiseta y la noche y la altitud ya hacen el resto. Lo suyo aquí es traerse no sólo ropa de abrigo que ponerse encima, sino también camisetas de repuesto que sustituyan a las que están empapadas. De paso, aprovechábamos en cada descanso para comer frutos secos y echar unos tragos de agua o Aquarius (de Bilbao o de fuera). Hay máquinas expendedoras, pero a unos precios que Buda tirita. Todos nos quejamos, pero es normal a nada que pensemos en lo que tiene que costar el invento que tengan para la electricidad y subir a reponerlas estando donde estamos. Entrar al baño tampoco es gratis: doscientos yenes por órgano megitorio. Si uno quiere, en las estaciones te ponen por cien yenes un sello en el palo, pero pasando que es pasundio y bastante tarde íbamos como para perder más tiempo.

Y uno sube y sube, y cuanto más subes, más gente hay hasta que llega el momento, bastante pronto además, en que vas haciendo cola detrás de millones de personas que van en filas de dos o tres como mucho, sin aprovechar lo ancho del camino. Vas entre rocas, así que no es como los montes a los que nosotros estamos acostumbrados, aquí hay que ir por donde te indican porque si te sales, corres el riesgo de provocar que caigan piedras liándola bastante parda. Esto lo aprendí yo de primera mano, porque me dio por atajar una curva y cuando me quise dar cuenta no me podía mover sin hacer que un montón de piedras cayesen encima de la gente. Menos mal que me ayudó Antonio a salir de ahí y la cosa quedó en nada, porque menudo gañán fui. Ahora creo que no fue para tanto el miedo que me entró, pero aún así ya me vale.

Seguimos subiendo, hombre tu me dirás a que hemos venido, pero como somos como somos lo hacemos entre risas, canciones y silencios hasta que alguien se gira y dice algo, miramos todos y gracias a la luna que era un chupachups de luz sin palo nos damos cuenta de que estamos por encima de las nubes. Aún siendo de noche, la inmensidad de lo que se tiene enfrente es perfectamente visible, es como ir en avión pero de pies, con linterna y sin peli en inglés.

Es la hostia.

Al cuerpo no solamente le estamos haciendo que suba por una cuesta interminable de rocas y escaleras, sino que encima le obligamos a hacerlo a la vez que le estamos robando el sueño a punta de sudor. El sopor viene de repente, es traicionero y te espera cuando esperas cola para subir un camino estrecho o cuando te sientas un momento a descansar. Te duermes, sin más, no importa que haga frío y estés en medio de subir el monte ese que aparecía en los carretes de fotos de 36 que llevábamos al viaje de estudios de octavo de EGB. La lucha ya no es contra quien sea que echa leña a los cuadriceps, sino contra los que se encargan de candar los párpados.

La parada más larga la hicimos en el torii desde el que parecía que no quedaba nada para llegar.

De alguna manera se pasa, nunca del todo, pero es como si el cuerpo supiese que no va a obtener lo que necesita porque lo que de verdad se le pide es que siga andando. Andando o esperando, porque las colas son cada vez más inverosímiles, aquello no avanza, se tarda la vida en llegar a la siguiente estación y uno se desespera viendo que hay partes del camino por las que podrían subir a la vez más de dos o tres personas. Sin embargo todos se esperan, todos van alineados. Nosotros no estamos por la labor, y vamos adelantando cuando podemos y vemos que no molestamos. No vamos dando codazos, pero tratamos de sacar provecho de aquellos lugares donde se ensancha la ruta. Alguna bronca nos llevamos cuando quizás apuramos demasiado, pero es que la luna hace tiempo que se ha ido a las rebajas de Marte, y el sol está ya estirando y calentando, o mejor dicho: estirando para calentar.

A la ensalada de emociones del último tramo solo queda echarle un par de huevos. Las estrellas se han ido a empalmar la juerga con otra noche, las nubes ya no están de luto y el sol, que resulta ser maquillador, les ha pintado una raya naranja por encima. Las piernas no pueden más, pero eso decían también hace tres horas y ya no me las creo.

Llegamos los siete, pero no a la vez, unos llegan un poco antes y otros un poco después. La cima es un telón azul marino con tintes rojizos tatuado de siluetas de personas. Yo me separo del resto, salto por aquí, trepo por allá y consigo estar sólo al lado de un acantilado y dos japoneses con gafas de sol. Saco la cámara de fotos, planto el trípode encima de una roca negra que sobresale y me dedico a tratar de captar una infinitésima parte de la que tienen ahí liada Dios, Buda, Darwin o como quiera que se llame el que firma esto:

Las nubes son esponjas que absorben todos los colores al son de la pelota de luz que las perfora allí tan cerca a lo lejos. Uno no piensa en lo efímero de la vida, o en la inmensidad del espacio en comparación con uno mismo ni gaitas parecidas. Uno no piensa y ya. Todo es emborracharse hasta la médula a base de mirar luces y colores, hasta ponerse ciego, o deslumbrado más bien.

Cuando al de un rato largo empecé otra vez a darle a las neuronas, lo primero que salió fue que nunca creí que un amanecer durase tan poco. Que el sol no está y luego está, y que lo que pasa entre medias es una mentira que nunca me habían contado.

El caso es que no sabía muy bien si estaba asistiendo al funeral del sábado o al parto del domingo, pero yo estaba allí y me lo creí. Y lo que son las cosas, cada vez que lo cuento yo ahora me da por tocarme la nariz por si crece. Y es que aunque lo vi, por más que trato de describirlo, no me lo creo ni yo.

富士山

Probablemente de las mejores experiencias de mi vida… ná, quitemos el probablemente: de las mejores experiencias que he tenido el placer de sufrir.

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Ya contaré, ya, que esto hay que escribirlo en condiciones porque probablemente no vuelva a subir al Fuji nunca más en mi vida.

Ná, sin el probablemente, yo no vuelvo a hacer esto ni jarto natto.

1 million yen man

Viernes nes, jodé como pasa el tiempo, que yo el lunes me veía los lunares de la cara y hoy parezco un gremlin con estas barbacas, que estornudo y me doy latigazos, que tengo paluegos por fuera.

En fin, hoy tenía pensado contaros que me voy a subir el Fuji mañana con unos amigos, que hemos alquilao un coche y vamos como señores hasta allí, y que después nos pondremos a cocer al baño Mariko en un onsen hasta que las ampollas dejen de parecer berberechos. Pero es que acabo de leer una noticia digna digna del post regulero, así que aquí voy y la cuento para deleite de todos aquellos lectores que sólo buscan pasar un buen rato sin más pretensiones (jajaja, os juro que he puesto hasta cara de telediario escribiendo esto).

Bueno, total, que resulta que un señor va y Semete en Osaka en un restaurante de ramen, se zampa su ramenazo sorbiendo o sin sorber que yo no estaba allí y no lo sé, y cuando va a pagar coge y le planta encima de la mesa al maese ramenero un millón de yenes en billetes y le dice «Usa esto para que los niños coman ramen» y luego coge el tío y se va por donde ha venido o no.

El dueño del restaurante lo ve menos claro que el peluquero de Iniesta, y lo primero que hace es irse a la poli con el cuento. Parece ser que por ley si en tres meses no aparece el dueño, el que se ha encontrado algo se lo queda, aunque en este caso no es que se lo haya encontrado tal cual, pero bueno. De todas maneras, el dueño del restaurante le siguió el juego al señor y empezó a ofrecer ramen gratis a los niños sin esperar a la poli. Desde el dos de agosto, bien a gusto, está ofreciendo 1.540 bañeras de ramen que valdrían 650 yenes (echad cuentas), pero ahora de gratis a niños que estén en secundaria o más pabajo.

Como tontos no somos, se ha corrido el rumor y ahora hay cola de chavalería todos los días para zamparse el bañerón, y los mozos han empezado a dejar mensajes para dar las gracias al que llaman «1 million yen man». Hay notas del estilo de «gracias señor» junto a otras que pone «pa la próxima, dame el dinero a mi».

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Lo que se sabe es que es un tipo de unos 35 con gafas (juas! ahí lo llevas Grissom!) y que llamó al día siguiente para preguntar si estaba dando de comer a los niños o que.

¿No os parece una historia maravillosa?, primero porque a un tío que tiene un montón de pasta le da por dársela a un dueño de un restaurante de barrio con la condición de que les ofrezca de comer gratis a los chavales. Segundo porque el dueño lo primero que hace es ir a la policía con el dinero. Tercero porque aunque tiene que esperar tres meses para que sea suyo, decide hacerle caso y va y se pone a ofrecer ramen gratis. Cuarto porque el señor llama al restaurante para preguntar si lo está haciendo o no.

De película, ¿o no?
:ungusto:

Fuente: Mainichi Daily News
Regulero: Cagüen, el post por definición es regulero porque me limito a copiar una historia, pero es que es tan bonicaaaaaaa

:regulero:
(un poquico asín solo)

¡¡ Buen fin de semana !!
¡Fuji, espérate que voy con la ikufuji!
:gustico:
:gambi:

Gentes

Gentes…

Si metiese mis últimos años en una coctelera y la agitase y volcase, seguramente el vaso se llenaría de retazos de gente. Personas iguales y personas distintas a mi, gente con la que he tenido la suerte, no siempre buena, de compartir tiempo y lugar. Almas que han pisado un poco más fuerte en la arena de la mía dejando marcas que se quedarán ahí hasta que algún soplo del corazón las diluya.

Uno tiene ya sus años. Eso me sonará pretencioso cuando lo lea dentro de unos años, pero es verdad que de vez en cuando parece que toca atinar a desenredar un poco el barullo que se me va acumulando de nuca para adelante. Y es que, a veces, uno siente agujetas en las pupilas de tanto ver caminar meses. Como en la canción de los Celtas, que te haces viejo de repente, aunque sin lo de las ganas de morir. Eso si que no, que pensar en morir y dejar un poco de vivir tienen más que ver de lo que parece y uno no está como para religiones ni hostias.

Supongo que cada cual llevará el paseo a su manera, el de vivir digo. A mi por el camino el corazón se me ha roto ya un par de veces, y al que tengo ahora no creo que le quede mucho de garantía, así que ando con mucho más cuidado y casi no dejo que lo toque nadie. Si acaso, de vez en cuando, lo tiendo al sol para que se tuesten un poco los amores pasados a ver si se acaban de evaporar de una vez.

También me he llevado alguna que otra hostia, de esas que duelen más cuando se recuerdan que cuando se reciben, coscorrones que me han dado amigos que eran de mentira o la vida misma que a veces le da por abrir la mano de par en par y soltarte un bofetón para que espabiles y aprendas a mirar más allá del agujero ese que queda al sur de la tripa.

Así que creo que he vivido lo mío. Ah, me sigue sonando pretencioso… a mis 33, ¿que pensará uno de 50 si me lee?.

Pero es lo que hay ahora por aquí dentro, siento que me ha pasado de todo y que uno, a su manera, lleva todos esos arañazos implícitos en los andares, en el sudor, en la forma de actuar, en el hablar.

Creo que he aprendido a apreciar lo bueno, los momentos de calidad, los que cuadran las cuentas cuando llega la noche y vuelve a importar lo que realmente importaba por la mañana, sin la falsa neblina del medio. Y suelen ser siempre compartidos con gente.

Sé que se me ha suavizado el carácter, que ya no hace falta que me esfuerce, que me conformo con los cuatro y ya me sale sólo no buscarle tres pies a los gatos. Pero también sé que la paciencia y yo hace tiempo que no nos tratamos, que no aguanto, que me voy antes que tener que quedarme, que no puedo con alguna gente, que hay que ganarse eso de dar consejos y ya no me valen ni la mitad de los que recibo. No es que me haya avinagrado con el tiempo, pero he aprendido a pintar la raya con tiza y elegir muy bien a los que dejo que estén a este lado, y al resto les ignoro con la mayor de mis sonrisas, que la franqueza esta que me ha entrado es más cosa mía y va por dentro, pero la cortesía es obligada y la sirvo con miel, que quede dulce y brille.

Mi vida creo que cada vez más y más al final se reduce a todas esas gentes, personas, almas que me rodean en lo que yo voy latiendo y respirando,

Compañeros de oxígeno, enemigos por afición, novias de internet, amigos míos que no yo de ellos y otros de verdad tan ciertos como respirar, esposas en mis sueños, amantes de ocasión, compinches de borrachera, autosabios gilipollas, cerdos con el buzón lleno de margaritas, mentirosos de verdad, ídolos en secreto, compadres de volteretas, gurús de chichinabo, acomplejados sin complejo consciente, amores patas arriba, graciosos sin puta gracia, serios hilarantes, comentaristas de los de yo nunca comento, followers que no followeo, familiares hipotecados de por vida en mis ventrículos, enamoradas sin amor, artistas en la sombra, enlazadores del menéame, vidas que jamás daré por muertas en mi memoria, amigas y amantes, amantes a las que perdí el respeto nada más quitarme el niki, camaradas de katas y patadas, corazones sin latido, sonrisas perpetuas, enlaces que no enlazo, parejas de tres conmigo, comentaristas de ocasión, adversarios dignos y rivales hijos de puta, primos adoptados, amigos con derechos por antigüedad y escalafón, conocidos que no conozco, aparentes sin apariencia, ángeles disfrazados de señora, ex-solteras amadas, japoneses que se creen americanos, confesores de mis pecados, ricos en el sentir, pobres de humildad, genios sin ego, feos de cojones, payasos sin nariz pero con corbata, hadas de incógnito, retweets lameculos, colegas de salario y pagas extra, hermanas de mentira pero de verdad, examigas de Facebook, aprovechados de mierda, replies de emails de amor, estrellas pasadas sin brillo ni hostias, envidiosos odiosos, envidiados queridos, jefes que son más amigos que jefes, aliados del pasado que están presentes, sinceros de verdad…

Ahí estáis, y no sobráis ni uno.

Un ratico enfrente…

Jodé, acabo de encontrar un paquete de pan Bimbo ahí con tres rebanadas dentro que compré hace dos meses, y el caso es que no tenían moho ¡¡¡y eso acojona!!!. Me he comido una pa probar, y sabía igual que el primer día… pero si veis que no doy señales de vida en las próximas horas, llamad a Zapater pa que venga un poco antes a Tokyo a por mi cuerpo o algo.

Weno, ¿sabes de esto que estás todo emocionao porque has tenido una idea del copón que te piensas que eres la ostia y empiezas una sección a la que luego no haces ni puto caso y se nos olvida a todos?. Pues eso, hoy he cocinao al baño María…

¡¡ Un ratico enfrente !!

¿De que va esta copla?, pues fácil fácil: planto la cámara con el trípode ese gorilero que se ajusta a cualquier lado enfrente de algún sitio con chicha y la dejo grabando así como que no es mía ni ná.

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De momento me he ido a la máquina de bebidas táctil esa que han plantao en la estación de Shinagawa y ahí me he tirao un ratico enfrente grabando las reacciones de la gente. He de decir que eso de que te pones delante y te recomienda bebidas dependiendo de la jeta que te hayas puesto esa mañana no funcionaba, lo mismo hay que ser un tipo alto o lo mismo se ha estropeao después de recomendarle a un feo, vete a saber.

Total, que ahí va el vídeo:

En el punto de mira ya tengo otros sitios fichaos pa tirarme un ratico enfrente: que si el Hachiko, que si el estudio Alta, que si la puerta un love hotel (noooo, es bromaaaaa, soy un tipo de recursos humorísticos, amigos!)

Ala pues, vamos a por el lunes lunero cascabelero!!

:gustico:

Mentalidad

A veces cuando uno va dando un paseo por los Tokyos que si voy paquí que si voy pallá, a lo mejor vas y te encuentras a gente haciendo cola para algo. Lo más normal es que haya un restaurante al otro lado del tumulto (¡¡tumulto!!, no te lo pierdas), y la mayoría de las veces es un garito pequeñito que se ha hecho famoso por alguna razón, y como en esta ciudad hay tanta peña por todos los lados, pues en cuanto se corre un poco la voz ya tenemos el dominó montado en la puerta.

El restaurante que nos ocupa ha salido en la tele más de una vez porque debe tener un ramen de chuparse los omoplatos, y por eso se hizo famosico. Yo me imagino el programa de la tele: va un famoso de los cuatro de los cardaos que salen todos los días, se sienta, lo prueba y grita umeee si es tío u oishiiiiiii si es tía poniendo caras de placer y exagerando el lío mientras kanjis de tamaño 120pt te invaden el 60% de la pantalla. El día que uno diga que lo que prueba está malo me rapo la nalga derecha, lo juro.

Pero ojo, que tiene que molar mil eso de que nada más abrir la puerta, haya peña esperando para degustar las viandas que uno tiene a bien ofrecer. Ojalá os encontrase a todos ahí esperando a que abriese la web pa pedir camisetas por las mañanas.

:gustico: del :copon:

Estamos hablando de alrededor de 100 personas esperando los fines de semana un ratazo largo: dos horas de promedio pa zamparse un ramenazo. Yo no espero ni diez minutos y ya estoy hasta los webetes, como para estar dos horas, me piro al combini y me pongo de onigiris hasta el oshiri. Así soy yo amigos! un hombre hecho a sí mismo!

Total, que se han quejado los vecinos, que dicen que se forma escandalera, que se monta circo, que hay algarabía con jaleo y trapatiesta con vocerío, que tanta peña en una acera tan pequeña es un engorro porque no dejan pasar ni ná, y que luego se queda todo el suelo lleno de colillas y porquería. Así que la poli ha ido de vez en cuando a hablar con los maeses rameneros para que hagan algo al respecto, pero como no ha habido manera de arreglar el teatro que se forma, pues la tienda ha cerrado porque dicen que lo último que quieren es molestar a los vecinos.

¿La reportera del vídeo así como pa mi? ¿no? ¿no? :secretico:

Esta forma de pensar me ha llegado al alma. Yo en mi pueblo vivía encima de dos pubs que hacían esquina y que sólo abrían los fines de semana para los gremlins del pueblo y alrededores. Los sábados sabadetes la cosa era de quedarse fliping: la música del garito, que no ponían precisamente a Bob Dylan, retumbaba las plumas del edredón de todos los vecinos (y eso que yo vivía en un segundo), casi dejas los huevos en el bol encima de la mesa y a la mañana siguiente ya están batidos pa la tortilla al ritmo de la Lady Gaga esa.

La policía no hacía nada por muchas denuncias que se pusieron, y eso por no hablar de la que se montaba en mi portal con la peña llamando a los timbres toda la noche, el cristal roto día sí y día no. También teníamos la mala suerte de que enfrente hay una hamburguesería, y a la chavalería le dio por pedirlas para llevar y sentarse en mi portal a montar allí el gazpacho (Arantxa, no me tomes a mal, las hamburguesas estaban cojonudas!!).

No voy a ser aquí un vinagres, porque yo también las lio pardas-pardaes cuando salgo por ahí y sería más hipócrita que ni sé. Es más, en mi pueblo fui uno de los «enemigos» porque curré poniendo música en uno de estos pubs durante casi un año, y por ley teníamos unos limitadores de sonido que estaban trucados y ni limitaban ni nada. También es verdad que si hacías caso a la ley y no ponías la música más alta de lo permitido, de tanta gente que había ni se oía ni ostias, parecía que no había música y en esos locales la música es el 90% del éxito.

Pero vamos, mi conclusión es: en mi edificio era imposible dormir los sábados por la noche, los domingos por la mañana mi calle era Pearl Harbour y con millones de denuncias de por medio, la cosa sigue igual, por supuesto los dueños de los garitos se descojonaban de todo. Aquí un restaurante hace que se formen colas, los vecinos se quejan, la poli habla con el dueño y él mismo decide cerrar porque lo que menos quiere es molestar a nadie.

Y va el tío y dice «tenemos que tener cuidado cuando elijamos donde vamos a poner el restaurante ahora para no molestar más».

Como diría mi ídolo Arthur: me compraría un sombrero para poder quitármelo ante usted:

:ungusto:

Fuente: Daily Yomiuri Online
Regulero: pues si, bastante regulero eso de copiar una noticia de un periódico, pero ¿que queréis?, que es agosto y al blog no entra ni Blas!!!

:regulero:

:gambi: ¡Buen fin de semana! :gambi:

Confesión

Debo reconocer que la primera vez que fui a uno de sus conciertos fue por obligación. Ella era una de las mejores amigas de mi novia; «su novio toca con ella y tiene unas pintas que te van a hacer gracia» me dijo como para convencerme, aunque yo ya sabía que iba a ir por mucha pereza que hubiese que quitar del medio porque hay obligaciones que han de ser cumplidas para que al equilibrio no le salgan heridas que se acaben infectando.

Recuerdo que nos perdimos, que llegamos con el concierto a medio empezar y que ella nos guiñó un ojo desde el escenario mientras iba por la mitad de una extraña canción más hablada que cantada al estilo de «Todos menos tú» de Sabina. No sé si fue lo íntimo del lugar, pero desde el primer momento me gustó lo cambiante de su voz, cómo conseguía sonar dulce y al minuto siguiente desgarrar dos frases en el más rudo de los japoneses, ese de las erres exageradas y los omaes.

Supongo que por aquello de la erótica del poder me empecé a enamorar de ella en secreto, me encantaba cómo cerraba sus ojos y movía la cabeza al compás de acordes donde no tocaba que estuviese su voz. Me deshacía por dentro cuando en los descansos se acercaba a nuestra mesa y nos daba las gracias por venir, y nos contaba todos los planes que íbamos a hacer juntos las dos parejas. Ella con su novio el bateria, y yo con mi novia que era una de sus mejores amigas. «Es muy buena chica, cuídala» me decía tocándome la pierna, y yo asentía con cara de embobado aunque ninguna de las dos sabía por quién y lo cierto es que yo tampoco.

Todavía hoy, dos años después, soy capaz de recitar de memoria en japonés aquella primera canción gracias al CD que compré y escuché mil veces. Y sigo sin saber que dice. Ni me importa.

Confieso que me odiaba un poco más con cada concierto, y eso que no fueron muchos, pero sentía que me estaba engañando a mi, y que engañaba a la que dormía a mi lado, aunque nunca se me hubiese ocurrido confesar lo que era más una quimera que una oportunidad real. Sin dejar de querer a una, empezaba a querer a la otra del mismo modo y me perseguía la idea de perderlas a las dos. Era como si viese borroso. Ya no sabía lo que tenía y lo que no, lo que quería, lo que debía ser.

Pero me gustaba tenerlas a las dos.

Algunos de esos planes se hicieron realidad, y sin importar demasiado lo que hiciésemos, la verdad es que nos lo pasábamos muy bien juntos los cuatro. Eramos muy parecidos, nos hacían gracia las mismas cosas, mismos gustos, misma manera de mirar a la vida; a la vez, teníamos la suerte de tener pasados tan distintos que nunca faltaba de que hablar en algún cuchitril al abrigo de las noches de invierno.

Yo me sentía afortunado porque cada uno de los planes estaba pensado en su mayoría en enseñarme el Tokyo que se saben los que no escriben las guías, y quizás el momento más especial fue en aquel restaurante donde la cocinera cerró y se sentó a comer los postres con nosotros mientras mirábamos nevar en silencio. Calentándonos el alma con sake, acordándonos de ser un poco más que de estar. Siendo quienes fuésemos, estando donde estuviésemos.

Esa noche me horrorizó darme cuenta de que las quería a las dos por igual. Que sentía lo mismo cuando una me miraba que cuando la otra me sonreía, que cuando besaba a una en realidad estaba besando a las dos.

Las razones que hicieron que volviese a necesitar tres mantas ese invierno poco tuvieron que ver con su amiga la cantante, pero lo cierto es que no supimos mantener nuestra relación y nunca contaría aquí porqué.

Confieso que a veces he pasado por delante del bar donde ella sigue dando los conciertos cada dos viernes, y que la he visto a través del cristal pero nunca me he atrevido a entrar, ni me atreveré. Reconozco que la eché de menos tanto como a la que compartía mis desayunos, y que lloré la ausencia de las dos muchas veces durante ese invierno en que fui feliz odiándome mientras trataba de olvidarme de una y querer un poco más a la otra, sin saber muy bien quien debía ser quien.

Hasta que acabé por perder, de una vez, a las dos.

Hanabi en Asakusa

Visto uno, vistos todos. Los hanabis, digo. Aquí tienen fama de que son los mejores del mundo, pero la verdad es que a mi me aburren muchísimo. Será porque en Bilbao duran media hora como mucho y aquí se tiran hora y pico dejando además un montón de tiempo entre cohete y cohete… hasta los de mi pueblo que tiraba el amigo tragapuros tenían más vidilla!!

En fin, que me aburran los fuegos artificiales no significa que no me lo pase yo como un hobbit que cualquier excusa es buena para pimplarse unas cervecicas. Así que me enfundé el Jinbei blanco, que parezco el Luke Skywalker de Rekalde y tiré para Asakusa después de dudar mucho si pasarme por el Eisa Matsuri de Shinjuku, que también fue el sábado.

Tuve muy buena suerte porque me dio por escribirlo en twitter y me contestó Guillermo que avisase cuando llegase, que él andaba por allí. El tío nada más verme me preguntó que porqué había tanta peña, ¡¡resulta que se había ido a Asakusa de compras sin tener ni idea del hanabi del año!!. Y lo segundo que hicimos fue irnos al izakaya ese que te puedes sentar fuera. Ahí, entre cerveza(sss) y tsukune(s), estuvimos contándonos las historias de su Kendo, de mi Karate, de las que son así como pa mi pero que ellas todavía no lo saben… y de vez en cuando, pues foto al canto, y es que se me visten tan guapeteeees…

Al Guille, que estaba de cara a la gente, le saludaba alguno de vez en cuando, si es que entre la cara de majete que traía de casa y las cervezas, estábamos con la sonrisilla puesta todo el rato. Como se estaba allí divinamente y tenía pintas de que al lado del río iba a ver más gente que en el abismo de Helm (Frase hecha by Nerea, todos los derechos reservados), pues decidimos que nos estábamos un rato más y de paso contábamos cuantos melocotones era capaz de vender el de la furgoneta.

Los móviles no andaban muy católicos por el mogollonazo de gente que había…

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Luego ya cuando se hizo de noche y Nerea estaba ya con nosotros, decidimos adentrarnos un poco en el abismo y ver si éramos capaces de encontrar un hueco donde se viese un pelín del asunto. Aquello era como estar en el nivel 27 de los lemmings, pero sin el pelo verde y con cervezas en vez de escaleras en la mochila. Total: no vimos los fuegos ni vimos nada, pero lo que moló fue vivir el ambientillo una vez más: todos con Yukata, las míticas esterillas azules… otra noche mágica de verano. De las mejores: improvisada 1000% y compartida con amigos.

Camino a casa, cuando la cobertura del móvil empezó a medio funcionar de nuevo, tenía un mensaje de Alain para ir de juerga por Shibuya. Pero ya estaba muerto y es que uno no tiene veinte años, por mucho que se quiera pretender… gomen ne, Alain!